La otra cara del Caribe: la dictadura de Haití al servicio de los EE UU

El gobierno de Jovenal Moïse sirve de ariete para quebrar la Caribbean Community y la Cuarta Flota utiliza sus aguas, mientras denuncian “una explosión de inseguridad y bandas armadas que imponen el terror”.

La llamada democracia occidental se ha fijado una sola meta o, dicho objetivamente, sigue al cencerro que suena en Estados Unidos y actúa en consecuencia, como las ovejitas que marchan convocadas por el monótono campaneo que las vuelve dóciles, hasta llegar al final del camino donde las espera el golpe seco que las deja listas para cuerear y desollar. Todo pasa por borrar a Venezuela del mapa, y eso significa atacar al país bolivariano in situ o minando sus bases desde afuera. En este doble juego aparecen las contradicciones. Por ejemplo, se intenta imponer, democráticamente claro, unas elecciones en Haití, donde su gente no las quiere ni las necesita, y a la vez impedir, democráticamente también, unas elecciones en Venezuela, donde todo está dispuesto para ir a votar el 6 de diciembre.

En los últimos días se han multiplicado las acciones desestabilizadoras en el norte de Sudamérica y en el Caribe, y allí meten mano tanto las potencias de América del Norte como las de Europa, los organismos regionales y los globales, los más oscuros personajes. Por supuesto que si Venezuela es el objetivo, es lógico que la peonada se haya puesto a disposición y que estén usando a Haití y su dictador, Jovenal Moïse, para acorralar al gobierno del presidente Nicolás Maduro. Desde setiembre pasado volvieron al cielo haitiano los drones que aterrorizan a la gente, y a las aguas del Caribe las fragatas de la Cuarta Flota, que intimidan o actúan para impedir el paso a todo mercante que lleve combustibles, alimentos o medicinas a la bloqueada Venezuela.

Organizaciones sociales dijeron que “se registra una explosión de inseguridad y proliferan bandas armadas para imponer el terror, sacar a la gente de las calles, acentuar la represión  y forzar la realización de unas elecciones que no necesitamos, porque lo que queremos no es una farsa sino una transición en paz, con trabajo y seguridad”. Entre enero y junio de este año la ONU documentó 159 asesinatos a manos de las pandillas, que el 31/8, además, perpetraron una masacre en dos zonas de Puerto Príncipe, con decenas de muertos. El 28/8 las bandas asesinaron también al presidente del Colegio de Abogados, Monferrier Dorval, y el 5/10 al estudiante Grégory Saint-Hilaire. El 9/7 habían desfilado por la capital exhibiendo sus armas y haciendo disparos al aire.

Detrás de los ataques y la siembra del terror en Haití, lo que se intenta es cerrar el cerco sobre el gobierno de Venezuela, golpear colateralmente a Cuba (que también necesita el petróleo llegado del exterior), quebrar a la Caribbean Community (la alianza de países anglófonos que ha dado muestras de autonomía con respecto a Venezuela) y debilitar la alianza Petrocaribe (una entidad solidaria creada en 2005, a instancias de Hugo Chávez, para abastecer de crudo barato y con cómoda financiación a 16 países del Caribe).  

En su documento, las organizaciones sociales exigieron a la comunidad internacional, y en especial al Core Group –equipo de trabajo integrado por la ONU, Brasil, Canadá, Francia, Alemania, España, la Unión Europea (UE), Estados Unidos y la OEA–,  que encare una ofensiva diplomática que “incluya una rendición de cuentas por las medidas tomadas, entre otras, por qué la UE  entregó 75 millones de dólares al gobierno de Moïse y qué uso se dio a ese dinero girado para la organización de las elecciones” (hablan de “fetichismo electoral de Occidente”). Pidieron, además, que la UE responda por “la estafa de la alemana Dermalog, encargada de elaborar la documentación que debería usarse en esa elección”.

Junto a la indignidad global esta semana afloraron gestos de dignidad de parte de la Justicia británica, el gobierno de Suiza y los partidos históricos de Venezuela. El lunes 5 un tribunal de Londres anuló la decisión de un juez que había entregado al diputado Juan Guaidó las 30 toneladas de oro (unos 1000 millones de dólares) que Venezuela había guardado en 2006 en las cámaras blindadas del Banco de Inglaterra. Falta un paso para que el oro sea devuelto al Estado venezolano, pero el fallo fue una derrota para Estados Unidos y Guaidó. El mismo día, Maduro recibió las cartas credenciales del nuevo embajador suizo, Jürg Sprecher, un categórico gesto de reconocimiento a su gobierno. Por último, el 8/10, los mayores partidos de la oposición dura –Acción Democrático, COPEI, Cambiemos y Avanzada Progresista–  reconocieron que existen todas las garantías para celebrar las legislativas de diciembre.

Estados Unidos había tenido su pequeña revancha anticipada en Ginebra. En el siempre refractario territorio del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, se anotó su primera victoria desde aquel 1962 en el que Cuba hizo que el mundo ignorara las amenazas de John Kennedy. El 2/10 alineó a la peonada, a los de siempre, a los nuevos y a los flamantes. Los que jamás comulgaron con los principios bolivarianos, sanmartinianos y artiguistas y con la diplomacia americanista de la no intervención y el respeto a la autodeterminación de los pueblos, los que recularon con las dictaduras y allí se quedaron y los que “compran”, vana ilusión, la entelequia de que algún organismo –BID, Banco Mundial, FMI, quizás–  sería capaz de romper con su núcleo para ayudarlo a despegar.

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