«La danza de la araña»

Por: Mónica López Ocón

Con este título que en la Argentina acaba de publicar Edhasa, Laura Alcoba cierra la trilogía que inició con "La casa de los conejos" y continuó con "El azul de las abejas", novelas en las que narra, desde la voz de una niña, su infancia de hija de militantes políticos en la Argentina.

Laura Alcoba es argentina (aunque nació en La Habana), pero escribe en francés, lo que vuelve a poner sobre el tapete la vieja pregunta de Ricardo Rojas: ¿Qué es la literatura argentina? El exilio que impuso la dictadura a tantos militantes políticos explica esta situación. 

Según sus documentos nacida en La Plata, luego de pasar una temporada con sus abuelos Laura viajó a Francia para reunirse con su madre que se encontraba allí desde 1976. La militancia política de sus padres fueron transformadas por ella en literatura sin caer en ninguno de los clichés que suelen caracterizar este tipo de historias. 

Con La danza de la araña, la escritora completa la trilogía que comenzó con La casa de los conejos y siguió con El azul de las abejas, ambas novelas traducidas por un escritor plantense, Leopoldo Brizuela. La danza de la araña, en cambio, tiene traducción de Mirta Rosenberg y Gastón Navarro. 

Sin duda, uno de los grandes logros de las dos primeras novelas era narrar desde la voz de la niña que fue. La voz y la mirada de la infancia introducen una riqueza adicional a lo narrado al incorporar lo extraño, lo que está fuera de las percepciones convencionales. Otras dos corroboraciones de este hecho son las novelas de Julián López (Una muchacha muy bella) y la de Leila Sucari (Adentro tampoco hay luz). Como se dijo en una nota aparecida oportunamente en este mismo diario en relación con El azul de las abejas, narrar desde la voz de una niña, hija de dos militantes políticos, permite sortear “todos los peligros que acechan a los relatos referidos a ese período: el carácter escolarmente épico, los intentos de reivindicación o enjuiciamiento, el contrabando de ideas metidas a presión en el corsé de la forma novelesca, el psicologismo de la rebeldía de los hijos frente a los padres militantes, el intento de pintar un gran friso social de época, el reduccionismo maniqueo.” 

La casa de los conejos –también se contaba en esa nota- está dedicada a Diana E. Teruggi, nuera de Chicha Mariani –su pareja era Daniel Mariani- y madre de Clara Anahí con quien Alcoba compartió en su infancia la casa en la que la crianza de conejos escondía una imprenta clandestina de Montoneros. La madre de Alcoba se exilió poco antes de que la casa fuera asaltada a sangre y fuego el 24 de noviembre de 1976 y sus habitantes fueran asesinados. Clara Anahí, que tenía tres meses, fue secuestrada en ese operativo. El azul de las abejas, aborda un momento posterior, cuando la autora aprende francés para ir a reunirse con su madre y se escribe con su padre preso. Ambos acordaron leer el mismo libro al mismo tiempo para luego comentarlo por carta. Ese libro fue La vida de las abejas de Maurice Maeterlinck.” 

Mientras su madre partió al exilio en 1976, hasta 1979 vivió con sus abuelos y visitaba a su padre, preso político, puntualmente todos los jueves. Su padre fue liberado en 1981 y a partir del momento en que ella partió a Francia, sólo mantuvo con él una relación epistolar. Un dato no menor es que en realidad, Laura nació en Cuba, donde sus padres habían viajado impulsados por sus sueños revolucionarios. Volvieron a la Argentina cuando ella tenía apenas unas semanas y, por razones obvias, la anotaron como si hubiera nacido aquí. 

En La danza de la araña la que aparece es la voz de una adolescente que cabalga entre dos realidades y lo hace por partida triple ya que sobre su pasado de hija de militantes políticos edifica una nueva realidad en Francia junto a su madre y, además, está en tránsito entre la niñez y una nueva etapa vital con todos los cambios que eso implica, como la compra del primer corpiño para cubrir o atrapar los pechos de su incipiente cuerpo de mujer. Por último, cabalga entre el castellano y el francés, una lengua que debe terminar de hacer suya. Y, en este sentido, la voz adolescente mantiene la misma marca de curiosidad que tenía la voz de la niña. “Traté de mantener esa voz, dice en una entrevista para la televisión española, aunque ya la protagonista entraba en la adolescencia. Es una voz infantil pero que está casi en el umbral de la edad adulta.” 

El nombre del libro responde a una historia que tiene que ver con un relato que una tía que visita al padre de Alcoba en la cárcel le refiere sobre un amigo que tenía como mascota una araña pollito. La “danza” era una muestra de alegría al regreso de su dueño porque sabía que ese regreso significaba que sería liberada de su jaula y ser relativamente libre por un tiempo. No parece casual, dada la historia de Alcoba, que esta historia de regresos y prisiones se haya transformado en material literario. La autora reconoce ese “cuento dentro de la novela” como metáfora de la liberación de su padre. Pero no es el único cuento incluido en la narración general. También se relata la muerte trágica de Mariana, quien se arroja por una ventana. 

Todos estos materiales, según la autora, son llevados desde Argentina a Francia. La presencia del padre continúa siendo epistolar y los puntos de encuentro continúan siendo las lecturas que realiza cada uno. La adquisición de otro nuevo idioma, el alemán aparece como un nuevo exilio. “Papá –dice la narradora en su última novela- no estudió alemán. Tampoco mamá ni Amalia. A veces en esa lengua me siento un poco sola. Muy sola, incluso. El alemán es como un país desconocido, un territorio nuevo en el que me he internado sin guía ni orientación.” Crecer, aunque nunca se lo diga de manera explícita, parece consistir en pasar de un exilio a otro, de una extranjería a otra, quizá como la propia vida de la autora. 

Por supuesto, la araña evoca un tejido que, en el caso de Alcoba, no es otro que el sutil tejido de la memoria que se hace de materiales diversos, a veces marginales, incluso imaginarios hasta fundirse en un todo indiscernible. Alcoba sostiene que el francés fue la lengua que la sacó del silencio, del mandato de no hablar para no delatar la actividad de sus padres en los terribles años de la dictadura. Fue, en cierto sentido, la lengua de la libertad. Afortunadamente la traducción permite recuperar para los lectores el idioma en que la autora vivió su infancia.

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