Hernán Camarero, historiador e investigador del trotskismo: «El mileísmo es muy revulsivo, pero dudo de su perdurabilidad»

Por: Sebastián Rodríguez Mora

Acaba de publicar, junto con Martín Mangiantini, el libro El trotskismo en la Argentina, en el que compila 15 ensayos sobre la historia política, social y cultural de esta expresión ideológica.

Hernán Camarero es doctor en Historia, investigador del Conicet y en el prestigioso Instituto Ravignani. Junto a Martín Mangiantini, doctor en Historia como él, afrontaron la tarea monumental de periodizar y describir ese sector esencial para la política argentina desde hace casi 100 años: El trotskismo en la Argentina, estudios para una historia política, social y cultural hace algunos meses que ya está en librerías editado por Prometeo.

El volumen abre un debate sobre la persistencia y la disgregación que caracterizaron –al menos hasta el surgimiento del Frente de Izquierda y los Trabajadores Unidad (FIT-U)– a las ramificaciones del movimiento que todos los actores de la vida militante de todos los partidos utilizaron para posicionarse. ¿Cómo se vive siendo vanguardia y extremo a través del tiempo?

“En su estructuración, en su retórica y en su ideología, el trotskismo siempre fue amenazante porque en su surgimiento aparecía como una identidad política muy revolucionaria, era disidencia y ruptura del comunismo oficial, el stalinismo. Luego siguió como un cuestionamiento fuerte a los sistemas tradicionales, al socialismo, al populismo, al peronismo”, explica Camarero respecto del movimiento internacionalista que desde el fin de la participación de León Trotsky en la Revolución Rusa comenzó a caminar su propio sendero de persecuciones, triunfos y diluciones hasta el día de hoy.

León Trotsky

–¿Pero entonces la amenaza es el cuestionamiento nada más? ¿O es una forma muy distinta de hacer política en Argentina?

–Acá se tocaron todas las melodías. Tuvimos un movimiento anarquista fuertísimo, un partido socialista de los primeros de América Latina, un sindicalismo revolucionario que fue una especie de rara avis en el continente, un partido comunista muy precoz, maoísmos, nuevas izquierdas en los ’60… El trotskismo es una experiencia, una ideología y una práctica con un discurso muy obrerista, con el corazón en la teoría de la revolución permanente y la concepción de un partido de vanguardia, es decir, que los explotados se autodeterminan pero requieren de un destacamento político que lidere. De ahí cierta obsesión por los debates y discusiones en el plano teórico e intelectual. Incluso la historia del feminismo no se puede entender sin el trotskismo.

En el capítulo dedicado al movimiento de mujeres, El trotskismo en la Argentina recorre el feminismo setentista, por entonces influenciado por las experiencias norteamericanas del Socialist Workers Party, y expresada en revistas como Muchacha o Todas, así como la candidatura a la vicepresidencia de Nora Ciapponi en 1973 por el Partido Socialista de los Trabajadores, que impulsaba la legalización y gratuidad del aborto e igualdad de géneros a nivel salarial y de representación sindical. Ya para 1983, el Movimiento al Socialismo compuso su fórmula presidencial con Luis Zamora y Silvia Díaz, una continuidad inédita que los principales partidos políticos argentinos tardarían décadas en incorporar.

“El rasgo peculiar del movimiento de mujeres en el trotskismo es cómo plantea debates sobre el rol de la mujer desde muy temprano. La lucha por el aborto ya aparece en los ’60, así como también los derechos de las disidencias sexuales. En particular eso expresa el interés constante del movimiento, especialmente del que lideraba Nahuel Moreno, por los debates internacionales”, comenta Camarero, compilador y editor junto a Mangiantini del volumen que reúne la firma de otros once ensayistas para recorrer los ángulos y períodos diversos del trotskismo nacional.

–Es interesante leer que los neoconservadores como Trump y Milei plantean a la izquierda otra vez como amenaza.

–Es un desafío enorme, hay que ver qué es lo que queda en pie de toda esta situación. Yo tengo una mirada particular en que veo al mileísmo como tremendamente revulsivo, pero tengo mis dudas de su perdurabilidad. Me parece que es un terremoto, pero no sé si no es un terremoto más efímero de lo que presuponemos. Pero en el terreno de la confrontación el trotskismo se siente cómodo, otra vez toma el arsenal de la lucha contra el fascismo. Hemos resistido cosas peores que esto, que es una parodia en relación a lo que tuvimos que hacer para sobrevivir bajo la dictadura, y en escenarios hostiles de repliegue. Hubo etapas en las que el movimiento obrero estuvo más paralizado, sin embargo eso no implicó su desaparición, aunque sí eventualmente su achicamiento, como mostramos en el libro. No fue un movimiento de ascenso permanente, para nada, tuvo momentos de ascenso y de caída. Hubo fenómenos impresionantemente masivos, como el del MAS en los últimos años de los ’80 y principios de los ’90.

–¿Cómo tratan en el libro esta determinación en la tradición política argentina de que el trotskismo es muy intransigente? Esta frase hecha de “la estás troskeando”.

–Es casi uno de los elementos que le da singularidad. Estuvo muy presente en sus inicios, cuando era absolutamente marginal, allá por los años ’30 y ’40. Porque en esa época existían dos corrientes de izquierda más fuertes, como el viejo Partido Socialista y el Partido Comunista. Ahí se fueron macerando las características de una cultura muy sectaria. El trotskismo tiene elementos claramente retardatarios como las obsesiones por el aparato del partido y en sus discusiones teóricas remite a un marxismo muy clásico. A su vez, eso le otorga mucha consistencia teórica, mucha personalidad y perseverancia. Uno puede encontrar en esos 90 años de historia que hay grandes corrientes estructurantes como el morenismo, el posadismo y Política Obrera alrededor de Jorge Altamira. Esas corrientes se fragmentan.

–¿La coalición del FIT-U es una solución a esa tradición fragmentada?

–Ante la ausencia de un partido trotskista con libertad de tendencias, el FIT-U es eso, una respuesta sui generis para convivir en las diferencias menores. Y ya existe hace 14 años. El mecanismo de reemplazo y rotación en las bancas legislativas y de donación de la mayor parte de las dietas a las luchas y la organización son rasgos históricos del movimiento. El FIT-U es ante todo un frente electoral.

–¿Qué función te parece que va a cumplir el FIT-U en esta etapa histórica, en la que con Milei se abre un escenario distinto?

–El espacio del trotskismo se va a mantener por cuestiones de la realidad. Algunas de las posiciones que tomó en el plano electoral terminan confirmándose con el paso del tiempo. La incorporación de Scioli al gabinete de Milei, el balance de la presidencia de Alberto Fernández, la desaparición de Massa, un peronismo kirchnerista bastante paralizado, todo eso que el trotskismo impugnó por no ser una opción superadora, se ve verificado. Ellos mismos lo dicen: al final son los troskos los únicos que están saliendo, a los que la policía caga a palos en el Congreso. ¿Qué razón habría entonces para que el espacio del FIT-U se diluyera hacia adelante? Si el de Milei es un gobierno que se plantea como de derecha, el lugar de la izquierda se fortalece. «

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