La vuelta de la ficción, según Polka: caricatura de las clases populares, fetichismo de la violencia y buen rating

Por: Juan Pablo Cremonte

La primera semana de la tira "La 1-5/18" cosechó múltiples críticas y burlas. Pero le dio a El Trece lo que más necesitaba: un importante crecimiento en la audiencia de su alicaído prime time.

El lunes pasado El Trece estrenó La 1-5/18, el esperado envío de Polka, la productora de su también gerente de programación Adrián Suar. De amplia promoción y con un tráiler muy comentado en las redes –con brutales críticas y algunos apoyos–, la tira promedió unos prometedores 13 puntos de rating (según Kantar Ibope Media), con picos de 15. Un alivio para el alicaído prime time del canal de Constitución. Si bien los días posteriores al estreno el rating bajó, se mantiene con holgura por encima de los 10 puntos, lo cual es un número muy bueno para una pantalla donde los dos dígitos se buscan como pepitas de oro en el mar Egeo.

La tira narra la historia de un barrio popular, claramente se trata del Barrio Padre Carlos Mugica o Villa 31 de Retiro (las tomas aéreas no dejan ninguna duda). Los personajes principales son Agustina Cherri, que interpreta a una maestra y está a cargo del comedor; Esteban Lamothe, joven sacerdote que recién llega al barrio; y Gonzalo Heredia, un “nacido y criado” en el barrio que regresa luego de un periplo no exento de conflictos que aún lo persiguen y que no se conocen del todo. En un segundo nivel de la trama aparecen Yayo Guridi, encarnando a un “referente barrial” que consigue mercadería para el comedor; y Leonor y Lali González, como las mujeres que se encargan de la cocina del comedor mencionado, entre otros. Más allá de la escuela, la iglesia y el comedor comunitario, aparece un bar, propiedad del padre de Heredia (interpretado por Patricio Contreras) y un coro de bandas de varones –hasta ahora se develaron dos– que se disputan el negocio de la distribución de drogas en el barrio.

El primer capítulo comenzó y terminó con una toma aérea que nos mostró cómo es el encuadre del relato: Polka mira el barrio popular desde arriba y desde lejos. Esa mirada se replica en el modo de construir los personajes, en los que la lengua popular aparece forzada y sobreactuada en diálogos que retoman latiguillos fuera de contexto como si los guionara un bot de redes sociales. En cualquier momento a alguien le van a enviar caricias significativas.

El conflicto principal que despliega la serie está centrado en grupos de varones que distribuyen droga en el barrio, mientras las mujeres quieren impedir el narcomenudeo. De hecho, en la primera escena las cuatro actrices principales detienen a un “correo” y le destruyen el cargamento que portaba. Por su parte, de su vida anterior de la que poco se conoce, Heredia mantiene un grupo de hombres que lo persigue y con el que ya se enfrentó a tiros para liberar a su novia secuestrada.

Este conflicto general es dirimido siempre de manera violenta. Cualquier altercado, cualquier duda, cualquier incertidumbre se soluciona con violencia. A golpes, a tiros o con una emboscada. Así es recibido Lamothe cuando llega al barrio, por ejemplo. Sin mediar palabra, recibe un golpe. Esta violencia es ejercida por quienes ocupan el lugar de villanos –que se presentan como seres viles, sin matices– como quienes enfrentan a esos villanos, que también adoptan la violencia como único lenguaje posible. Esa distribución de roles está marcada por un único eje causal: los villanos son quienes se dedican al negocio de la droga y los justicieros son quienes se oponen a ese negocio. En esa misma línea moral, las mujeres aparecen como valientes y justicieras, mientras que los varones son los que se ocupan del comercio de las drogas. El personaje de Yayo, donde la serie va a ubicar el reservorio antipolítica típico de las series de Polka, hace la vista gorda ante este conflicto y es el único –por el momento– no alineado.

Una serie de ficción construye un universo posible en las acciones narradas. Es cierto que no trabaja dentro del registro de la verdad verificable, como el periodismo o el documental, pero si el universo construido es realista, esa construcción abona a la definición del sentido común, fundamentalmente para los espectadores que son ajenos al universo construido. Escudarse en que “es ficción” cuando se depositan todos los elementos de realismo, además de cobarde, puede ser bastante torpe.

Polka construye un universo popular organizado únicamente por la comercialización de drogas ilegales, donde los varones se dedican a la vileza y las mujeres quedan a cargo de las tareas de cuidado de niños, de las taras domésticas y del coraje justiciero. La perspectiva de género llega hasta ahí: las mujeres son todas buenas.

Considerando los anteriores pasajes del Polka por el universo popular –particularmente El puntero, también estrenada en un año electoral–, esta construcción también caricaturizada, también estereotipada, no culpabiliza a los pobres sino que construye una indulgencia paternalista donde los pobres son vistos desde arriba y desde muy, muy lejos. Que Polka vuelva a producir ficción es una muy buena noticia. No lo es tanto que sus relatos subrayen caricaturizaciones, prejuicios y simplificaciones. Pero por ahora los números le sonríen y el tiempo tendrá la última palabra. «


La 1-5/18: Somos uno

Dirección: Jorge Nisco, Alejandro Ibáñez. Elenco: Gonzalo Heredia, Agustina Cherri, Esteban Lamothe, Lali González y Luciano Cáceres, entre otros. Lunes a viernes a las 22, por El Trece.

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