Hace trece años que funciona Tiempo Libre. Atendió a niños que hoy la ayudan a que el comedor continúa ayudando a otros jóvenes.

La Abuela, como la llaman todos, llegó desde un pueblito de la provincia de Chaco cuando tenía 20 años, lo hizo junto a su pareja de toda la vida, Florentino Insaurralde, dedicado a la albañilería.
Desde ese momento vive en barrio Curita, y hace 13 años inauguró el espacio Tiempo Libre, donde brindan además de merienda y comida, apoyo escolar para los chicos.
Cuando comencé con todo esto estaba muy enferma y mi hija embarazada. Estuve internada y los médicos me dijeron que tenía diabetes. Intente suicidarme, me paré en las vías del tren Mitre, un hombre que estaba cerca me empujó y me salvó. Desde ese día encontré la salida a esa pesadilla a través de los chicos. Mi hija Paola me decía que necesitaba mi ayuda porque iba a ser madre y no tenía recursos. Todo esto y las injusticias sociales que sufrí desde pequeña me llevaron a trabajar con los niños, recuerda emocionada Ermelinda.
Con esfuerzo y perseverancia La Abuela logró la superación personal de cada día: ayudar a los niños le sirvió para sentirse bien con ella misma y la hizo fuerte.
Cada fin de mes le festejamos los cumpleaños a dos o tres chicos a la vez, porque son muchos y no se puede cubrir tanto gasto, de todos modos, acá se preparan las comidas caseras. Los martes hay empanadas y los viernes toca canelones, el resto de los días de la semana el menú varía. Primero dábamos la merienda, pero me decían que tenían hambre, entonces les preparamos las viandas, cuenta la abuela de barrio Curita a Tiempo.
Y continua: Ahora tengo nietos por todos lados, eran chicos cuando empezaron a venir y ahora son grandes y me ayudan, son mis compañeros. Me siento orgullosa de ellos, ver que cada día se suman más es lo que me hace feliz. Hay que cuidarlos y por ese motivo es que molestamos por todos lados hasta que mandaron médicos e hicimos campañas de vacunación, recuerda Ermelinda.
El espacio Tiempo Libre funciona en conjunto con 13 merenderos de la zona, y una vez por mes se reúnen todos en alguna plaza a tomar chocolate y comer galletitas. Está ubicado en el pasillo pasaje San Martín al 8.006, casa Nº 14.
Cada vez que alguien trae algo para repartir a los niños me pone muy contenta porque acá no hay nada. Las chicas que me ayudan en la cocina son hijas de mis vecinos y se criaron acá. Hacemos todo como podemos y con mucho esfuerzo. Recuerdo que mi papá era alcohólico y nosotros íbamos a la chacra a trabajar desde muy pequeños con mis hermanos. Sé todo lo que les toca vivir a ellos y mientras podamos no lo vamos a permitir, en casa tampoco había para comer, finaliza la abuela.
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