Julieta Otero y «La teoría del desencanto»: cuando el divorcio era un tema de Estado

Por: Nicolás Peralta

La nueva obra de la dramaturga, directora y actriz repone el clima de época en el que se debatía el derecho a la separación legal. Entre celos, literatura y un brindis que se sale de control, cuatro escritores se enfrentan a sus propios fantasmas.

Una obra de teatro permite, si el autor lo decide, viajar en el tiempo y observar, en contraste con el presente, cómo se vivían las pulsiones humanas en otra época y cuáles eran las preocupaciones dominantes. Ese es el caso de La teoría del desencanto, con dramaturgia y dirección de Julieta Otero, que nos transporta a un momento en el que el divorcio comenzaba a instalarse como tema de debate en la agenda pública. Toda la acción —que puede verse los miércoles por la noche en El Método Kairós Teatro— transcurre en los años 80.

Con una lograda ambientación de época y protagonizada por Ana Celentano, Julia Di Ciocco, Juan Tupac Soler y Raúl Antonio Fernández, la obra narra la historia de una pareja de escritores que, durante una noche de tormenta eléctrica, recibe a su vecina Renata para cenar. Lo que ellas no saben es que Francisco también invitó a Antonio —ex pareja de María y autor consagrado— para brindar por el lanzamiento de El desencanto, el nuevo éxito editorial de Antonio. Ese brindis desata una serie de hechos que se convierten en una paranoia sin retorno, de la que ni los personajes ni el público pueden escapar. No solo se habla de divorcio: hay celos, egos, trampas y una cena entre amigos que nadie espera que termine mal… pero tal vez el destino tenga otros planes.

“La obra transcurre en 1986, un año en el que ocurrieron cosas muy impresionantes en Argentina: ganamos el Mundial, había unos tres años de democracia y ya se hablaba de obediencia debida y punto final. Murió Borges, y el traslado de la Capital Federal a Viedma dominaba la agenda bajo el nombre de Proyecto Patagonia. Pero también se discutía con fuerza la Ley de Divorcio. Me escuché todos los debates que hay en YouTube y me recordó mucho al debate por la ley del aborto. Entonces sentí la necesidad de escribir una historia en torno a esos tiempos, que no son tan lejanos, pero sí bien distintos”, cuenta Otero, que también tiene en cartel Escorpio, una comedia romántica que se presenta los viernes en Espacio Callejón.

—¿Qué fue lo que más te llamó la atención de aquella época, que te impulsó a escribir esta obra?

—Que algo tan íntimo como el divorcio se discutiera en el Congreso. Es loco: el recinto tomado por temas domésticos. ¿Puede haber una decisión más personal que seguir o no en pareja con alguien que tal vez te trata mal, a vos o a tus hijos? Me pareció interesante pensar en eso desde hoy, cuando nos suena raro que alguien no entienda que un amor puede terminar y que sobre eso opinen el Estado, las leyes o la Iglesia. Me pareció valioso hablar de aquellos años 80, cuando todo eso estaba en discusión. Cuántas personas habrán seguido en vínculos que no estaban bien solo porque “no estaba bien visto” separarse.

—Pero la obra no habla solo de eso, ¿verdad?

—No, esa es solo una arista. También está lo sentimental, que era más imprevisible. Todo podía pasar porque no existían los celulares. Saber dónde estaba el otro era casi imposible. Ahora, entre Instagram, el GPS y la costumbre de contarle todo a tu pareja, es distinto. Antes había verdaderos secretos, sin testigos ni registros. Eso me da mucho terreno como autora. Además, esta es una historia de escritores, un triángulo amoroso con muchas mentiras, muchos ocultamientos. En la época en la que te casabas para toda la vida, me daba morbo escribir sobre el deseo y el amor en esos márgenes.

—¿Te divertía hablar de amor y celos fuera de la agenda actual?

—Sí. Hablar en una época donde no existían palabras como “poliamor” o “tóxico” era un juego atractivo. Las formas de conocerse también eran otras. Pero, en el fondo, es una obra universal. Lo que nos pasa en los vínculos es bastante parecido siempre. Decidir con quién compartir la vida nunca es fácil, con la convivencia, el proyecto común, el amor, las inseguridades… Esta historia ocurre en 1986, en el barrio de La Boca.

—Y además se cruza con lo profesional, porque todos los personajes son escritores…

—Claro. La tortura mental de los escritores siempre me fascinó. Esa idea de que, desde que te levantás hasta que te acostás, podrías estar escribiendo tu gran obra. Y a veces la vida no te lo permite. Acá hay un dramaturgo y dos autores de narrativa que trabajan juntos en una editorial. Se preguntan todo el tiempo si son buenos o malos, si el otro es mejor. Y cuando esa competencia se traslada al plano amoroso, es una bomba de inseguridades. La obra habla de amor, pero también llega a una situación de cierta violencia.

—¿Cómo se acopla a la actualidad esta historia?

—Por comparación. Nosotros, con el grupo, nos metemos en esa ficción y es como viajar en el tiempo. Cada miércoles respiramos otro aire. Lo tecnológico lo cambió todo: el modo de mostrar quién sos, los vínculos, la competencia. En la obra se ve gente escribiendo en máquinas de escribir, usando cámaras con rollo, anotando todo en papel. La escritura ocupaba mucho espacio físico. Hoy, los parámetros cambiaron: ya no se trata de cuántos libros vendés sino de cuántos seguidores tenés. Viajar a ese mundo más concreto es un shot de oxígeno puro.

—¿Y Escorpio también sigue en cartel?

—Sí, es otra mirada sobre el vínculo de pareja. Estamos en la tercera temporada, quedan cinco funciones. Estuvimos en el Picadero, en el CCK, y ahora se viene una gira: Rosario, Tigre, Mar del Plata y algunas fechas más. Me encanta cuando la gente la recomienda.

—¿También volviste a actuar?

—Sí, un gran desafío. Estoy con una obra que se llama No me acuerdo las cosas, dirigida por Dalia Gutmann. La escribí yo, pero ella me dirige. Después de tantos años detrás de escena, volver al escenario es genial. Hicimos funciones en Café Berlín, El Picadero, Mar del Plata, y ahora vienen fechas en el conurbano. La obra indaga en la madurez, los hijos que ya no te necesitan, los padres que ya no están. Es divertida.

—¿Cómo te sentís en este contexto tan adverso?

—Bien, como todos los que hacemos teatro: peleándola. Esto es una cuestión de fe. No hay un mango, pero seguimos armando grupos, ensayando, gestionando espacios. Todos los que hacemos esta obra fuimos compañeros en la diplomatura de dramaturgia de la UBA. Que el Estado haya hecho posible ese espacio de formación es un orgullo. Ojalá no lo maten. Se están perdiendo muchos espacios.

—¿El teatro sobrevive a todo?

—Sí, porque es un trabajo colectivo. En esta crisis profunda de valores, los vínculos humanos nos sostienen. Esta batalla cultural parece perdida, pero hay rayitos de luz. El amor al teatro es un vicio que, cuando se despierta, te sostiene toda la vida. Como dice Nina en La gaviota de Chéjov: “No le tengo miedo a la muerte cuando pienso en mi vocación”. Esa frase me acompaña. No le tengo miedo ni a Milei, ni a los fachos, ni a la pandemia. El teatro es mi fe. Y como toda fe, se sostiene con rituales, con hábitos, con trabajo… y con nosotros.




La teoría del desencanto, de Julieta Otero

Con Ana Celentano, Julia Di Ciocco, Raúl Antonio Fernández y Juan Tupac Soler. Miércoles a las 21 en El Método Kairós Teatro, El Salvador 4530, CABA.

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