Aspira a seducir al jurado junto a “Manbiki kazoku” del japonés Kore-eda Hirokazu y “En guerre” del francés Stéphane Brizé.

Por eso, el gran favorito es Lazzaro felice de la italiana Alice Rohrwacher, una fábula que solo pide al espectador una suspensión de la incredulidad para apreciar plenamente toda su belleza pero también se ubican en pool position Manbiki kazoku del japonés Kore-eda Hirokazu y su entrañable familia de marginados que viven de robos en almacenes y supermercados y En guerre del francés Stéphane Brizé sobre un conflicto laboral terminado en tragedia.
Es la tercera vez que Rohrwacher llega con un film a Cannes después de haber ganado el Gran Premio del Jurado con su segundo opus en 2014, Le meraviglie, y lo hace con un film que se divide en dos partes, una casi naturalista a la manera de los hermanos Taviani y Ermanno Olmi que muestra a un grupo de campesinos aislados del mundo y explotados como en el medioevo, y
otra fantástica.
En la primera parte, Lazzaro (un óptimo debutante Adriano Tardiolo) es el explotado de los explotados que se aprovechan de su total disponibilidad para encargarle hacer todo lo que los demás no quieren hacer, en la segunda, después de una caída en un precipicio, el joven reaparece después de 20 años con el mismo aspecto y la misma mansedumbre de otrora.
Lazzaro felice es la felicidad de narrar una historia que atrapa al espectador que, al igual que el protagonista, debería hacer lo que la directora le mande.
En su extensa filmografía de catorce títulos desde su debut en 1995 con 33 años, Kore-eda parece concentrarse en dirigir películas para Cannes, un festival del que es fiel frecuentador con pocas y limitadas excepciones.
Su film, presentado aquí como Ladrones de tiendas, es la historia de una familia marginada que vive más allá de la legalidad y a la sombra de una anciana que todos llaman abuela, sin que nadie sea pariente de nadie, aunque todos aceptan y respetan un rol que se autoatribuyen: padre, madre, tia, hijo.
No es extraño que este cálido hogar, donde reina el amor, adopte una niñita que sus padres abandonan negligentemente en el balcón mientras ellos se pelean.
Cuando la ley hará prevalecer sus razones, la utópica felicidad se disgregará y cada uno ocupará el lugar que la sociedad le ha asignado, ya sea en la cárcel, en un orfanato o dentro de una familia desamorada.
Kore-eda realiza su film más seductor y entrañable gracias a un elenco excepcional y homogéneo donde descuellan la veterana Kilin Kiki (la abuela), Kairi Jyo (el hijo) y la adorable Miyu Sasaki (la niñita) y a su mensaje de que una familia es aquella donde los integrantes se aman y se ayudan entre si y que si falta la humanidad y la comprensión, una sociedad no merece llamarse con este nombre.
Stéphane Brizé vuelve al cine comprometido y de denuncia que en Cannes en 2015 le había valido la mención especial del Jurado Ecuménico y el premio al mejor actor a Vincent Lindon por su personaje del desocupado en La loi du marché.
Y lo hace con un film que nuevamente describe el horror económico y la violencia social que trae consigo la llamada globalización mundial y la implacable ley del mercado.
El film de llama justamente En guerre porque de guerra se trata aunque patronal, sindicato y mediación gubernamental se sienten a una mesa para entablar un diálogo de sordos, donde cunde la mala fe, las falsas promesas y la mentira.
Estamos en una región ya azotada por la desocupación, donde una multinacional ha anunciado el cierre de una fábrica que emplea a 1.100 obreros, a pesar de un aumento del 30 por ciento de sus beneficios y después de haber acordado por dos años un recorte en los salarios y un aumento de las horas de trabajo.
El miedo a la desocupación y el deseo de incrementar por lo menos la indemnización de despido hace que los sindicatos se dividan y peleen entre sí, haciendo el juego de la patronal.
Lindon vuelve a encarnar a un representante de la clase obrera pero esta vez con la violencia que distingue a los luchadores (el film se abre con una cita de Bertolt Brecht: quien pelea sabe que puede perder, quien no pelea sabe que está perdido) y que lo llevará a un gesto desesperado.
Brizé destruye el mito de que no se puede hacer cine solo con discusiones y su film es un vibrante alegato contra el capitalismo actual que sin su miedo de otrora por el comunismo, cree disponer a su arbitrio de todo y de todos.
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