Columna de opinión.

Como es sabido, Arabia Saudita lleva adelante una forma extrema de patriarcado cristalizada en la legislación de tutela masculina que restringe la libertad femenina. La tutela pasa de padres a maridos quienes conceden o nopermiso para trabajar, viajar al exterior, casarse, ser liberadas de prisión o tener atención médica. Bajo este artilugio legal discriminatorio, las saudíes son tratadas desde su nacimiento hasta su muerte como menores de edad. A este sistema de segregación la activista egipcia Mona El Tahawy lo llama con razón “apartheid de género”.
Casualmente, hace unos meses en un taller de escritura feminista en una ciudad de Medio Oriente conocí a una joven saudí que un año antes había escapado de su familia. Ella había logrado casarse a escondidas con un amigo y éste, convirtiéndose en su tutor, le había concedido el permiso para viajar fuera del país. Al parecer, algunas pocas afortunadas logran acceder a este privilegio. En abril de 2017 Dina Ali, de 24 años,tuvo menos éxito en concretar suescape y fue devuelta desde Filipinas al reino atada de pies y manos en una silla de ruedas. No se sabe qué sucedió con ella.
Así entonces Rahaf no es la primera que intenta huir de su país para poder vivir libremente. Pero sí es la primera en lograr ser escuchada y asistida por las redes de activistas feministas y de derechos humanos que presionaron y esta vez sí fueron escuchadas por los organismos internacionales que actuaron con insólita velocidad. El Tahawy tuvo allí un rol fundamental en difundir sus mensajes.
Por supuesto aparecieron rápidamente miles usuarios de Twitter para atacar a Rahaf. Muchostrolls, algunos hombres-tutores y unas cuantas mujeres que por una porción limitada de poder defienden al patriarcado. Lo usual. Pero también una multitud de jóvenes saudíes que se sintieron motivadas por la experiencia de Rahaf y que como las chicas de todo el mundo sueñan con un mundo en el que puedan “vivir libres, independientes y con dignidad”, tal como pedía Rahaf en sus mensajes. Con ese mundo también sueñan las activistas Hatoon al Fassi, NoufAbdulaziz, Mayya Al Zahrani, Eman Al Nafjan, Aziza Al Youssef, Loujan Al Hathoulpresas e incomunicadas hace meses en las cárceles saudíes por demandar más y mejores derechos para las mujeres de ese país. Sin lugar a dudas, ellas son la vanguardia de esta revolución.
La criminalización de las feministas, que en ese país son torturadas con prácticas aplicadas tradicionalmente a los acusados de terrorismo, parece evidenciar a partir de una simple ecuación que somos el nuevo “otro” del sistema.Somos una amenaza para los gobiernos y para la vieja política, que se cae a pedazos: lo político se ha vuelto personal y esta revolución ha venido a cambiarlo todo.
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