La patria a la vuelta de la esquina

Por: Mónica López Ocón

La plástica Nora Iniesta vuelve a sorprender con el segundo volumen de su proyecto Buenos Aires en blanco y celeste.

Dicen que no se es de ningún país, sino del país de la infancia. La artista visual Nora Iniesta lo confirma con su propia obra. «Lo que hago –explica– tiene que ver con las técnicas básicas que aprendimos de chicos: cortar y pegar, hacer collages, pedacitos que uno va recortando y pegando para hacer un todo. Del mismo modo llego a trabajar en Rasti o en venecita. La mía suele ser una obra lúdica, poco tradicional. Luego, hay temas recurrentes, como la Argentina, como Buenos Aires que es el lugar donde nací, donde decidí vivir y donde trabajo. No me crié aquí, sino en Lomas de Zamora donde estuve hasta los 21 años, pero todas mis actividades estaban acá.”

Asegura que le gusta recuperar en sus obras oficios femeninos perdidos a los que define con una palabra modesta que también tiene que ver con la escuela de otro tiempo: labores. Así lo atestiguan tres bastidores, cada uno de los cuales muestra un mapa de la Argentina bordados con los colores de la bandera. Trabaja con diferentes técnicas y asegura que nunca sabe cuál es el soporte que va a utilizar. «El conocimiento de distintas técnicas –afirma– me permite encontrar la que mejor se adecua para expresar algo en un momento determinado. La técnica está al servicio de lo que uno quiere manifestar. Cuando me interesa una técnica determinada, busco a los mejores para que me asesoren y trabajen conmigo. De otro modo, mi obra no podría ser tan abarcativa.

“Buenos Aires en blanco y celeste. Otra geografía, por ejemplo, es un proyecto fotográfico, del que ya apareció el segundo tomo. En él no corta ni pega, pero descubre o redescubre la patria –esa noción que es de las primeras que se aprenden en la escuela– en las ventanas de la ciudad, en las paredes, en las zapatillas de un transeúnte, en un toldo, en un prendedor, en una reja…La patria, parece decir, está en todas partes, repartida, fragmentada, como si los papelitos del collage que conforman el todo hubieran sido diseminados por un viento fuerte. El trabajo fotográfico se convierte entonces en un collage en sentido inverso.

De Buenos Aires en blanco y celeste dice que es «un ejercicio plástico» porque es salir a «cazar», pero no a la búsqueda, sino al encuentro. «Salgo a documentar Buenos Aires en blanco y celeste –dice– y por ahí transito la misma calle que transité muchas veces, pero quizá porque salgo con un fin determinado, descubro cosas que antes no había visto. Pero nada en el libro es forzado, nada está preparado. Todo es producto del encuentro. Lo que me interesa de estos libros, que salieron con un año de diferencia, es que documenten una ciudad que es dinámica, que cambia, que se modifica y, por lo tanto, muchas de las imágenes son únicas e irrepetibles porque son fugaces. La foto hace posible que lo que tiene movimiento quede documentado para siempre en una placa inmóvil. Hay más exteriores que interiores porque los exteriores son compartidos y los interiores, más intimistas. Me interesa que quien abra el libro pueda encontrarse con imágenes reconocibles como la Pirámide de Mayo o el Obelisco, pero el Obelisco como algo blanco sobre un cielo celeste.»

Y agrega: «Yo veo la patria encarnada en objetos de la vida cotidiana. Tengo una bandera argentina hecha en Rasti que está en Ezeiza. Hoy, en el banco, por ejemplo, la persona que me atiende me dice «le voy a mostrar la cantidad de fotos que me saqué allí para el Mundial. También mis tíos se sacan muchas fotos cuando vienen de Italia». Esa obra se instaló en 2010 y el hecho de que alguien lo considere como propio, se sienta representado en algo que hizo uno, es una gran satisfacción. El arte comunica y es una apertura.»

Estar en su taller de San Telmo, es como asistir a la cocina de su obra. Diferentes objetos y ángeles en cajas con frente de vidrio, un antiguo cochecito para muñecas, casitas de madera pintadas de un color melancólico, platos celestes con escarapelas, «manualidades» que remiten a la niñez imponen su propio clima y establecen un corte con el exterior como si constituyeran otro mundo dentro del mundo.

La artista explica que Buenos Aires en blanco y celeste es un trabajo en dos tiempos: «Uno hace fotos ágilmente, pero luego es una tarea de taller ver lo que hizo. La primera fase consiste en acumular, de la misma manera que lo hago en mi estudio donde reúno diferentes objetos y luego voy seleccionando, eligiendo cuál va con cuál. El libro se arma de la misma forma porque una cosa es registrar y otra seleccionar. De 500 fotos pueden quedar 50. En esto tomo la frase de Picasso que dice que la pintura trabaja por eliminación. Yo tengo formación de pintora. Elimino para que quede lo esencial. Trabajo en conjunto con un diseñador que también es fotógrafo y veo cuál de las imágenes da para hacer una doble página, cuál es la indicada para hacer un contrapunto interesante pensando primero en uno y luego en quien lo va a recibir, Eso es algo muy grato. Así que espero que haya muchos otros libros porque me gusta tomar un tema y agotarlo.»

Asegura que se formó cuando había valores muy absolutos respecto del arte y que hoy se han expandido las fronteras, que todo es más relativo. «Con lo que hago –afirma– no pretendo provocar, irritar o modificar nada. Estoy formateada así desde hace mucho tiempo y creo que hay que ser fiel a uno mismo. Luego podemos discutir si esto es arte o no, si es mano de obra, como dice Juan José Cambre. Es un hacer y ojalá sea arte.» «

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