La villa en cuarentena: los comedores que evitan que el hambre se vuelva otra pandemia

Por: Nicolás G. Recoaro

Sin changas, hacinados y con la solidaridad de las organizaciones al límite, los habitantes de las barriadas pobres son los que más sufren el aislamiento social obligatorio.

La boca del pasillo se abre en el cruce de Río Cuarto e Iguazú, pleno arrabal proletario del sur de la Ciudad, cerca del puesto de Prefectura donde un cabo flaco hace guardia, ataviado con barbijo y guantes. Es media mañana en la Villa 21-24, la barriada popular que ocupa la triple frontera entre Barracas, Parque Patricios y Nueva Pompeya. Arriba, el cielo está tramado por una nervadura de cables tendidos sin ton ni son. Abajo, el pasillo egoísta de un solo carril lleva hasta el siempre generoso comedor popular.

Lilian Gómez es militante de Barrios de Pie y motor de este espacio que brinda a los vecinos más desamparados de la 21-24 un plato de comida caliente, un mate cocido con galletitas, un poco de pan. “Se hacía merienda y cena, pero con la cuarentena empezamos a dar también el almuerzo. Se va poniendo difícil la cosa”, explica Lilian desde la cocina, mientras revuelve con esmero una olla repleta de tallarines. Las filas frente a los comedores de los movimientos sociales y cultos religiosos son la postal amarga que empieza a dejar la llegada de la pandemia. “Es que la gente está con el último mango o directamente sin un peso –asegura Lilian–. La mayoría de los vecinos son changueros, obreros de la construcción, feriantes. Trabajos que en estos días no existen más”.

Lilian entregaba 85 raciones diarias. Esta semana hubo que estirarlas para más de cien personas. “Me llaman para pedirme si pueden pasar a buscar un plato. Ahora hay lista de espera. Las organizaciones sociales estamos poniendo el pecho, pero necesitamos que Ciudad y Nación manden refuerzos en las viandas y la mercadería”, pide la mujer, antes de llenar los tuppers de los vecinos que van arrimándose para el almuerzo.



“La cuarentena acá se vive con angustia. Sabemos que tenemos que quedarnos en nuestras casas por lo del coronavirus, pero se hace difícil. Hay que estar encerrados y somos muchas personas, con criaturas, entre cuatro paredes. Poco aire, con suerte una ventana, muchos sin agua, y con la policía o los prefectos retando todo el tiempo. A esos mejor tenerlos a distancia”, dice Gustavo Gómez, cocinero del comedor. El hacinamiento, la falta de servicios básicos, el hostigamiento de las fuerzas de seguridad y el miedo a los saqueos no son los mejores aliados del aislamiento preventivo decretado por el gobierno. Cuatro millones de argentinos sumergidos en la pobreza se preguntan todos los días cómo van a sobrevivir. “Acá no hay alcohol en gel, pero sí mucho dengue –asegura el cocinero mientras raya un queso duro para las viandas–. Todo el mundo habla del coronavirus, de lavarse las manos, y está muy bien. Pero caen dos gotas y esto es un criadero de mosquitos”. Gustavo se acomoda el barbijo obligatorio y cuenta que extraña con locura jugar al fútbol con los pibes en el potrero. También ir a las clases de gastronomía internacional que estaba cursando: “Me mandan los apuntes por mail. Pero como el ciber está cerrado, no tengo dónde imprimirlos. De última, leo algo y practico acá en la cocina. Me la rebusco, como siempre”.

Marisol Aquino llega puntual al reparto del almuerzo, sola, con una bolsa llena de tuppers vacíos. En su casa la esperan sus dos nenas: “La llevamos como podemos. Hacen los deberes, que copiamos del teléfono. No quiero que dejen de hacer la tarea. Están aburridas, pero ya les expliqué que no tienen que salir”. Marisol no se puede guardar. Hacía changas, ahora no hay, la billetera está muy flaca. Sin el comedor, confiesa, no llega.

Eli y Marilú hacen la fila sin chistar. Matan el tiempo tarareando una canción de la Bersuit que suena en el pasillo. Mantienen la recomendada distancia social. Cuentan que dan una mano en el merendero todas las tardes. También en las –por ahora– suspendidas clases de apoyo escolar. “Me da pena, porque recién empezaban –lamenta Eli–. Pero en realidad lo importante es que no le falte la merienda a ningún pibe del barrio”.

A Lilian le queda un rato largo en la cocina. Se despide agitando esas manos solidarias que llenan las panzas de sus vecinos. Sobre su cabeza hay un cartel escrito a mano. El nombre del comedor: “Corazón Abierto”. 

Campaña de donaciones 


El Movimiento Barrios de Pie comenzó el jueves una campaña de donaciones solidarias en todo el país para ayudar a las familias más humildes con alimentos y elementos de limpieza. «Hoy el arma más efectiva contra el coronavirus es la solidaridad de la gente y el fortalecimiento de la organización comunitaria», dijo su coordinador nacional, Daniel Menéndez, además subsecretario de Políticas de Integración del Ministerio de Desarrollo Social.

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