La larga marcha, la otra transición española

Por: Jimena Valdez

Cómo fue el proceso que se inició en los '90 y derivó en la caída de Mariano Rajoy y su Partido Popular a manos de Pedro Sánchez y el PSOE. El rol de Podemos y Ciudadanos.

Esta vez no se trató de un instante. El debate por la moción de censura duró dos días. Luego de comparecer el primer día por la mañana en el Parlamento, el ahora expresidente Mariano Rajoy pasó ocho horas en el reservado de un restaurante al lado de la Puerta de Alcalá. Pedro Sánchez, el nuevo presidente, dio todos los pasos importantes de su carrera política dos o más veces. Podemos tocó el cielo con las manos en las elecciones de diciembre de 2015, pero no llegó a asaltarlo. Y Ciudadanos hasta la semana pasada iba a ser el próximo gobierno de España, pero cuando paró la música, el 1 de junio de 2018, se quedó sin silla.

Por arriba

La marcha de España ha sido larga. Durante 1993-2006 el país vivió un boom económico sin precedentes, al ritmo de fondos europeos, dinero barato, casas para todos y siga siga. España era finalmente Europa. Aunque los economistas confiaban en bajar del subidón planeando, el aterrizaje fue forzoso. Bancarrota de Lehman Brothers, crisis griega y la explosión de la burbuja inmobiliaria marca España. Un cocktail difícil de tragar.

Particularmente difícil fue para José Luis Rodríguez Zapatero, del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), en el gobierno desde 2004. Les habían tocado los últimos momentos del boom y oscilaron entre disfrutar de la fiesta, y cortar la música y prender la luz. En el medio, aprobaron medidas que sacudieron a la sociedad española -matrimonio igualitario, reformas progresivas a la ley del aborto, ley contra la violencia de género-, la pacificaron -firmaron el cese del fuego de ETA- e intentaron que rindiera cuentas con su pasado, con una ley de memoria histórica que se ha demostrado insuficiente. Pero la gestión macroeconómica y del bienestar no anduvo tan bien.

La transición de la construcción a otra cosa -¿a qué?- no se logró, y con la explosión de la burbuja inmobiliaria se perdieron en un año más de 1 millón de puestos de trabajo. Luego, la historia conocida: Zapatero se fue un fin de semana a ver a los que mandan en Europa, y volvió para anunciar austeridad: recortes y reformas, laboral en 2010 y 2011, de jubilaciones en 2011. De allí en adelante, dejó de gobernar para los ciudadanos y comenzó a gobernar para los mercados. Obsesionado por no entrar en un programa de rescate con las instituciones europeas y el FMI, cambió la Constitución en una votación exprés para fijar límites al gasto público. Finalmente, llamó a elecciones con cuatro meses de anticipación. Ya todos sabían quién ganaría: el único otro partido que gobernaba en España desde 1982, el Partido Popular (PP).

Mariano Rajoy fue elegido presidente a fines de diciembre de 2011. El 11 de febrero de 2012 publicó en el boletín oficial la nueva reforma laboral. El 9 de febrero de 2012 las cámaras captaron al nuevo ministro de Economía Luis de Guindos susurrándole palabras dulces al oído al responsable de asuntos económicos de la Comisión Europea, Olli Rehn: “Mañana aprobamos la reforma del mercado laboral y vas a ver que será extremadamente agresiva.” Rehn solo contestó: “Eso sería fantástico.”

La reforma terminó con las instituciones de relaciones laborales tal y como eran, y trasladó poder de los trabajadores a los empresarios. En junio de 2012, España solicitó y obtuvo un rescate europeo destinado exclusivamente a sanear el sistema financiero.

En 2013 se reformó el sistema de seguridad social, desligando de la inflación a la revalorización de las jubilaciones. Por aquel entonces la tasa de desempleo tocaba el 26 por ciento. Pero el país no explotaba. Ni iba a explotar. Desde 2013, España volvió a crecer, y el desempleo comenzó a bajar, el tipo de empleo creado y el nivel salarial son otro tema. En diciembre de 2015 tocaba ir a elecciones. El PP y el PSOE se presentaron, pero esta vez no estaban solos: Ciudadanos y Podemos también estaban allí.

Por abajo

Desde 2009 en adelante, los españoles vieron cómo sus expectativas hacían crash: ya no podían ir de la casa -que los bancos les sacaban por impago de una hipoteca que además les obligaban a seguir pagando- al trabajo, que habían perdido. Indignados, se fueron a la calle, acamparon, gritaron ‘no nos representan’. Poco después, algunos de esos se organizaron y con el voto de los españoles tomaron las instituciones. Una nueva generación que prometía regeneración. Matemos a los padres.

En los años siguientes surgió un nuevo partido por izquierda, Podemos, y uno regional saltó a la plana nacional por derecha, Ciudadanos. Podemos fue resultado de aquel proceso de movilización popular y de conversaciones y debates en las universidades. Se presentó por primera vez como partido en las elecciones europeas de 2014 y fue la gran sorpresa: de no existir, a llevarse el 8% de los votos. Meses después, las encuestas lo señalaban como el segundo favorito entre los partidos, apenas detrás del PP y por delante del PSOE. Desde entonces, consolidaron el partido, eligieron a sus líderes y siguieron protestando en las calles. En enero de 2015, después de una masiva Marcha del Cambio, las encuestas todavía decían que tenían el segundo lugar. El siguiente paso fueron las elecciones autonómicas y municipales de 2015, donde Podemos se consolidó como tercera fuerza. El gran desafío eran las elecciones generales de diciembre de 2015.

Ciudadanos fue fundado en 2006 en Barcelona, por un grupo de intelectuales y profesionales opuestos al «nacionalismo obligatorio» catalán. En las elecciones generales de 2008 obtuvieron el 0,18% de los votos. En las elecciones generales de 2011 intentaron ir en alianza con otro partido (UPyD), fueron rechazados y no se presentaron. En las elecciones europeas de 2014 quedaron octavos. La expansión nacional sucedió recién en 2014-2015, mediante alianzas con pequeños partidos dispersos por el país. En las elecciones autonómicas y municipales de 2015, Ciudadanos logró consolidarse como cuarta y quinta fuerza. Las elecciones generales de 2015 cambiarían todo.

En España

En las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015, el PP resultó el partido más votado (28,7%), pero sin reunir los escaños suficientes para formar gobierno. El PSOE quedó segundo (22,01%). En aquel momento, Podemos volaba: habían sacado el 20,7% de los votos. Estaban destinados a heredar el país, y Pablo Iglesias pronunció entonces un discurso lleno de épica. Pero no todavía. Los números no daban.

PSOE en alianza solo con Ciudadanos (13,9%) no llegaba a reunir los votos suficientes, PSOE en alianza solo con Podemos, tampoco. Ciudadanos y Podemos se vetaban el uno al otro, pero Podemos dejaba abierta la posibilidad de sumar a los nacionalistas, algo que el establishment socialista no estaba dispuesto a digerir. Podemos insistía, pero si con una mano ofrecía apoyo, con la otra ponía el freno de mano trazando líneas rojas y los socialistas contestaban con los mismos ademanes. Nadie pudo armar gobierno.

En junio de 2016, el rey convocó nuevamente a elecciones y el PP volvió a ganar (33,01% de los votos), pero seguía necesitando apoyos. Ciudadanos (13,1%) se ofreció a ser el sostén del ejecutivo a cambio de medidas en contra de la corrupción y a favor de la regeneración.

Lo que siguió fue un gobierno inmóvil. Desde 2016 hasta ahora, el PP hizo poco más que resistir, con nula iniciativa y obstruyendo las propuestas legislativas de los demás partidos. La resistencia se intensificó ante los conflictos, uno externo y otro interno: el territorial, con los catalanes declarando la independencia durante menos de un minuto; y la corrupción del partido, con una sentencia que dictaminó que el PP había montado desde su fundación un “eficaz sistema de corrupción institucional”. La resistencia era la estrategia del PP para ganar tiempo, pero el tiempo pasó para todos.

El conflicto catalán estalló en septiembre de 2015 y dividió al país. ¿Eres español o catalán? ¿Qué bandera llevas? ¿Amas a España? Posiblemente por eso la posición de Podemos de convocar a un referéndum pactado -que según encuestas coincidía con la voluntad mayoritaria de la población- no convencía a nadie. La cuestión iba de tripas, no de cabeza. Y ahí se lanzaron las derechas: PP y Ciudadanos. El PSOE se les unió para no perder la estatura de partido de Estado. Represión al referéndum ilegal organizado por el gobierno catalán primero, intervención a la región vía artículo 155 de la constitución después. En el medio, persecución judicial a los líderes del proceso. De arreglar el conflicto nada, de acumular todo. PP distraía de la economía para pensar en la patria, mientras Ciudadanos gritaba golpe de Estado y se convertía en segunda fuerza en intención de voto a nivel nacional y primera en Cataluña, desplazando al PP a la insignificancia. PSOE oscilaba y Podemos quedaba desdibujado. El conflicto se extendió en el tiempo y aun hoy no se vislumbra una resolución. Todos están cansados.

La investigación por corrupción al PP había empezado en 2009 y -a pesar de los intentos del PP por frenarla— nunca dejó de avanzar. El 25 de mayo de 2018 se conoció la sentencia de la causa central -hay varias otras todavía en curso-, que dictaminó que el PP se financiaba ilegalmente desde 1989, intercambiando contratos de obra pública con empresarios. De los 37 acusados, 29 recibieron 351 años de prisión -entre ellos, Luis Bárcenas, el extesorero del PP, se llevaba 33 años-, pero además de las personas el PP nacional fue condenado como beneficiario del sistema de corrupción.

La sentencia llegó apenas un mes después que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, tuviera que renunciar a su puesto por falsificar su título de maestría en Derecho Autonómico de la Universidad Rey Juan Carlos. Cifuentes resistió ante la evidencia y solo dejó el cargo cuando alguien, ostensiblemente de su partido, hizo salir a la luz un video de una cámara de seguridad donde se la ve robar cremas en un supermercado en 2011. Se unió así a otros tres expresidentes del PP de la Comunidad de Madrid (Alberto Ruiz Gallardón, Esperanza Aguirre e Ignacio González) que no pueden aparecer en público por estar implicados o sospechados de corrupción.

Amparándose en la certeza de que «todo estaba atado y bien atado», el PP apretaba los dientes y apostaba a ganar tiempo. Los partidos nuevos habían alterado el campo de juego, pero no habían pateado el tablero. Lo viejo no terminaba de morir, lo nuevo no terminaba de nacer. “El momento político ha tenido un cierre conservador”, decían todos, “el país entero se ha vuelto a la casa”. La economía seguía creciendo, aunque lento y sin repartir. Se seguía creando empleo, aunque precario y de bajos salarios. El PP seguía gobernando. El PSOE seguía oscilando. Ciudadanos estaba enfrascado en un delicado equilibrio destinado a heredar el PP, de modo que debía horadarlo, pero no hundirlo, ser renovación pero jamás dejar entrar a los rojos. “Nuestros hijos votan a Podemos”, decía un histórico dirigente socialista, pero los hijos tardaban en dejar la casa y Podemos se debilitaba. Habían apostado a no manchar sus ideales y seguir acumulando, pero se encontraban sin iniciativa y devorándose entre ellos. Los partidos nuevos pensaban heredar el país, pero los padres aún vivían.

Sin embargo, ese tiempo que el PP pensó que ganaba y que Ciudadanos tan bien capitalizó, tuvo sus efectos, menos visibles, también del otro lado. Esta vez, cuando llegaron a la moción de censura, eran los mismos actores, pero su disposición había cambiado. Ciudadanos fue a cobrar la herencia y se quedó sin nada. Podemos, en cambio, no quiso matar al padre. Esta vez, le tendió una mano. «

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