La Casa Blanca no pudo comprar la isla como si fuera una mercancía pero sigue su marcha para apropiársela. Aunque enfrente no sólo a Dinamarca sino a gran parte de Europa. Los delirios de Trump.

Hasta ahora, todo insulto de Trump –ese lenguaje de matón carcelario que el presidente introdujo en la de por sí pedestre diplomacia norteamericana– ha sido tolerado por las cancillerías europeas, pero esta vez, ante la designación de un emisario especial para negociar el traspaso (compra, cesión) de la estratégica isla del Ártico, Copenhague tuvo una tímida reacción de dignidad. Como si de una cuestión jurídica se tratara, el gobierno danés dijo que “próximamente” convocará al embajador norteamericano para que diga a qué llega y con qué instrucciones el emisario presidencial Jeff Landry. En sus primeros siete días en el cargo, el actual gobernador de Luisiana dijo, entre otras cosas similares, que llegaba para “ver cómo podemos corregir el abandono en el que Dinamarca dejó a su colonia”.
Además, la cancillería reveló que ya instaló una llamada Guardia de Noche, un equipo de vigilancia que opera doce horas diarias con el objetivo de monitorear los exabruptos que Trump defeca durante las noches desde la Casa Blanca o su club de golf de Miami. En agosto pasado los países tuvieron unos mínimos roces cuando Dinamarca detectó la llegada a Nuuk, la capital de la isla, de tres equipos de espionaje destinados para tareas específicas coordinadas por la CIA, con el gran objetivo de analizar in situ cómo influir en un eventual referéndum de autodeterminación, previsto pero sin fecha a la vista. Uno de esos equipos se infiltró entre los minúsculos grupos que se oponen a la autodeterminación. Otro cumplió las mismas tareas entre dirigentes políticos y empresariales. Un tercero se infiltró en grupos afines a Estados Unidos, para dinamizarlos y, sobre todo, radicalizarlos.
El Reino de Dinamarca, que además de Groenlandia incluye a las Islas Feroe, es un estado difícil de encasillar. Los analistas serios coinciden en eso. La socialdemocracia que dominó durante buena parte del siglo pasado creó un generoso estado de bienestar que hasta hoy se manifiesta en algunos indicadores.
Como que sus seis millones de habitantes gozan de un ingreso per cápita de 85.210 dólares, muy superior al de la gran mayoría de sus socios de la UE, incluyendo a Francia, Alemania, Italia y España. Durante los gobiernos progresistas se desarrolló una potente industria farmacéutica y lidera en energía eólica, aunque en los dos rubros choca con los intereses de Estados Unidos, que los combate con aranceles y paraliza los proyectos de sus empresas.
Coherente en su actitud prepotente de relacionamiento con el mundo –aliados y enemigos–, Trump asumió el gobierno con esa agresiva política de aranceles y, en la misma línea, manifestó su voracidad por anexionar, por las buenas o por las malas, el total o partes del territorio de sus aliados (Canadá, México, Dinamarca).
Ante el cuasi completo silencio mundial, mantiene desde agosto pasado un criminal bloqueo marítimo y aéreo de Venezuela con el objetivo primero de quedarse con sus ricos yacimientos de petróleo. Pero, como en Venezuela, en Groenlandia no las tiene todas a favor. Según una encuesta del semanario Sermitsiaq, apenas el 6% de los 57.000 habitantes de la isla no se opondría a una hipotética fusión con Estados Unidos bajo la forma de un nuevo estado, el número 51 de la Unión. Un apabullante 91% de los isleños, en cambio, quiere seguir manteniendo alguna forma de independencia pero con relaciones especiales con Copenhague.
Aunque los daneses advierten que Estados Unidos es el futuro posible enemigo de Europa, a la que Trump humilla a diario casi como un hobby, la UE y la OTAN no insinúan siquiera qué podrían hacer para salvaguardar la soberanía del pequeño aliado (Dinamarca), acosado por el gran gendarme de la alianza militar.
En la cuna de los sueños en la que duerme el continente, Copenhague aprovecha a meter una cuña de inseguridad y dice que mientras desde alguno de sus refugios de Moscú, Vladimir Putin degusta su último vodka dando forma a sus afanes de una guerra híbrida, la Unión Europea observa con desdén. Es casi como que la acusara de ser cómplice en la ejecución de ese plan que conjuga métodos militares convencionales con tácticas no convencionales (ciberataques, sabotaje, manipulación mediática).
Trump inauguró la semana que se acaba reiterando que “necesito” (Yo) ejercer el dominio sobre Groenlandia. Para reafirmarlo designó un negociador que, según sus pares del Partido Republicano, se parece más a un toro de lidia que a un diplomático. Presentó al emisario a su estilo, diciendo que “marcha a defender a América en un sitio en decadencia que padece liderazgos débiles”. Para redondear, leyó un concepto del último informe sobre política exterior incorporado a la Estrategia de Seguridad Nacional, que dice que “Europa está al borde de la aniquilación civilizatoria”. Qué habrá querido decir, sólo dios sabrá, pero suena realmente fuerte.
Según los analistas políticos más sólidos citados por la academia europea, parece querer decir que hará todo lo posible para que sus previsiones sean una realidad.
Aunque desde hace años se acumulan en Estados Unidos faraónicos proyectos energéticos, en su mayoría implementados por multinacionales europeas, el Pentágono apeló la semana pasada al eficiente caballito de la seguridad nacional y dictaminó que los parques eólicos marinos configuran un riesgo grave para las poblaciones costeras. En consecuencia, ordenó paralizar los contratos de arrendamiento de las iniciativas en marcha. Los motivos: que tanto un parque de la española Iberdrola –el más grande del mundo, con una inversión de 3200 millones de dólares y construido ya al 75%– como otros cuatro emprendimientos de las danesas Orsted o Vestas, líderes globales en el sector de las energías renovables, suponen un riesgo.
Entre los peligros probados está que el movimiento de las palas de las turbinas y las torres reflectantes generan interferencias de radar (nada que ver con las poblaciones costeras) y que tal distorsión causada por los proyectos eólicos marinos “oscurece los objetivos móviles legítimos y genera objetivos falsos en las inmediaciones de los proyectos” (nada que ver con la población). El Departamento de Energía había asegurado el año pasado que para reducir ese desorden basta con aumentar el umbral de detección de falsas alarmas de los radares. Según el Pentágono, la situación debe abordarse adecuadamente para que la Casa Blanca conserve su capacidad de defender con eficiencia al pueblo estadounidense.
Para los escoceses la situación es igualmente crítica. El arancel extra del 10% impuesto por Trump a las bebidas alcohólicas europeas desacomodó a las destilerías. El mercado interno quedó sobre abastecido, se acumuló un stock insostenible que sólo el sueño de llegar a los expendios de India podría disimular y, según el Financial Times, se expresaría en un fuerte aporte al desempleo. Los aranceles impuestos por Estados Unidos, junto con la caída de la demanda, provocaron un exceso de whisky escocés en el mercado, reiteró el diario de las finanzas. Las ventas globales cayeron 2,5% en el primer semestre de 2025, lo que –regla básica de la dinámica capitalista– se saldará con más reducción del empleo.
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