El reconocido actor argentino cumple 50 años, una excusa ideal para repasar algunos de sus momentos más emblemáticos en el cine.

La noche de los lápices (1986, de Héctor Olivera)
Película homenaje a los secundarios secuestrados el 16 de septiembre de 1976 durante la dictadura cívico militar 1976-83. Leo hace de Daniel, uno de los estudiantes detenidos y secuestrado ese día y desaparecido posteriormente. La película se estrenó el 16 de septiembre de 1986 y produjo una gran conmoción, en especial entre los estudiantes secundarios que con la vuelta de la democracia ingresaron en la militancia estudiantil y descubrieron, casi como por arte de magia, que muchos años antes en ese país había habido chicos y chicas con sus mismas inquietudes pero que no pudieron contar su historia. Décadas después, en el recuerdo de ese film, Leo dijo de su debut cinematográfico: “Para un pibe que tiene 15 años -cumplí 16 en medio de la película-; para mí me marcó de por vida.”
Plata quemada (2000, de Marcelo Piñeyro)
En el medio quedaron Besos en la frente (una película casi imposible desde lo actoral, que sacan adelante con la gran China Zorrilla) y Cenizas del paraíso, donde Sbaraglia, como supone el pensamiento medio por su fisic du rol, es miembro de la parte poderosa de la sociedad. En cambio en esta por primera vez se mete en el bajofondo: es El Nene Brignone, que junto a El Gaucho Dorda (el español Eduardo Noriega), son Los Mellizos que encabezan una famosa banda criminal de la década del 60 (en la que también están Pablo Echarri y Leticia Bredice, para nombrar sólo dos de un gran elenco). Pero además, entre ellos hay una relación sentimental y amorosa. Basada en la bella novela homónima de Ricardo Piglia (a su vez basada en hechos reales), el film muestra los atracos y fugas de la banda, pero más se detiene en las relaciones entre El Nene y El Gaucho -actoralmente se sacan chispas-, y entre ellos dos y el resto de la banda. Policial para deleitarse (de libre acceso en YouTube).
Dolor y gloria (2019, de Pedro Almodóvar)
Una que lo pone a Leo en un lugar nuevo: el del tránsito hacia el actor astro que hace girar todo a su alrededor. Claro, en este film ese lugar lo ocupa Antonio Banderas, pero Leo aparece como un sucesor (literal y metafórico). Cualquiera que tenga un intercambio, una escena con él, la tendrá fluida, agradable, sencilla: brillará con su luz. Y eso no habla mal de los otros actores: es lo que a él le pasó con otros grandes con los que le tocó en suerte compartir escena, y de los que tanto aprendió e hizo propio. Ahora Leo enseña, dibuja cual maestro. Y en ese sentido la película de Almodóvar funciona como un caleidoscopio en el que los grandes iluminan al ser iluminados. Un juego para disfrutar sin parar. Y agradecer a quienes lo hacen posible.
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