Querido Kurt: los diarios, el sonido y la furia de Cobain

Por: Nicolás G. Recoaro / Roberto Cáceres

A 30 años del suicidio del líder creativo de Nirvana, algunos apuntes para recordar al joven que puso su voz para que toda una generación pudiera gritar.

El 8 de abril de 1994, un electricista encontró el cuerpo de Kurt Cobain en el invernadero de su casa en las afueras de Seattle. Una escopeta y su pequeño diario lo acompañaban en el frígido aposento. En la ceremonia del adiós, su familia, sus amigos, sus fans se hacían mil preguntas. ¿Por qué? Pocos sabían que Cobain enfrentaba su karma. Su trágico nirvana. Tenía 27 años.

Fue hace 30 años. El grunge ya estaba muerto. Con su gorrito cazador a cuestas -digno personaje de Salinger-, Cobain vivía en una deriva errante por un bosque de la costa oeste norteamericana. Había dejado atrás la clínica de rehabilitación, a su banda, a su esposa, a su hijita, al periodismo corporativo que sigue apestando… ¿Volver al útero? Quién sabe. Vean esa joya que es la película Last Days de Gus Van Sant. Quizá encuentren algunas respuestas. El misterio del dolor ajeno es siempre imposible de develar.

Breves apuntes de una vida breve

Kurt Donald Cobain nació el 20 de febrero de 1967 en Aberdeen, pequeña ciudad de bosque, leñadores y aburrimiento, anclada en el estado de Washington. En la cabaña donde pasó sus últimos días quizá resonaba su educación sentimental en aquel pueblito conservador, también el tamborcito que le había regalado su tía Mary cuando era un pibito. Escenas al voleo: Cobain paseando por las calles de Aberdeen, cantando a los gritos “Hey Jude” o “Revolution”, golpeando el tambor como un pregonero tardío del flower power muerto a finales de los sesenta. Días felices hasta la separación de sus papás, hasta los sedantes que le daban para mantener la atención en el colegio. Cobain escribe en ese collage formato diario: “En la escuela era una mezcla: por un lado odiaba a la gente por no estar a la altura de mis expectativas, y a la vez estaba harto de estar siempre con el mismo tipo de idiotas. Todos eran como una copia carbónica de los otros. Era muy obvio que no lo toleraba, en mi rostro y en cómo reaccionaba hacia la gente. Sentía una venganza personal contra ellos, porque eran tan machos y masculinos y estúpidos.”

Huele a espíritu de la adolescencia, dormir bajo un puente como ciruja, tocar (romper) la guitarra, primeras bandas punk en la ciudadela universitaria de Olympia. Llega la noche, memorias de arpegios endiablados, Kurt sigue garabateando en su diario.: “Es triste pensar cómo va a ser el estado del rock & roll de acá a 20 años. Parece que cuando el rock & roll haya muerto, el mundo entero va a explotar. Ya ha sido tan reproducido y tan plagiado que apenas sigue vivo. Es desagradable”.

Kurt, el grito adolescente

Armar una banda en los ochenta. Nombre corto y luminoso, Nirvana. Subsuelo del under, belleza cruda y sigue girando. Salto a los ’90: mandar demos y demos a discográficas. No hay respuesta. Y tan de repente, genialidad o golpe de suerte, quién sabe, firmar con Geffen, grabar Nevermind, explota “Smells Like Teen Spirit”, himno generacional marca X, montañas de plata… Dicen, definir una era. Sueño que es más bien una pesadilla.

Furioso, triste, irónico, lúcido, tonto, infeliz, esperanzado. Ethos punk, escribe Kurt: “Me siento como un cretino escribiendo sobre mí mismo como si fuera un icono semidivino del pop rock americano o un producto confeso de una rebelión de elaboración corporativista, pero es que he oído tantas historias y declaraciones de mis amigos disparatadamente exageradas y leído tantas interpretaciones freudianas mediocres y patéticas basadas en entrevistas que hablan de mí, desde mi infancia hasta el estado actual de mi personalidad y de mi fama de heroinómano perdido, alcohólico, autodestructivo, aunque abiertamente sensible y delicado, frágil, sosegado, narcoléptico, neurótico, un pobre diablo dispuesto en cualquier momento a meterse de sobredosis, tirarse de un techo, volarse la tapa de los sesos o las tres cosas a la vez. ¡Dios, no soporto el éxito! ¡Y me siento tan culpable!”.

Sobre un chico

Salto al ’94, Kurt asqueado en la casita. Preparaba su último pico de heroína. Sentir el placer del alivio cuando las células sedientas beben de la aguja. ¿Y si todo placer es, al fin, sólo alivio?

Sobre una chica, el amor, Courtney, el nacimiento de su hija Frances Bean. El rubio tatúa en el diario más páginas: “Algunos días me siento más paranoico de lo normal. Desde que nació Frances, la mayor parte de eso se me ha ido. Se volvió más y más fácil con los años, ya que desarrollé relaciones sinceras con amigos. De hecho, tengo algunos amigos verdaderos y la banda se está volviendo más popular, y encontrar a alguien a quien amo hizo desaparecer muchas de aquellas sensaciones. Es de verdad emocionante porque Courtney es lo que siempre quise. La compañera ideal”.

Cobain sentado como un indio en trance cerca del final de la historia. ¡Bang¡ ¡Bang! Estás liquidado. Carta postrera y adiós: “Cuando estoy detrás del escenario y se apagan las luces y comienza el rugido del público, no me conmueve como le pasaba a Freddie Mercury, que parecía amar y satisfacerse con la adoración de la gente. Eso es algo que admiro y envidio. Pero no puedo engañarlos. No es justo para ustedes ni para mí. El peor crimen que se me ocurre es engañarlos haciéndoles creer que la estoy pasando bien. He tratado todo lo que está en mí poder para disfrutarlo, por Dios créanme que lo intenté, pero no es suficiente. Aprecio sin embargo el hecho de haber entretenido y conmovido a tanta gente… ¿Por qué no lo disfruto? No lo sé. Tengo una esposa que es una diosa y que transpira ambición y comprensión, y una hija que me recuerda demasiado al niño que una vez fui. Llena de amor y alegría, besando a cada persona que conoce porque cree que todos son buenos y no le harán daño. Y eso me aterra al punto que apenas puedo funcionar. No puedo soportar la idea de que Frances se convierta en este miserable, autodestructivo, moribundo rockero en que me convertí. Las cosas me salieron bien, muy bien, y estoy agradecido, pero desde que tengo siete años odio a los humanos en general… Gracias desde el fondo de mi ardiente y nauseabundo estómago por todas las cartas y la preocupación que me manifestaron durante estos años. Ya no tengo la pasión, así que recuerden: es mejor arder que desaparecer lentamente”.

Apuntes basados en el “Diario de Kurt Cobain”, “Heavier than Heaven” (Charles Cross) y el film “Last Days” (Gus Van Sant). Una versión de esta nota fue publicada en la revista Kaos en abril de 2007.

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