Segunda nación independiente del continente americano, que derrotó a las fuerzas de Bonaparte y terminó con la esclavitud pero sigue siendo un ejemplo terrible en el que mejor no tratar de reflejarse.

Esas distopías que nos regalaron escritores y cineastas parecen hoy todas estar condensadas en Haití. Pobre Haití, segunda nación independiente del continente americano, que derrotó a las fuerzas de Bonaparte y terminó con la esclavitud pero sigue siendo un ejemplo terrible en el que mejor no tratar de reflejarse.
Historizar la situación de Haití es sobre todo darnos cuenta de que las dictaduras de Papa Doc y Baby Doc de 1957 a 1986, dejó profundas huellas en la sociedad haitiana. Una dictadura sostenida por Estados Unidos, con la Guerra Fría y el combate al comunismo, apoyada sobre los Tonton Macoutes, una milicia parapolicial que hace reinar el terror y en un país pobrísimo, y los delirios mesiánicos, como cuando Papa Doc se hacía pasar por un avatar del Baron Samedi, esa deidad vudú dedicada a los muertos. Hay que tener cuidado con los gobernantes que se creen dioses o profetas porque eso nunca llega a buen puerto.
Con la caída de Baby Doc, empezó una era de “duvalierismo” sin Duvalier. Había presidentes de facto, que duraban lo que podían durar hasta el próximo golpe de estado. Aristide fue un intento democratizador pero las tres veces que estuvo como presidente tampoco pudo dar vuelta la situación. Ni Preval, el otro civil que también fue presidente constitucional.
Hay que decir que en estos períodos también llegó el neoliberalismo. Así que se privatizaron las pocas empresas públicas que podía haber, pero con eso de que el mercado trae la libertad, el lugar de eso llegó un terremoto. En 2010 cerca de 300 mil haitianos murieron. Por supuesto, hubo misiones de Naciones Unidas, más o menos militarizadas, que iban y volvían sin resolver los problemas de fondo y la ayuda humanitaria sostenía lo único que podía, un frágil hilo de vida para el resto de la población de Haití.
Ese cataclismo de 2010 termina con lo último que podía quedar de institucionalidad haitiana. Hoy lo que vemos en Haití es un territorio sin gobierno, sin estado, sin política, donde señores de la guerra como en el principio del feudalismo en Europa, pelean por territorios, por recursos, por negocios. Es una situación particularmente grave y no tendría suficiente espacio para nombrar todos los crímenes, digamos solamente que aumentaron de modo logarítmico las agresiones sexuales contra las mujeres, los casamientos forzados de menores, y la trata.
Esta sociedad sin estado no es una sociedad. Tampoco es un conjunto de individuos libres. Es lo que Thomas Hobbes llamaba “la guerra de todos contra todos”. El individuo contra el individuo, la persona contra la persona. Si ley está en todos lados, entonces no hay más ley. Esto fue pensado antes, en el Renacimiento europeo, cuando Tomas Moro escribió Utopía, o cuando James Harrington escribió La Mancomunidad de Oceana. Pensaban en sociedades perfectas. Hobbes, un poco más realista, se dio cuenta de que había que abandonar de algún modo una parte de la soberanía individual -que solo servía “para tener una vida corta, miserable, brutal y breve”- y mediante una ficción, el Leviatán, que debía asegurar la seguridad de todos.
Por eso renunciar a la posibilidad de la guerra de todos contra todos es el principio del monopolio de la violencia legítima y es el principio del Estado, sin el cual no hay individuos ni propiedad. No hay nada. Por eso es importante ver que la situación en Haití es un ejemplo de lo que pasa cuando el Estado se retira, cuando no está. No viene una sociedad civil, pujante, en la plenitud de la libertad, sino más bien señores de la guerra y por eso mismo el poder público se convierte en poder privado. Ya no hay Estado y no hay ciudadanos. La ciudadanía desaparece.
Como reflexión final podemos pensar que Haití puede ser una foto de un desastre que vemos desde más o menos lejos. Pero cuidado, también puede llegar a ser un espejo. Entre la foto que nos previene y el espejo que nos refleja estará la acción política que podamos desarrollar.
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