La vuelta al keynesianismo militar

Por: Alberto López Girondo

John Kenneth Galbraith fue un economista estadounidense nacido en Canadá que ocupó el cargo de subdirector de la Oficina de Administración de Precios durante la presidencia de Franklin D. Roosevelt en 1940 y luego fue asesor de John Kennedy y embajador en la India en 1961. Es decir, siempre estuvo ligado a sectores considerados “progresistas” dentro del Partido Demócrata y sería algo así como un keynesiano “portador sano”. Escribió infinidad de libros –con un estilo sencillo, esclarecedor y hasta divertido– durante su dilatada vida. Murió a los 97 años en 2006, en plena lucidez, o sea que tuvo mucha tela para cortar en esos años.

En uno de sus trabajos, La sociedad de la opulencia, de 1958, señala que desde el fin de la II Guerra Mundial surgió una puja ideológica en EE UU entre los conservadores y los liberales acerca del gasto público como impulsor de la economía del país. La forma de resolver la cuestión, desliza, fue que los conservadores abrazaron la doctrina keynesiana y abdicaron del monetarismo porque finalmente el Estado gastaba el dinero en armas “para proteger a los ricos de la amenaza comunista”. Así, todos votaban para solventar las aventuras en Corea y Vietnam sin reparar en gastos.

En 1992 retoma el asunto en La cultura de la satisfacción, donde agrega que desde entonces “ningún político, fuese cual fuese su identificación partidista, podía permitir que se dijera que era «blando con el comunismo». Dada la necesidad de evitar semejante calumnia y consciente de que el poder militar era decisivo para una resistencia eficaz, no podía votar sin riesgo contra las asignaciones destinadas al aparato militar o a su arsenal armamentista”.

De estos años es el enorme presupuesto de la administración de Ronald Reagan en la llamada “Guerra de las Galaxias”, un proyecto, destaca Galbraith, que se llevó adelante “a pesar de la opinión prácticamente universal de científicos e ingenieros competentes de que no había ninguna base racional que permitiese suponer que funcionaría”. Y agrega, lapidario: “Los gastos de defensa, como las operaciones de socorro a bancos y cajas de ahorro, a diferencia de los gastos en educación o en ayuda social en barriadas urbanas, beneficiaba a individuos –ejecutivos, científicos, ingenieros, miembros de grupos de presión, trabajadores de la industria armamentística– sólidamente instalados en el amplio electorado de la Satisfacción”. Como «Cultura de la Satisfacción» define a una Mayoría Electoral Satisfecha que es la que decide las elecciones en cualquier país del mundo, y especialmente en Estados Unidos.

Si cuando escribió Galbraith el gasto militar había aumentado de 142 mil millones de dólares a 299 mil millones entre 1980 y 1990, ni bien asumió el cargo Joe Biden, en enero del año pasado, llevó ese presupuesto a 760 mil millones de dólares. Entre los objetivos de lo que llamo el plan BBB (Build Back Better, Reconstruir Mejor) que presentó en su campaña electoral, figuran proyectos para obras públicas, salud, conectividad.

El rubro infraestructura, por 1,2 billones de dólares, logró pasar el filtro del Congreso. Pero de la iniciativa original de destinar 3,5 billones de dólares a programas sociales, se pasó primero a 2,2 billones por la reticencia de los republicanos en la Cámara de Representantes y terminó aprobado en 1,75 billones en noviembre pasado. El rechazo de dos senadores demócratas, Joe Manchin y Kystern Sinema, durmió el BBB en la Cámara Alta hasta ahora.

“La Casa Blanca está desesperada por obtener victorias en el Congreso, ya que la aprobación del presidente cae en las encuestas y se prevé que el partido pierda el control de al menos una cámara del Congreso en las elecciones de mitad de período de noviembre. Los expertos advierten que los legisladores tienen solo semanas para aprobar cualquier legislación antes de que los miembros del Congreso abandonen Washington para comenzar la campaña”, refleja un artículo del Financial Times firmado por Kiran Stacey este jueves.

Si Galbraith no estaba muy equivocado –y no hay razones para creer otra cosa– la “ayuda” a Ucrania por 33 mil millones saldrá rápidamente. «

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