El hijo de Luis Chitarroni, Pedro, le pidió a Edgardo Scott que revisara los materiales que había dejado su padre en su computadora. Este libro es el resultado de esa búsqueda.

Quizás algunos de sus seguidores más fieles—quienes leyeron sus columnas en Revista Babel, luego recopiladas en Siluetas; o tal vez aquellos que seguían su trabajo como editor tanto en Sudamericana como luego en La bestia equilátera— anhelaban que aún hubiese algún material secreto de este autor bregando por salir a la luz. Por invitación de su hijo, Pedro Chitarroni, el escritor Edgardo Scott se dispuso a, en sus palabras, “desmalezar, rescatar o descartar” archivos de la computadora de Luis. Así se topó con este libro.
Editado por Mardulce, La ceremonia del desdén es el primer libro póstumo de Chitarroni y, fiel a su estilo, es un libro sobre otro libro. Surgido a partir de largos intercambios por correo electrónico con otro escritor/editor (Damián Tabarovsky), se trata de un compendio de impresiones lectoras sobre el Borges de Bioy.
Aquel mamotreto literario de más de 1700 páginas, hoy casi inconseguible, que reúne todas las entradas que el autor de La invención de Morel escribió en su diario acerca de su entrañable amigo. A su manera, Chitarroni hilvana reflexiones, datos e hipótesis de lectura que se convierten, también, en una invitación a conocer de cerca su modus operandi a la hora de leer.
Chita ya había abordado este monumental libro, editado por primera vez en 2006 bajo el sello Destino, en otro texto. Se titula “El Tic-Tac de la escritura” y está incluido en Pasado mañana, excelente antología de textos críticos editada por Ediciones UDP. Allí escribía: “Hay una tensión y un método incomparables en lo que Bioy vuelca, un aticismo y una elegancia capaces de trazar el arco ideal entre el acontecimiento extinguido y su vivacidad fugaz cuando el testigo se toma el trabajo de registrarlo”.
Si bien el estilo de este autor, rizomático y expansivo, está presente en este libro, tal como afirma Scott en el prólogo, el anclaje a una sola obra “lo obliga a tener que volver siempre al objeto; a martillar el mismo clavo, y solo el mismo (…). Eso, de algún modo, es una novedad en su escritura”. Pese a esto, uno siente al leer estas breves entradas, cual si fueran posteos, que un poco está espiando por la ventana y observando a Chitarroni leyendo en su habitación. Al igual que en sus clases o ensayos, lo observa leyendo al bies, estrábico, a contramano.
¿Sobre qué se posa este escritor al leer y comentar el Borges de Bioy? Justamente no en lo que el ojo común se posaría —la anécdota, el chisme, la mención bibliófila— sino, más bien, sobre aquello que Borges y Bioy, cual Starsky y Hutch, elogiaban o despreciaban mediante su indiferencia; “¿Había posibilidad de que a Borges le gustara Roussel?”, se pregunta, intrigado quizás por su pulsión al divertimento y ante cierta solemnidad del autor de El Aleph.
Se pregunta, también, sobre los agujeros. Aquello que el diario sugiere y no llega a develar: “La calma aparente de esos años, no todos sobre los que se extiende el diario, pero sí unos cuantos, encierra aún muchos enigmas que el Diario mismo no solicita ni consulta”.
Paráfrasis, compendio de citas, suerte de I Ching borgeano, el primer libro póstumo de Chitarroni no sólo es un libro sobre otro libro sino, más bien, varios libros en uno. Funciona para conocer, en parte, su método lector. Descubrir cuáles eran aquellos detalles que más estimulaban su curiosidad. Percibir su pulsión por descular los enigmas que Borges y Bioy destilaban en sus tertulias y la pluma de este último eligió guardarse. Y también, por supuesto, guarda espacios para la digresión, fiel a su estilo, a lo largo de sus 120 páginas. Como cuando desmenuza “A day in the life” de The Beatles y la describe como “no del todo irrelevante”.
Chitarroni cita en un pasaje una frase de otro diarista encantador, que tal vez pueda ser el anverso de Borges. Aquel que, según cuenta la leyenda, cuando se alejaba de Buenos Aires a bordo de un buque, habría lanzado a sus discípulos una suerte de encomienda imperativa en pos de la muerte de Jorge Luis. Hablamos del escritor polaco Witold Gombrowicz cuyo diario, editado en el país por el cuenco de plata, es una carta de amor a la argentinidad y la bohemia. La cita bien podría estar hablando de este libro, sus vacíos y sus fantasmas: “Con pasión, me atrae el abismo de la vida ajena”.
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