
Es que a Emmanuel Macron le han estallado algunos escándalos que tomaremos como síntomas.
Cuando fue ministro de Economía (2014-2016), Macron ayudó más allá de sus funciones al desarrollo de Uber en Francia. No importó que Uber sea conocida por su agresividad, incumplimiento de leyes laborales, evasión impositiva, tráfico de datos personales, así como colusión con el fondo soberano saudita y Goldman Sachs. Macron apoyó la desregulación necesaria para que Uber destruya empresas y cooperativas de taxistas. Destruir sindicatos, esa manía neoliberal.
Por su parte, la consultora McKinsley prestó asesoramiento gratis al candidato Macron en 2017, para luego recibir muchos pedidos para diseñar acciones de gobierno, tales como el aumento de la edad jubilatoria, reformas educativas, de la salud y de la función pública e incluso la comunicación durante la pandemia. Tantos, que el Senado francés condena en un informe el solapamiento con las funciones y misiones de áreas del Estado francés, encima pagadas con sobreprecios. ¿El servicio público? Te lo debo. Veamos algunos ejemplos.
El cuerpo diplomático francés fue establecido en 1589, durante el reinado de Enrique IV, un rey popular por cierto. Desde entonces fue la norma en materia de conducción de las relaciones exteriores. Hasta ahora esa diplomacia es la tercera al nivel mundial, luego de Estados Unidos y China. Ha sido desmantelado.
En Francia, los prefectos son los representantes del Estado central en el territorio (es un país unitario). Existen desde que Napoleón creó esa función en 1800. Tienen a su cargo las funciones de soberanía, entre la que destaca el cuidado de la laicidad, o las funciones de seguridad. Ya no existen.
La École Nationale d´Administration fue creada por el general De Gaulle en 1945, para democratizar y profesionalizar el acceso a los altos cargos del Estado. Cada promoción, formada por mitades de jóvenes con diplomas y de veteranos funcionarios de base (además de 20 extranjeros donde yo estuve) destinaba los egresados al Consejo de Estado (corte suprema del derecho administrativo), a la Inspección de Finanzas, al Tribunal de Cuentas, a la diplomacia, a la gestión pública de la República. La ENA ha sido disuelta.
A cambio, Macron crea un instituto del servicio público, donde quiere que las personas ingresadas puedan ser diplomáticos, prefectos o lo que sea, sin importar que tengan vocación o vengan del sector privado. Aunque la seguridad en un conurbano precisa de saberes específicos, que no son los mismos para negociar con la India, por ejemplo. Siempre estarán las consultoras del sector privado para decirle al sector público qué debe hacer. Moneda mediante, claro.
Macron, joven y dinámico, alegre como Trudeau de Canadá, transgresor como Johnson del Reino Unido, belicoso como Zelensky de Ucrania. Es el referente de la sociedad digital, tal cual lo desean Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft. La degradación de la política entrega la sociedad al mercado. ¿Está Macron a la altura de los problemas que tiene la sociedad francesa? Bueno, al menos siempre nos quedará De Gaulle.
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