Mueren por la malaria, en los países pobres donde la enfermedad es endémica, entre 700 mil y 2,7 millones de personas cada año. El 75% son niños africanos. Ninguno es famoso.
Al contrario, el Covid-19, con casi 450 mil casos confirmados (y más de 19 mil muertes), va coleccionando celebridades: un par de príncipes, futbolistas de elite como Paulo Dybala y actores consagrados como Tom Hanks. En comparación con cualquier otra enfermedad conocida, la “tasa de popularidad” de sus pacientes es prodigiosa.
La actual pandemia se propagó en avión, y la propagaron quienes pueden viajar en avión, primero de China hacia los países más prósperos, Europa y EE UU, luego de allí al resto del mundo. Las noticias de los primeros “brotes” fuera de China localizaban al virus en un crucero de placer frente a las costas japonesas o en un exclusivo resort de los Alpes.
El discurso “clasista” respecto del coronavirus no es un artificio ideológico, sino parte de la realidad. Los primeros argentinos contagiados viajaron al exterior y se internaron en sanatorios privados, el Agote, el Otamendi, y eso no los hace ni buenos ni malos.
El desubicado tuit del ministro de Seguridad santafesino, Marcelo Saín, hablando de los “chetos” que el Estado va a buscar en aviones y sosteniendo que “tenemos pocos kits (de testeo) y los dedicamos a la clase alta”, motivó fuertes críticas. El diario Clarín tituló que el funcionario “ultrakirchnerista” “reavivó la grieta en plena cuarentena”.
Hasta aquí, lo que sabíamos de la famosa “grieta” era que dividía a kirchneristas de antikirchneristas. Clarín nos revela ahora su lado oscuro: en realidad, nos dice, divide a pobres de ricos.
La grosería de Saín no impide comprender que ésta empezó siendo una enfermedad de gente acomodada, pero dejará de serlo en breve en la Argentina, o quizás ya dejó de serlo y las cifras anónimas aún no lo reflejan. Ya sabemos que en el Uruguay, la diseñadora que volvió a España con los síntomas y fue a una fiesta, contagió a por lo menos 44 personas, entre ellas su empleada doméstica.
Como una especie de perversa “teoría del derrame”, la amenaza del Covid-19 se cierne sobre los pobres, sobre los que no tienen cómo hacer aislamiento preventivo en contextos habitacionales de hacinamiento, ni dinero para comprar comida porque la cuarentena también suspendió las changas, o agua potable para lavarse las manos. Todo lo que sí tienen los “chetos”. Sin ir más lejos, Carlos de Inglaterra guarda reposo en una –no sabemos cuál– de las 52 habitaciones del castillo de Balmoral.
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