La lengua de las mariposas

Por: Demián Verduga

Argentina tuvo otros momentos de alta inflación y no terminaron en un giro político fascista.

Dos pibes de unos 13 años van sentados juntos en un colectivo de la línea 71. Son cerca de las 12:30 y hay gente parada en el pasillo. Los pibes llevan sus mochilas en las piernas. Acaban de salir de la escuela y están hablando. Por retazos de la conversación se trasluce que habían estudiado la Revolución Francesa, la reunión de los Estados Generales en el palacio de Versalles, en 1789. Fue cuando nacieron los términos políticos izquierda y derecha. Los conservadores defensores de la monarquía se sentaron a la derecha y los otros, a la izquierda.

Uno de los chicos, de pelo castaño, dijo:

-Ahí surgieron esas ideas de zurdo de mierda que tenés.

El otro se quedó en silencio.

El diálogo trajo el recuerdo de la escena final de la película española La Lengua de las Mariposas. La historia transcurre en un pequeño pueblo de Galicia, en los momentos previos a la guerra civil. Un chico de nueve años, Moncho, establece una relación entrañable con su maestro, un anciano, Don Gregorio. El maestro impulsa un método de enseñanza distinto, en el que no haya castigos físicos para que sus alumnos sean “hombres libres”. 

Las bandas fascistas avanzan por España, secuestrando y apresando. El odio y el miedo llegan al pueblo. Los vecinos comienzan a denunciarse entre ellos. Don Gregorio cae preso con un grupo de “zurdos” y, cuando se lo están llevando en un camión, Moncho sale de su casa y se suma al escarnio público contra los detenidos: “Rojos”.

De vuelta al barrio: los pibes que viajaban en el 71 se bajaron juntos y sin hablarse.

En la Argentina hay dos candidatos presidenciales, de los tres que tienen posibilidades de ganar, que llevan años difundiendo el odio político. Son Javier Milei y Patricia Bullrich. En el acto de celebración de la victoria de Maximiliano Pullaro como gobernador de Santa Fe, Bullrich volvió al discurso que le resulta más natural, en el que comete menos errores de sintaxis. “Es el momento de destruir al kirchnerismo”, dijo. Días antes, en Colombia, Milei había dicho que los “socialistas son la escoria de la sociedad”. Es una época tan reaccionaria que a cualquier mínima defensa de igualdad de oportunidades o de una pizca de solidaridad se la llama “socialista”. Todo lo que no sea un egoísmo abyecto y la defenestración del Estado como instrumento para corregir desigualdades es socialismo.

El hartazgo con casi ocho años de alta inflación ayuda a la búsqueda de un outsider de la política. Pero hubo otras épocas de alta inflación en la Argentina y no terminaron en un voto fascista. Raúl Alfonsín gobernó con aumentos de precios por las nubes todo su mandato y Menem no ganó prometiendo motosierra, sangre, lágrimas y destruir al diferente. Ganó hablando de “salariazo y revolución productiva”. Recorrió el país con poncho y patillas como una especie de Facundo Quiroga. Era el caudillo del interior que venía a relanzar el nacionalismo popular. Después, claro, hizo otra cosa. El ejemplo es para no hacer una relación automática entre la alta inflación y la deriva fascista.

Milei es la coronación, el clímax del trabajo que comenzó hace unos 10 años en el aparato de los medios del establishment y sus periodistas. El odio político sistematizado ha entrado como un rayo en las almas de los niños que viajaban en el 71 el miércoles al mediodía. La ruptura del pacto democrático se ha consolidado. Empezó con el discurso antikierchnerista rabioso, siguió con los presos políticos de Macri y un Poder Judicial al servicio del armado de causas, tuvo un momento cúlmine con el intento de asesinato de Cristina en la puerta de su casa, y ahora cabalga a su coronación con el potencial triunfo de Milei. Por suerte aún no está dicha la última palabra.                         

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