Los zapatos de Temer; por Roberto Caballero

Por: Roberto Caballero

Columna de opinión.

Por estas horas, la mayor preocupación en el gobierno tiene un nombre y un apellido: Gustavo Arribas. El hombre gris que vive en el departamento del presidente de la Nación. El jefe de los espías nacionales, las escuchas telefónicas y buena parte del mobiliario humano de Comodoro Py. El acusado por el arrepentido brasileño Leonardo Meirelles de haber cobrado 850 mil dólares en supuestas coimas para beneficiar a Odebrecht, la constructora brasileña asociada a IECSA, hoy de Marcerlo Mindlin, hasta ayer de Angelo Calcaterra –el primo presidencial– y siempre de Macri.

Macri, IECSA y Odebrecht tienen un nexo comercial verificable: la obra para el soterramiento del tren Sarmiento. Obra que CFK nunca pudo poner en marcha completamente porque Odebrecht no conseguía, tal como exigía el pliego, el financiamiento exigido para el trabajo. Hasta que lo logró. Y fue después de la asunción de Mauricio Macri, quien mediante un decreto asignó a la ejecución de la obra 45 mil millones de pesos de las arcas del Estado, eso mismo que CFK nunca quiso concederles a los brasileños.

Por eso Gustavo Arribas produce insomnio en el gobierno macrista. Mucho más, ahora que Brasil se transformó en un verdadero caldero de delaciones. Por el caso del frigorífico que golpea a Michel Temer y Eduardo Cunha, los artífices del golpe parlamentario que destituyó a Dilma Rousseff, pero también por las imprevistas consecuencias del escándalo de Odebrecht, que llegan hasta la casa de Macri y su inquilino.

De gira por Japón, el presidente Macri reunió a su Gabinete íntimo, luego de que se conocieran los detalles del encuentro entre el dueño de JBS, el mayor frigorífico mundial, y el jefe de Estado del Brasil, donde quedó al descubierto el nexo corrupto entre Temer, Cuhna y el empresariado devenido hoy en delator ante la Justicia de las coimas pagadas a diestra y siniestra.

La crisis tiene tufillo a terminal. Se cuentan las horas para que Temer se vaya. Se desconoce, por el momento, cómo y de qué manera seguirá. Nada predice que sea por carriles normales. La Constitución brasileña, para estos casos, no admite elecciones anticipadas. Tampoco parece buena idea que Temer sea suplantado por alguien proveniente del Poder Legislativo, donde todos están bajo sospecha ciudadana.

Increíblemente, Dilma Rousseff, la presidenta destituida, es la única sobre la que no pesan denuncias de corrupción. Su salida estuvo basada en un asunto de simple administración, como la causa del dólar futuro acá, opinable, claro que sí, pero que nadie encuadraría seriamente en delitos.

Los poderes que fogonearon el golpe a Dilma y al PT (el mediático, el judicial y el político corrupto), no saben cómo salir de la encerrona institucional, que ellos mismos generaron. Por ahora, han cerrado filas diciendo que, salga como salga Temer de la presidencia, más temprano o más tarde, con chaleco y casco o caminando, el único intocable sería el ministro de Hacienda, Henrique Meirelles, encargado del ajuste económico y el desguace de las políticas de promoción social, herencia del demonizado lulismo.

El dispositivo destinado, en principio, a debilitar al PT y sus aires distribucionistas, hoy acaba por depredar a sus mismos creadores. Por caso, fue la red O Globo (el Clarín del Brasil, opositor furioso durante años del gobierno del PT) la que ventiló los detalles del escándalo que involucra ahora a sus dos viejos aliados en el campo de la política, Temer y Cuhna.

Brasil asiste a la descomposición de una alianza sedienta de conservadurismo que hoy ataca a tarascones a su propia prole con consecuencias difíciles de pronosticar. Los más poderosos, sin embargo, nunca dejan de tener alternativas. Hacen fila las embajadas, los dueños de medios y los empresarios para cortejar a Sergio Moro, el juez que tiene en un puño a todo el sistema político brasileño, para que vaya como candidato a la presidencia.

Hay dos razones. Una, de coyuntura: Lula sigue siendo el candidato con más chances de ganar las elecciones presidenciales. De hecho, si lo mismo que se le pide a la Venezuela de Nicolás Maduro se le exigiera al incendiado sistema institucional del Brasil actual, es decir, que busque una salida electoral anticipada para superar la crisis, Lula podría mañana volver a la presidencia, según todos los sondeos.

Y dos, ya en un plano más estratégico, ante una política tan deslegitimada por su propio envilecimiento y codicia, precisamente por el maridaje corrupto con los grupos de poder, la salida autodefensiva que ensaya el sistema de privilegio económico apunta a crear una figura propia, en este caso, Moro, para que ataje el descontento y lo lleve lejos del Palacio de Hacienda y las políticas monitoreadas por el FMI.

Todo este vértigo con final imprevisto preocupa al gobierno de Macri. No solo porque Brasil es el principal socio comercial de la Argentina y todo lo que pase allí repercute en la economía nacional. Tampoco porque Temer era el principal socio del macrismo en la cruzada neoconservadora en la región, hasta que estalló el affaire del frigorífico. Todo eso suma inquietud, pero el insomnio verdadero lo provoca el escándalo Odebrecht y sus derivaciones.

Macri pudo zafar, con la ayuda del partido judicial y el mediático, de los Panamá Papers y de la condonación de la deuda al Correo. Fueron, si se quiere, barahúndas de entrecasa. Irritaciones de cabotaje. Esto es más serio.

Detrás de lo que pasa en Brasil asoma un interés no demasiado disimulado del Departamento de Estado. La financiación de la política en su patio trasero está dentro de su bitácora de control. Lo reveló Marcelo Bonelli en su columna del viernes 19, publicada en Clarín: «El FBI dice tener los nombres de argentinos que cobraron coimas de la firma Odebrecht».

Escribe Bonelli: «Leonardo Meirelles, el cuevero de las coimas en Brasil, admitió que la matriz de corrupción del caso Lava Jato se aplicó también en la Argentina. Sergio Rodríguez, el fiscal de Investigaciones Administrativas, lo interrogó: ‘¿El Lava Jato se reprodujo en la Argentina?’. El coimero afirmó: ‘No tengo dudas.’ Y agregó: ‘Existía en Brasil y se extendió a todos los países donde operó Odebrecht.’ Federico Delgado, el otro fiscal, repreguntó. Y Meirelles insistió: ‘Fue igual en todos los países donde operó la empresa.’ (…)

«Clarín confirmó que la explosiva afirmación se encuentra en la secreta declaración del cambista, que todavía está en proceso de traducción y legalización en la Justicia argentina. Se trata de otro testimonio clave que ratifica que en nuestro país hubo un proceso de corrupción masiva con la obra pública vinculada a Odebrecht».

Luego la nota deriva en un clásico de Bonelli y Clarín. Atribuir estos hechos al gobierno de CFK. Pero el nerviosismo domina al actual gobierno. Con los primeros datos sobre la causa Odebrecht, parte de la administración macrista se frotó las manos. Las delaciones podrían alcanzar a funcionarios kirchneristas, justo en un año electoral. Sobre eso, podrían montar operaciones, como la que le valió la derrota a Aníbal Fernández en la provincia de Buenos Aires. Eso pasó, y ya pasó. ¿Quién habla hoy de la efedrina? Nadie. Entre otras cosas, porque cuando los implicados comenzaron a hablar involucraron a un socio político del gobierno como Ernesto Sanz.

Con Odebrecht puede pasar lo mismo. La clave de la preocupación tiene un nombre y un apellido. El del actual inquilino de la casa del presidente. Eso explica que haya cara de todo menos de euforia en Balcarce 50, con las noticias que vienen de Brasil. Y que, en breve, amenazan con bajar desde los Estados Unidos. A ningún presidente le gustaría estar hoy en los zapatos de Temer.

Un hombre que hizo todo lo que le pidieron para cargarse a Dilma y ahora vuela por los aires embravecidos de la tormenta que ayudó a desatar, abandonado a su suerte por los medios de comunicación, las embajadas y los jueces y fiscales que lo animaron a hacerlo. «

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