La telaraña política que asoma detrás del asesinato del colectivero Barrientos

Por: Ricardo Ragendorfer

Los enigmas que aún persisten sobre los rasgos del operativo para robar la unidad de la línea 620. Las giras de Bullrich por La Matanza y su relación con la UTA. El regreso de Burzaco.

Esta trama arrancó con un “confuso episodio” –en el sentido policial, político y hasta filosófico de la palabra–, al punto de que, en un primer momento, el propio gobernador bonaerense Axel Kicillof comparara su coreografía con la del asalto a un camión blindado; a saber: la irrupción en un vehículo de gran porte con el fin –en un lapso cronometrado– de alzarse con un atractivo botín. Sólo que, en esta ocasión –según se estimaba– el propósito habría sido consumar un acto de alto impacto. Pero en esta historia nada es lo que parece.

Pues bien, lo sucedido durante la madrugada del lunes 3 de marzo –tal ubicación temporal no es un dato menor– fue un simple “achaco al voleo” de un colectivo –el interno 87 de la línea 620– sin recaudación en moneda –los boletos se abonan con la tarjeta SUBE– y con apenas cuatro o cinco pasajeros –entre ellos un policía porteño fuera de servicio–. El hecho se produjo en una sombría esquina del barrio Vernazza, de Virrey del Pino, al subir dos siluetas armadas, que bajaron ocho segundos después. En el interin se apoderaron del bolso de una mujer, además de fusilar al conductor con una Beretta calibre 40.

El repliegue fue a bordo de un Fiat Siena –conducido por un tercer hampón–, mientras, colgado del estribo, el policía de civil disparaba sin dar en el blanco.

La víctima fatal resultó ser Daniel Barrientos, de 65 años, a quien sólo le faltaban unos días para jubilarse, lo cual potenció la repercusión mediática de su asesinato hacia algo que no fue un simple “carancheo”.

Ya se sabe que este asunto tuvo violentas derivaciones: la represión de la Policía de la Ciudad a la protesta gremial –que incluía el corte de la avenida General Paz– y la brutal golpiza al ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, en manos de sujetos que estaban entre los trabajadores del transporte cuando intentaba negociar con ellos.

Pero vayamos por partes.

Mar de fondo

El 15 de diciembre de 2015, cinco días después de que Mauricio Macri llegara a la Casa Rosada, velaban en Santiago del Estero a los 42 gendarmes muertos en un accidente vial cuando eran trasladados a Salta.

En la ocasión, dos empleados ingresaron una inmensa corona floral en cuya faja de tela resaltaba el nombre de la nueva ministra Patricia Bullrich.

Fue cuando el saliente jefe de Gendarmería, Omar Kannemann, susurró al oído de su reemplazante, Gerardo Otero:

–Tenga mucho cuidado con ella.

Su interlocutor, sorprendido, quiso saber la razón. La respuesta fue:

–Porque esa mujer es yeta.

Al respecto, quiso la Divina Providencia que, a fines de marzo pasado, Bullrich justo visitara en La Matanza, con fines de campaña, la terminal de la línea 216 (uno de cuyos internos fue asaltado horas después del crimen de Barrientos).

Esa vez grabó un spot en el que también aparece un chofer  que dice: “Es muy complicado salir en un colectivo a las cuatro de la mañana y que no haya un policía en la calle”.

Se trataba del Jorge Galiano, nada menos que uno de los más virulentos agresores de Berni (tal como se vio los videos), quien fue detenido por ello y después liberado. El tipo pertenece al ala burocrática de la Unión Tranviaria Automotor (UTA) –que conduce Roberto Fernández– y coptada por el PRO.

En aquella misma gira matancera, la señora Bullrich también encabezó un acto de mujeres macristas –así como se ve en una fotografía subida el 30 de marzo en su cuenta de Twitter–, donde resalta una pancarta manuscrita en la cual se lee: “Nos quitaron tanto que nos quitaron el miedo”.

El tema es que esa misma pancarta fue vista durante los incidentes del 3 de abril en la  avenida General Paz, pero en manos de otro agresor de Berni.

El abogado Silvio Piorno –quien representa a Galiano y a Jorge Zerda, el segundo colectivero detenido–, al ser entrevistado por Radio Mitre, señaló: «Los choferes han sido desbordados. Se les salió la cadena, como vulgarmente se dice. Alguien prendió la mecha y ellos se sumaron”. Por último, no dudó en agregar que “hubo infiltrados”.

A su vez, el abogado Alfonso Franze –quien patrocina a la familia de la víctima–, evitó pronunciarse en tal sentido. Se trata de un antiguo dirigente del radicalismo de La Matanza, alineado con Juntos por el Cambio (JxC), lo cual, desde luego, no echa en este caso un manto de sombra sobre su rol.

La ley y el orden

Los incidentes de aquel lunes significaron asimismo el bautismo de fuego del nuevo ministro de Seguridad porteño, Eugenio Burzaco, un profesional de la represión política y el punitivismo social. A su juego lo llamaron.

Los casi ciento cincuenta mastines humanos de la mazorca larretista que desembarcaron justo en el límite territorial entre la CABA y el Gran Buenos Aires no auguraban nada bueno.

De hecho entraron en acción cuando el incidente con Berni ya se había apaciguado, y él dialogaba pacíficamente con los colectiveros. Fue en ese preciso instante cuando un RoboCop porteño le prodigó un “escudazo” en la cara a un colectivero que departía con otro uniformado. Entonces, la reacción pavloviana de aquella tropa se tradujo en palazos, balas de goma y gases lacrimógenos, en medio de corridas a campo traviesa. Berni, desde su posición, no daba crédito a sus ojos.

Menos aún cuando una treintena de policías larretistas se abalanzaron sobre él, encajándole de prepo un casco de ciclista y lo sacaban de allí a la rastra, mientras Berni bramaba una y otra vez: “¡No me quiero ir!”. Luego calificó lo sucedido como “una detención”.  

Dicen que el ministro porteño disfrutaba de aquella escena a través del plasma que hay en su despacho.

“Que (Burzaco) no me llame porque se va a comer una flor de puteada”, diría Berni, ya en el Hospital Churruca.

Esta vez el macrismo había llevado el “carancheo” demasiado lejos, no sin exhibir una vez más su rapidez de reflejos para las tragedias. Ello –dicho sea de paso– constituye su mayor capital político. ¿Acaso no fue también un ejercicio de pacificación del internismo del PRO entre Bullrich y Larreta?

Dos días después se anunció el arresto de los supuestos asaltantes del colectivo de Barrientos. Ellos son los primos Alex y Daniel Barone (quienes subieron al vehículo), además de Rodrigo Carlos Pititto (que los esperaba en el Siena). También cayó Antonio González, sindicado como quien robó dicho automóvil.

En lo policial, el caso estaba resuelto. Pero eso ya era lo de menos. Ahora, La Bonaerense realiza operativos callejeros haciendo bajar a los pasajeros y poniéndolos contra el colectivo para así cachearlos.

Un emotivo homenaje a la última dictadura.  «

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