Homenajearon a un ucraniano de 98 años como héroe de guerra, pero es un genocida. Protesta Polonia y Rusia.

No tardaron en aparecer los antecedentes del “heroico combatiente por la independencia ucraniana” contra las tropas soviéticas. Hunka, integró la temible 14ª División de Granaderos Waffen de las SS y según el Centro Simon Wiesenthal, es responsable de crímenes contra la población judía en Lublin, en 1944. Las protestas de la organización B’nai Brith Canadá no se hicieron esperar. Ese regimiento, también llamado División Galitizia (por la zona de los Cárpatos alrededor de la ciudad de Halicz, que se pronuncia Galuch, nada que ver con la región autónoma de España) estaba formado por voluntarios. Huka también es acusado de haber participado en la matanza de polacos, por lo que el gobierno del primer ministro Mateusz Morawiecki dijo que pedirá su extradición. Lo mismo reclama Moscú.
El caso derivó en un pedido de disculpa de Trudeau, que alegó desconocer los antecedentes de Hunka aunque culpó a los rusos de querer aprovechar el caso para sus intereses en el marco de la guerra. La primera cabeza que rodó fue la del líder de la Cámara, Anthony Rota, quien también juró no haber estado informado sobre el caso. Otros que recularon fueron los directivos de la Universidad de Alberta, que devolvieron un donativo de 30 mil dólares canadienses de la familia de Yaroslav Hunka de hace un tiempo. Nada dijo Zelenski, que compartió los aplausos de aquel viernes, y se entiende. Ya suficientes problemas había tenido con Varsovia cuando a principios de este año habían homenajeado en la Rada Suprema de Kiev a Stepan Bandera, otro protagonista de crímenes contra población polaca.
Esa vez, el vicecanciller, Arkadiusz Mularczyk, había dicho que «es inaceptable para Polonia que se honre al ideólogo de los nacionalistas ucranianos que asesinaron a decenas de miles de polacos en Volinia». En esa comarca que hoy forma parte del territorio ucraniano, en el otoño de 1943, tropas de la efímera República Popular de Ucrania hicieron una “limpieza étnica” que costó la vida de hasta 130.000 polacos, genocidio que Varsovia no olvida.
La cuestión de fondo es que las autoridades canadienses no podían/debían ignorar a quién estaban consagrando. Y si realmente no tomaron dimensión del papelón es porque fingieron demencia ya que Canadá, como miembro del Commonwealth, envió tropas contra la Alemania hitlerista y tras la rendición, una enorme cantidad de nazis encontró refugio en esas costas y desde allí bancaron, en operaciones auspiciadas por la CIA, a grupos anticomunistas en todo el mundo.
De hecho, la viceprimera ministra de Trudeau, Chrysta Freeland, es nieta por parte de madre de uno de esos refugiados, Mykhailo Khomiak, abogado y director de un medio cercano al nazismo en la Varsovia ocupada de 1940. Cambió su nombre a Michael Chomiak cuando llegó a Canadá. Luego de recibirse en Harvard, Chrysta pasó por el periodismo en el Financial Times, The Economist, The Washington Post y fue editora en The Globe and Mail. Luego, fue ministra de Finanzas y Canciller. Su nombre sonó como titular de la OTAN, según el New York Times, en reemplazo de Jens Stoltemberg, cuyo período culminaba estos días, aunque en julio le fue prorrogado hasta octubre de 2024. Quizás estos lazos fueron los que dificultaron el acuerdo de la organización atlántica hace dos meses. De la que se salvaron.
Los polacos, mientras tanto, tras anunciar que no enviarían más armas a Ucrania ni liberarían el tránsito de granos del incómodo vecino por su territorio, anotaron otra marca en su ancestral disputa. Y los más aferrados a un pasado de gloria, esperan que la guerra devaste de tal manera a Ucrania como para que aquellas regiones vuelvan al control de Varsovia con poco esfuerzo. Y también esperan que esta contienda culmine poniendo a Polonia en el rol del verdadero freno para Rusia.
Cuando quienes busquen la raíz del inocultable renacimiento del nazismo intenten llegar a la médula se encontrarán, en la superficie nomás, con que “el peor drama vivido por la Humanidad resurge en los pliegues mismos de la democracia alemana, con conocimiento, encubrimiento y complicidad de las instituciones y las autoridades del Estado”. Al finalizar la II Guerra se fracasó en el intento, si es que lo hubo, de desnazificar el país. El nazismo siguió manejando resortes clave, en especial el Poder Judicial y, aunque cueste entenderlo, las fuerzas armadas. Allí, justamente, reside la plataforma de lanzamiento del partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) y donde están los arsenales en los que se nutren los civiles que asesinan inmigrantes.
Razones no le faltan a la Redfish cuando denuncia la complicidad estatal en el auge nazi. En un país que emergió de las cenizas del régimen de Adolf Hitler, el militarismo está en la esencia, en el propio ser alemán. Pues, allí, hace un año, y cuando las muestras del renacer eran apabullantes, la necesidad de satisfacer a la alianza atlántica, la OTAN, y los intereses de Estados Unidos en Ucrania llevó a aprobar un fondo de u$s 112 mil millones para destinar a las fuerzas armadas y al desarrollo de la industria armamentística. Todo junto, y en el mismo día, el Congreso también sancionó un aumento al 2% del PBI para la defensa externa y el aparato de seguridad interno. Hasta junio de 2022 se aplicaba a esos menesteres el 1,4% de toda la riqueza generada.
Cuando con la disolución de la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia se dio por acabada la amenaza que asediaba a Occidente y Europa se lanzó a las tareas del desarrollo, y bien le fue –Alemania se convirtió en la locomotora europea–, hasta que Estados Unidos y su OTAN dijeron que era la hora de volver a la guerra. Hubo sectores en Alemania que se lo tomaron a pecho y buscan con todo volver a la peor época de la Guerra Fría. En ese marco se apela a todo. A volver a dar las señales bélicas y arruinar la vida de los jóvenes y la tranquilidad del mundo reviviendo los tiempos del servicio militar obligatorio. Desde su eliminación, en 2011, la idea de restaurar la colimba volvía cada tanto.
Con el nazismo en la superficie y un Estado cómplice, Wolfgang Hellmich, uno de los líderes del SPD, volvió al tema. El partido demócrata cristiano CDU aplaudió en el acto. El AfD se frotó las manos.
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