El entrenador de Central Córdoba de Santiago del Estero manejó un taxi, vivió bajo una tribuna y dirigió 12 clubes del Ascenso. Ya en Primera, le toca jugar la final de la Copa Argentina ante River. "El potrero y la bohemia me aportaron algo que no se estudia", dice.

–¿Cómo preparaste la octava final de tu carrera?
–Es histórica y diferente a las otras. Ahora hay una provincia detrás que está ilusionada, es por un lugar en la Copa Libertadores y contra el mejor equipo de la Argentina de los últimos diez años. Y si pierdo no me voy a morir de hambre ni quedarme sin laburo. Todo el escenario es positivo. Tengo la obligación de vivirla como nunca y sin ser protagonista. Otras veces sí las tuve porque había en juego un ascenso, por ejemplo. Acá nosotros ya hemos ascendido con lo que se logró en la Copa. La voy a disfrutar. En las otras sí tenía la presión del resultado, de la familia o de perder y quedarme desocupado sin la posibilidad de tener otra cosa.
–¿Qué valor tiene este partido?
–La Copa Argentina es como un Mundial: si perdés estás afuera. Se trata de saber jugar un partido definitorio y armar la semana para definir un mano a mano. Nosotros hemos ganado todos los partidos en los 90 minutos y merecimos ganar a excepción del primer tiempo con Villa Mitre en Cutral-Có. Este torneo lo trabajamos con mucha inteligencia y preparación. Por eso nos merecemos el lugar que nos toca.
–Hace un tiempo decías que a la Superliga sólo la veías por tele y hoy pueden clasificar a la Libertadores.
–Es el fiel ejemplo para aquellas personas que creen que los sueños lejanos no se pueden lograr. No digo que busqué esto desenfrenadamente sino que intenté laburar, entregar lo mejor y seguir creciendo. Nunca esperé jugar por el ingreso a la Copa Libertadores con un equipo que hace dos años estaba jugando en la cancha de Las Parejas o de Unión de Sunchales. Siento una gran alegría y una responsabilidad de estar a la altura con un equipo competitivo. Y creo que lo estamos logrando. Amo el fútbol y que me toque esto es impensado. Hay que buscar lo que es nuestro, como dijimos cuando enfrentamos a Lanús en las semifinales.
–¿Existe un método Coleoni?
–No sé si hay. Nuestra forma es entrenar conductas deportivas y no gestos técnicos. Todas las semanas hay una premisa psicológica en función del estrés acumulado, del nivel de transferencia del equipo y también del rival. Las últimas semanas, por ejemplo, trabajamos distintos ejes mentales: la tensión, el compromiso, la paciencia y la convicción. Después por otro camino va el laburo en el campo de juego. Lo fundamental es darles más importancia a las conductas dentro de la cancha.
–¿Por qué le das valor al factor mental?
–He sido jugador y sentí que cuando estás con confianza, asumís un rol, sabés qué tenés que hacer y lo disfrutás, tenés un mejor rendimiento. En 2005 hice un curso de Psicología en la Universidad de Córdoba con Claudio Vasallo y con él aprendí que la confianza es clave. Hoy integra mi cuerpo técnico. Como líderes somos los que direccionamos los estados de ánimo de los jugadores y les aclaramos el panorama cuando hay un estado de estrés.
–¿Qué genera ese estrés en el fútbol argentino?
–El hecho de pensar más allá. Si pensás qué pasa si ganás o perdés, o qué te pasó en tal cancha cuando tuviste un partido, es cuando vas para atrás y adelante sin darle valor al presente. En el fútbol argentino hay un estrés constante por la locura de ganar o perder. Pero para eso estamos nosotros: para administrar y direccionar las emociones de los jugadores. No es fácil pero no hay que claudicar en el intento. Todo lo que trabajamos desde la conducta es justamente para que ese estrés afecte menos.
–¿Había prejuicios al principio por el trabajo psicológico?
–Nosotros lo abordamos desde el fútbol y desde ese lugar incluimos conceptos mentales como atención y determinación, pero siempre en el marco de un entrenamiento o partido de fútbol. No es una cosa abstracta ni está vinculado a la imagen del psicólogo con lentes y el paciente en el sofá. Lo laburamos desde un lugar muy futbolero, con lenguajes y términos muy futboleros. Nos sentimos muy cómodos y siento que los muchachos se involucran en lo que les proponemos con Vasallo. No nos hace diferente pero es un aporte más. Es un plus que nos permite que un equipo armado hace cien días con 20 jugadores nuevos tenga una buena transferencia, actitud y esté convencido de lo que hace. Podemos ganar, perder o empatar, pero jugamos como pensamos.
–Siempre contás que te criaste entre la calle y los potreros. ¿Qué te aportó eso a la hora de conducir un grupo?
–Mucho. Me preparo todos los días, estudio y tengo monstruos en mi cuerpo técnico, pero hay algo en mi ADN. Mido 1,60, no fui un jugador exitoso y la peleé. Sé lo que es quedar afuera, sentirse fracasado y volver a casa con las ilusiones por el suelo. Esas cosas en algún lugar están y me hicieron mejor. La calle, vivir debajo de una tribuna como me tocó en Talleres y otras tantas cosas aportaron algo que no se estudia. No podría decir qué es pero está en el potrero, en la bohemia y en el hecho de haber vivido todo solo. Mi modo de vivir es un plus: me ha dado inteligencia y sagacidad para surfear en el fútbol argentino y llegar adonde llegué.
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