La Selección como encuentro de celebración

Por: Alejandro Wall

Si para los jugadores que vienen de otras batallas este idilio con los hinchas es una reivindicación, para los nuevos el partido con Uruguay resultó el afianzamiento de un amor. Una conexión que va del césped a las tribunas.

Mientras sus compañeros estaban en plena producción ofensiva, atacando a la nave uruguaya, en algún momento del segundo tiempo cuando todavía el partido estaba 2-0, Emiliano Martínez se paró a unos cincuenta metros de la medialuna de su área, los brazos firmes a sus costados, alguna indicación a los que tenía más cerca, para entregar ese tipo de seguridad extra que tienen los arqueros cuando la pelota no es asunto suyo. Son de esas escenas frías que no toman las cámaras de la televisión y que por primera vez pudieron ver los hinchas argentinos en el Monumental. 

El arquero de la selección ya había hecho lo suyo en el primer tiempo cuando se comió en tres atajadas las esperanzas de Luis Suárez -dos veces- y Federico Valverde, unos minutos que lo convirtieron en una gigantografía frente al arco. El partido todavía estaba cero a cero, con dominio argentino pero con latigazos uruguayos, quizá hasta ahí los más peligrosos. Sin esas apariciones de Dibu Martínez, no hubiera ocurrido lo que siguió. Fueron el cemento del camino a la victoria, el 3-0 a Uruguay, un hilo de 24 partidos sin perder para la selección y el horizonte despejado hacia Qatar 2022.

Las atajadas de Dibu Martínez se celebraron como la banda soporte del festival que un rato después regalarían los goles de Lionel Messi, Rodrigo De Paul y Lautaro Martínez. Antes, incluso, dio un pase con las manos para que De Paul teletransportara la pelota hacia Giovani Lo Celso en la jugada donde la pelota pega en el travesaño, pica y sale. Además de la técnica, Dibu Martínez contiene en un mismo cuerpo -y una misma mente- la tranquilidad inglesa y el torbellino argentino. Es capaz de llevar serenidad a sus compañeros como también de desquiciar rivales.  Y aunque el arquero del Aston Villa ya había constituído un vínculo con los hinchas, hasta esta noche de Buenos Aires todo había sido virtual, mediado por la pantalla. No había podido jugar el partido contra Bolivia después de los sucesos en Brasil a pesar de que él mismo había liderado la rebeldía contra los clubes de la Premier que no querían ceder jugadores. “Próxima parada Argentina”, tuiteó antes que todos esa vez. Lo que no pudo con Bolivia, lo consiguió con Uruguay, sus primeras atajadas festejadas en tribunas argentinas. Fue el fin de la virtualidad, los hinchas pudieron saber que Dibu no es sólo un meme. No es sólo un sticker de WhatsApp.

Si para los jugadores más viejos de la selección -los que vienen de otras batallas- este idilio con los hinchas es una reivindicación, para los nuevos, los desconocidos de ayer, el partido con Uruguay resultó el afianzamiento de un amor. Unos pasos adelante de la gigantografía de Dibu, clavó la suya Cristian Romero, Cuti, que desplegó su arte del quite frente a los uruguayos, siempre robando parado, con la simpleza de los que nunca se caen. Nunca hay ruido en su marca. Según @DataRef, recuperó trece pelotas. No cometió ninguna infracción. 

Dibu y Cuti -apodos que generan cercanía- simbolizan a los nuevos. Simbolizan lo nuevo, lo que parió Lionel Scaloni. Hubo una jugada en el segundo tiempo donde el equipo salió de abajo con presión uruguaya, fue al límite, la pelota pasó por los pies de Dibu, todos metidos en el área, y logró salir limpia. Dibu aplaudió a los suyos, los animó, les agradeció. Eso es construcción de confianza. Para Cuti fue también el fin de la virtualidad, la primera vez con los hinchas, pero sobre todo la posibilidad de mostrar su categoría. Hacía demasiado tiempo que no había sociedad defensiva tan firme como la que conforma con Nicolás Otamendi. Cada vez que los dos jugaron con Dibu en el arco, la Argentina no recibió goles. Son nombres que comienzan ya a tener otro espesor en la selección. Los hinchas quieren ver a Messi, pero ahora también los quieren ver a ellos. Como a De Paul, que se llevó el grito de su nombre de pila desde las tribunas cuando salió. Messi es todo, pero el control operativo del equipo parece propiedad de De Paul. En el tercer gol, Messi es el que idea la segunda jugada cuando se amontonan uruguayos a su alrededor con terror a abordarlo. De Paul es quien le entrega la solución cuando se muestra a su derecha. Centro y gol de Lautaro, que tiene 16 en 33 partido y que un rato después salió de la cancha y quebró en llanto sentado en el banco.

De Paul, un partidazo, había cerrado el primer tiempo con gol propio, el segundo de la Argentina después de que Messi hiciera el suyo sin querer gracias al aporte de Nicolás González en su intento fallido y de la confusión del arquero Fernando Muslera. Ya acumula 80 goles con la selección. Pero no son sólo los goles, es verlo. El estadio se electrifica cuando acelera, la explosión del asombro. 

Lo que esta noche fue 3-0 pudo ser más. Ante la flacidez de Uruguay, un equipo que se admitió vencido, la Argentina se lució. El equipo se dedicó al toque, la gente se deliró con ole, ole. Estos clásicos tienen antecedentes que supieron ser más rocosos, con partidos sin goles, de pocas diferencias, básicamente aburridos o hasta de acuerdos velados. Esta noche fue distinta, como ocurre con esta selección. Los partidos de la Argentina se convirtieron en un encuentro de celebración, las ganas de disfrutar a un equipo, su fútbol y compromiso. Las ganas de ovacionar jugadores. Y de venerar a Messi. A ese lugar subió la vara celebratoria este equipo: para todos puede haber una ovación, para Messi hay reverencia. El de este domingo entre feriados fue el segundo partido con hinchas de la selección. Bolivia había implicado la vuelta, Uruguay fue otra función de fiesta. Hasta el buen tiempo quiso ver al equipo. La lluvia sobre Buenos Aires recién cayó un rato después. 

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