La guerra de espías entre Bullrich y Villarruel

Por: Ricardo Ragendorfer

Villarruel tiene a su cargo en el Senado a varios exmilitares del área de Inteligencia. Bullrich creó la Unidad Especial de Agentes Encubiertos para infiltrar opositores.

Impasible y circunspecto. Ese fue, días pasados, la actitud del jefe de Gabinete, Guillermo Francos, durante una entrevista emitida por el canal de cable DNews, al reconocer una “crisis política” en el Poder Ejecutivo. Aludía así a las internas entre sus integrantes, dirimidas indefectiblemente a carpetazos. Por ello, cada sector en pugna posee su propio aparato de inteligencia.

Una gran escena al respecto ocurrió en el Senado al comenzar la segunda semana de julio. Fue cuando una docena de agentes secretos, quienes portaban valijas con equipos sofisticados, irrumpió allí para, primero, barrer el despacho de la vicepresidenta Victoria Villarruel y, luego, las oficinas de la Dirección de Informática en el edificio anexo, para detectar micrófonos ocultos.

Al frente de semejante operativo estaba el jefe de Seguridad de la Cámara Alta, Claudio Gallardo. Se trata de un coronel retirado que supo desempeñarse en el área de Inteligencia del Ejército durante la presidencia de Mauricio Macri.

Su segundo es Carlos Olivelli, otro antiguo oficial de inteligencia, al igual que el resto del dream team que allí le cuida las espaldas a esa mujer; a saber: los coroneles Juan Gesotoso Presas (subdirector de Auditoria y Gestión) y Jorge Vives (asesor de Estrategia y Asuntos Militares). Tal cuarteto tiene allí, diríase, mando de tropa sobre un puñado de militares subalternos, volcados al espionaje y a la contrainteligencia.

Lo cierto es que semejantes operativos tienen en esos sitios una frecuencia casi semanal y son la comidilla de legisladores, asesores y empleados.

La defensora de genocidas desconfía hasta de su propia sombra.

Tal es el clima que flota en esos sectores del Congreso Nacional. Y, dicho sea de paso, sus detalles llegan con suma puntualidad a los oídos de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich.
Sin duda, el reciente voto de los senadores en favor de los proyectos para frenar la motosierra aceleró la velocidad de esta trama.

Ella, en su condición de “garrote” todo terreno del presidente Javier Milei –quien, como bien se sabe, mantiene una enemistad irreconciliable con la vice– también afina su propio aparato de inteligencia.

De hecho, el paso más reciente que dio en ese sentido fue la publicación en el Boletín Oficial de dos resoluciones para, por un lado, oficializar las normas protocolares de la llamada Unidad Especial de Agentes Encubiertos y, también, del Revelador Digital (cuyo objetivo será crear perfiles apócrifos en las redes sociales con fines persecutorios), además de, por otro lado, poner en marcha un Consejo Académico para la Formación y Capacitación de Agentes Encubiertos.
Ambos asuntos, según la ministra, tienen el loable propósito de combatir una variada gama de “delitos complejos”. Un eufemismo que, en rigor, esconde una finalidad distinta: contaminar toda clase de organizaciones con infiltrados y soplones. Pero con una originalidad: entre sus blancos más preciados también hay “enemigos” de sus propias filas.

De modo que el entorno de Villarruel ahora está en la mira de la ministra.

Pero, en medio de su fervor inquisitivo, tal vez Bullrich descuidara la otra cara de este metier: el contraespionaje.

¿Acaso no teme que su estructura de inteligencia pueda ser vulnerada por infiltrados de algún sector rival del universo libertario?

Pero vayamos por partes

La Unidad Especial estará a cargo de la abogada Graciela Kowalewsky. Ella ya estuvo en el Ministerio de Seguridad durante el macrismo. En esa época cumplió tareas en el área inherente a técnicas de investigación y en el registro de informantes. También es docente del Instituto Superior de Seguridad Pública (ISSP), donde hizo buenas migas con otra profesora del lugar: la jueza federal María Eugenia Capuchetti, quien instruye la causa del fallido magnicidio contra Cristina Fernández de Kirchner. No obstante, su currículum tiene algún que otro detalle que, por ahora, le sería embarazoso exhibir abiertamente.

Por su lado, el Consejo Académico estará integrado por el Juez Ricardo Basílico (del Tribunal Oral Federal N° 1 porteño), secundado por el encargado de Normativa y Enlace Judicial del Ministerio de Seguridad, Fernando Soto, la doctora Kowalewsky y Carlos Manfroni.

No está de más reparar en él

Este sujeto acompañó a Bullrich desde el inicio de su primera gestión en el Ministerio, como subsecretario de Articulación Legislativa.

Habían transcurrido sólo 72 horas desde su designación cuando el gremio de ATE lo denunció por recabar datos sobre “la filiación política, ideológica y sindical” de los trabajadores del
Ministerio.

En paralelo, Horacio Verbitsky exhumaba textos que Manfroni supo publicar alguna vez en el pasquín fascista Cabildo. He aquí dos párrafos: “La libertad y la democracia son obra de la hedionda Revolución Francesa, que para peor también fabricó el amor a la Humanidad, puro onanismo intelectual” y “El rock conduce al desesperado deseo de la muerte e induce al suicidio, como lo demuestran las letras de Spinetta, Moris y Charly García”.

La respuesta del ex Sui Generis no se hizo esperar. En una carta abierta enviada al secretario del Sistema de Medios Públicos, Hernán Lombardi, soltó: “Merezco una disculpa. Compuse ‘Los dinosaurios’, luché contra la dictadura. ¿Y un boludo está en contra de la Revolución Francesa y del amor? ¡No cuenten conmigo, ignorantes!”.

Pésimo debut el de Manfroni. Al día siguiente renunció.

Pero su paso al costado fue en realidad una impostura. Nunca se fue del Ministerio. Y en el mayor de los sigilos fue puesto al frente de la Dirección de Investigaciones Internas, un cargo desde el cual –para alivio de la población civil– únicamente perseguía a policías descarriados.
Aun así, públicamente, él solía quejarse una y otra vez del motivo de su falsa abdicación: “Juzgar a alguien por lo que supuestamente escribió hace ya cuatro décadas y que ya no piensa es una real injusticia”.

Su frase no falta a la verdad: del nacionalismo católico de ultraderecha saltó hacia el neoliberalismo católico de ultraderecha.

Pues bien, ahora está otra vez en el ministerio de la avenida Gelly y Obes.

Pero, al igual que Kowalewsky, su currículum tiene algún que otro detalle que, por ahora, le sería embarazoso exhibir abiertamente.

En este punto, la pregunta se repite: ¿acaso la ministra Bullrich no teme que su estructura de inteligencia pueda ser vulnerada por algún sector rival del universo libertario?

Es que algunos de sus colaboradores ven a Kowalewsky con recelo, a raíz de su presunta amistad con Villarruel. Este vínculo habría nacido cuando ambas se formaban en el Centro de Estudios Hemisféricos William Perry, dependiente del Departamento de Defensa norteamericano.

¿Cuál sería ahora sus explicaciones al respecto?

En tal sentido, el pobre Manfroni tampoco la tiene fácil. Porque su fervor por la “memoria completa” lo llevó a escribir el libro Los otros muertos (2014), justamente en coautoría con Villarruel.

¿Cuál sería ahora su opinión sobre esa sociedad ensayística?

Es que Bullrich también desconfía hasta de su propia sombra. «

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