¿Cuánto tiempo pasará antes que la Argentina sea arrastrada a una guerra que no es nuestra, pero que servirá para consolidar un modelo libertario que hace agua por los cuatro costados?

Comencemos por la violencia interior. Para eso, apelaremos al caso de los Estados Unidos con el tema de los inmigrantes. Ya durante la campaña que lo llevó a la segunda presidencia, Donald Trump había señalado a los inmigrantes como una de las principales causas de los males que aquejan a Estados Unidos. Esa narrativa incluyó a personas migrantes que se comían las mascotas de los norteamericanos, que son responsables de la droga, de la delincuencia y de ser parte de un proyecto tan vasto como falso, un supuesto “gran reemplazo” de la población blanca, anglosajona y protestante de los Estados Unidos. Quizás no hubo tamaña mistificación desde “los protocolos de los sabios de Sión”, esa falsificación antisemita destinada a acusar a los judíos de todos los males del mundo. El relato libertario tiene la ventaja de identificar a quienes cree los enemigos, con suficiente repetición que al final terminan por creer las propias mentiras.
Así es como desató a la ICE (Servicio de Control de Migraciones y Aduanas) en sendos pogromos contra inmigrantes que cazaron personas en los campos y restaurantes donde trabajan, en la puerta de las escuelas y en las plazas donde van los hijos, en los negocios donde se abastecen. Nunca con una orden de arresto, aunque sí con la cuota determinada de tres mil arrestos por día. Los disturbios no se hicieron esperar, y pudimos ver las manifestaciones contra la “Migra” –que así llaman al ICE– y la resistencia de un pueblo en la calle, donde hubo bandera mexicanas y también norteamericanas. La respuesta fue el envío de 2000 efectivos de la Guardia Nacional y 700 marines para “restablecer el orden”, sin consultar al gobernador de California, lo que constituye una intervención federal de hecho. ¡Hasta reprimieron a un senador!
Un ejemplo internacional es el Estado de Israel. A diferencia de las anteriores guerras de expansión por más brutales y breves que fueran, ya desde hace demasiado tiempo que practica la guerra permanente. Que Cisjordania, que Gaza, que el Líbano, que Siria. Que Irán. El asunto es que el conflicto sin fin también y sobre todo moldea la propia sociedad. Eleva la violencia armada a una categoría ontológica: una ciudadanía creada para la guerra precisa de una guerra para existir. Y no es en nombre del derecho a la existencia de un Estado soberano, sino el cumplimiento de una orden divina, inaccesible a los profanos. Lo que, por supuesto, supera cualquier entendimiento racional y cierra toda posibilidad de solución política. Los primeros misiles israelíes cayeron tanto sobre el ala moderada iraní como sobre las negociaciones acerca de la limitación del plan nuclear de Teherán.
La violencia es práctica, siempre que se tenga más letalidad que el enemigo. Aunque es cierto que la muerte masiva no es estética, sobretodo bajo la forma de genocidio. Las imágenes siempre conmueven. Por eso les es necesario apelar a una instancia que pueda anular la razón, para promover un saber limitado y expeditivo. Y esa instancia es la fe religiosa. Por cierto, no hay nada malo en la creencia y la práctica que hacen a la relación que cada cual o en grey pueden tener con la trascendencia. No se explica, porque no es explicable. Introducir ese mecanismo en el campo político o geopolítico cierra cualquier negociación política, que es el campo de las verdades relativas. Atrás queda la edad de la ilustración, en la que Clausewitz calificaba a la guerra como un momento excepcional de extrema violencia entre dos etapas políticas. Política-guerra-política. Ahora es guerra-política-guerra. Y pronto será guerra-guerra. Nunca es posible suponer un estado de conflicto permanente, sólo en las guerras de Oceanía imaginadas por Orwell en 1984, o en la realidad que nos habita hoy.
Ejercer la violencia de manera permanente contra un enemigo, ya sea interno o externo, imaginario o real –o ambos a la vez– es la excusa para no tener política. Permite imponer un orden interno en nombre de la seguridad nacional. ¿Recuerdan las consecuencias de la “guerra contra la subversión” en el país a mediados de los ’70? ¿Cuánto tiempo pasará antes que la Argentina sea arrastrada a una guerra que no es nuestra, pero que servirá para consolidar un modelo libertario que hace agua por los cuatro costados? ¿Y con qué costos? “Ay, razón, has buscado refugio entre los animales y los hombres han perdido la razón”, dice Marco Antonio en el Julio César de Shakespeare. Que por cierto, es una tragedia. «
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