La misma sintonía entre hinchas y jugadores, la señal positiva para Boca

Por: Roberto Parrottino

La clasificación del equipo de Russo a los octavos de final quedó complicada, pero los dos primeros partidos –aún sin victorias, ante Benfica y Bayern Munich– renovaron la ilusión de la multitud que alentó en Estados Unidos.

Boca pierde 1–0 ante Inter de Porto Alegre en la Bombonera. Semifinal de ida de la Copa Sudamericana 2004. Gol del brasileño Rafael Sobis al minuto del segundo tiempo. Y entonces, “ese estadio empezó a hacerse sentir, a rugir, a temblar, y eso desconectó totalmente a los jugadores de Inter”. Lo dice ahora el colombiano Fabián Vargas, quien había entrado en el complemento. En 16 minutos, Boca le metió cuatro goles a Inter (4–2). Fue campeón de la Sudamericana 2004.

Dos años más tarde, en 2006, el colombiano Vargas pasó a Inter de Porto Alegre. Fue campeón del Mundial de Clubes de aquel año (Inter le ganó 1–0 en la final a Barcelona en Japón). Entró en el segundo tiempo. Pero Vargas recuerda lo que le dijeron los compañeros de Inter cuando arribó desde Boca, lo que le detallaron de la hinchada de Boca: “Gringo, impresionante. Nosotros habíamos planificado que si le hacíamos un gol, nos encerrábamos y con eso nos bastaba para eliminarlos. Pero hicimos ese gol y empezó a temblar la tierra, y vimos que se quería caer ese estadio, y nos desconectó totalmente. Lo único que hicimos fue mirar dónde estaba el túnel, hacia dónde teníamos que correr cuando se cayera esa gente sobre nosotros”.

Es la hinchada de Boca que pintó de azul y amarillo el Hard Rock de Miami, la que se apropió del estadio. La que, sea porque le anima la fiestita o por verdad evidente, recibió palabras elogiosas de Gianni Infantino, el presidente de la FIFA que motorizó esta reversión exitosa del Mundial de Clubes. Es la que corporiza “la irresistible locura de Boca Juniors”, como título un artículo The New York Times. La del primer y único “full house” en el Mundial de Clubes (63.587 espectadores ante Bayern Munich). La que saludó, pulgar arriba, el icónico arquero alemán Manuel Neuer. La que, dionisíaca, incluye en la celebración a los guardias de seguridad, siempre negros, resabio de la segregación racial. La que, en esta hermandad entre Argentina y Brasil contra Europa en el Mundial de Clubes, inspiró a un brasileño que, extasiado, propuso en las redes lo siguiente: “La hinchada de Boca debería ser patrimonio cultural de la humanidad. ¡Qué cosa tan hermosa!”.

Pero el fútbol arrastra un problema de base: en el medio del amor de los hinchas a sus clubes, a los equipos que exceden a los jugadores circunstanciales, hay partidos, más de 90 minutos en los que, del otro lado, hay un club más o menos en la misma (nunca idéntico, por aquello de que “podrán imitarnos pero igualarnos jamás”) que puja por lo básico: ganar los partidos que se juegan en el fútbol, el juego de la gente que viajó a ver a Boca a Estados Unidos y también el de los millones que lo miran por TV, a los que la FIFA les dio su “Fútbol para todos” con transmisiones de acceso gratuito mediante la financiación de Arabia Saudita a DAZN.

En los partidos del Mundial de Clubes, frente al Benfica de Portugal y al Bayern Munich, Boca tuvo su minuto fatídico: el 83, la caída por la cuesta después de que pudiera erigirse, remachado con la llegada de un nuevo entrenador que lleva apenas 15 días, como el gigante que es. En el minuto 83 ante Benfica, Boca ganaba 2–1. Y, ante Bayern, igualaba 1–1. Resultados que le hubieran dado la clasificación, si se descuenta que este martes, en el cierre del grupo C, Boca le ganará al Auckland City, equipo semiprofesional de Nueva Zelanda. Así el panorama, Boca clasificará a octavos siempre y cuando el Bayern derrote al Benfica. Si Benfica pierde por uno, Boca debe ganar por seis goles; si Benfica pierde por dos, Boca debe ganar por cinco, y así sucesivamente. “Es el Bayern, es imposible no salir a buscar el triunfo. Vamos a ir a buscar el triunfo al ciento por ciento, no hay discusión”, avisó Vincent Kompany, entrenador francés del Bayern, ante un posible “pacto” de empate entre los equipos europeos. Y agregó: “No me gusta la rotación. La prioridad es ganar el grupo”.

Lo definió el Toto Juan Carlos Lorenzo, DT campeón del mundo con Boca de la Intercontinental 1977: Boca es “Deportivo Ganar Siempre”. Y Boca, en concreto, no le ganó al Benfica ni al Bayern. Estuvo muy cerca. No pudo –o no supo– aguantar el resultado en los minutos finales. En contexto –el Bayern es un equipo de la mesa chica del fútbol de élite, Miguel Ángel Russo recién inició su tercera etapa como DT de Boca, son los mismos jugadores que fueron eliminados en la segunda fase de clasificación a los grupos de la Libertadores, los que fueron reprendidos en la Bombonera y quedaron afuera de local en cuartos del Apertura– puede que sea mucho lo hecho por Boca en el Mundial de Clubes.

Una declaración del viernes por la noche en Miami, luego del partido ante el Bayern, denota todo lo no dicho. “Desde que llegó Miguel hay mucha seriedad en el trabajo. Se respeta una forma”, dijo Agustín Marchesín, arquero de Boca, al que le gusta hablar mucho, y a veces habla en proporción a los goles que luego recibe. Como fuere, Russo, el entrenador más veterano (69 años) en dirigir a Boca en la historia, le cambió la cara al equipo versión 2025. Las claves conceptuales de Russo, en palabras no vacías de cuatro ex futbolistas a los que dirigió en el Mundial de Clubes 2007, son: “armador de grupo”, “tranquilidad”, “confianza”, “simpleza”, “orden”, “credibilidad”, “factor humano”. Así es Russo desde adentro. Boca podrá construir desde lo hecho ante Benfica y Bayern. Y ya, durante lo que quede del Mundial de Clubes, y en el Clausura y la Copa Argentina, los torneos que tiene por delante. Todos: Russo, el plantel cuestionado y Juan Román Riquelme, el presidente de Boca que acaso contrató a Fernando Gago como un DT escudo “político”. Agua y aceite. Gago fue el técnico del Boca eliminado de local ante Alianza Lima dos instancias previas a la Libertadores “de verdad” y con cambio inesperado de arquero antes de la tanda de penales. Eso fue hace cuatro meses.

Uno de los aciertos de Russo (con Gago fue hasta el tercer delantero, suplente y con ganas) es Miguel Merentiel, capitán y goleador de Boca en el Mundial de Clubes, “el jugador más importante de los últimos 28 meses, que es el tiempo que lleva en Boca”, como ironizó un compañero hincha de River pero con cariño por Defensa y Justicia, el club en el que Merentiel se transfiguró en “la Bestia”. En tren de rastrear datos “falopa” que le aporten una nonada a la densidad que acarrea el intento narrativo de dimensionar por qué es el futbolista más querido por los hinchas, el depositario de amor genuino, decimos que Merentiel le rompió el arco de Neuer pero, además, la valla al Bayern en su historia en la Intercontinental–Mundial de Clubes (815 minutos en nueve partidos, el club alemán conquistó dos Intercontinental, en 1976 y 2001, esa ante Boca, y dos Mundial de Clubes, en 2013 y 2020). Los hinchas de Boca nunca olvidarán a la Bestia Merentiel.

Hay, en el fulgor de la ilusión, señales positivas. Russo, el purificador de Boca, calibró en la misma sintonía a la hinchada con el equipo. “La gente, impresionante –dijo–. Para mí no es nada nuevo. Uno se queda con el dolor de perder porque no me gusta perder pero la gente es impresionante. Va a tener mucho que ver. Hay que armar una sociedad importante con el equipo, mientras el equipo siga demostrando que la gente de Boca es así. Es lo que buscamos y queremos. Hablamos mucho con los jugadores. Se sigue hasta la última instancia. Está en nosotros cambiar lo que pensamos a nivel de juego, de lo que es Boca. Boca es Boca y tiene que estar a la altura y a la par de todo eso en el semestre que viene”.

La consigna de los hinchas es la del Che Guevara con Vietnam: “Crear dos, tres… muchas Bomboneras”. Atrás, el Hard Rock de Miami. Adelante, este martes, cuando “el movimiento popular más grande del mundo” juegue ante el Auckland City en el Geodis Park de Nashville. Ganar y perder, dijo el inglés Rudyard Kipling, son dos impostores. Pero Kipling –un “profeta del imperialismo”, como lo llamó George Orwell– era un anti fútbol (en 1880 se burló de “las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”). Y quizá nunca supo de Boca, de su “jugador N° 12”, de “la que llena la cancha, la más grande del mundo”.

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