Madres de Plaza de Mayo Filial La Plata

Por: Hebe de Bonafini

Compartimos un anticipo del primer libro en el que Hebe reconstruye la historia de sus compañeras de lucha platenses. En el prólogo, titulado "Por qué es necesario contar esta historia", reivindica la capacidad de organización de aquellas mujeres que "pusieron lo mejor que tenían".

A mí me gustaría que esto sirva como una reivindicación de las Madres que lucharon en La Plata y mucho. Con ese criterio lo estamos haciendo, para que se las recuerde. Porque si no parece que son sólo un grupo de Madres de capital, pero hubo Madres en todo el país, y en La Plata hubo Madres muy trabajadoras, hubo muchas. Recordamos a las que trabajaron, a las que pusieron el cuerpo, a las que no faltaron a la plaza, a las que nunca dijeron que no a nada. Porque son compañeras que hicieron mucho y que trabajaron mucho para reivindicar a sus hijos.

Me gustaría que sirva para eso. Para que las familias lo lean y se sientan orgullosas, porque algunas de las familias no saben nada de lo que hicieron esas abuelas. Algunas familias sí saben y me sorprenden, porque a veces me vienen a ver y me dicen, y eso me pone contenta. A veces vienen sus nietos, sus bisnietos. Pero yo quisiera que todas las familias supieran qué hicieron. Porque esta historia no terminó todavía y hay mucho que hacer en este país. Y cada vez que se haga algo, van a tener que acordarse de las Madres, y de todas las Madres. De las que no vendieron a sus hijos, de las que los reivindicaron siempre por lo que fueron, por lo que hicieron y por lo que nos dieron, por todos esos pibes y pibas maravillosas que corrían de un lado para el otro, como mi nuera que venía y me decía: «¡mi suegra! ¿No me da una manito?», otra que una manito tenía que darle. Eran trabajadoras, contentas, felices de lo que hacían. Y me transmitieron esas ganas a la lucha, esas ganas de pelear siempre. De cualquier manera y con lo que había. Porque esa es otra cosa también, luchar sin plata no es muy fácil, pero se puede. Y ellos me lo mostraron, me lo demostraron. Nada de interés en la riqueza, en el capitalismo, que cada vez es más salvaje y más asesino.

Foto: Archivo/Télam

Así que con ese interés queremos hacer esto, que ojalá sirva para que esta ciudad sepa, se entere. Para que en las escuelas, sobre todo donde no se habla de las Madres, se sepa cuántas Madres hubo en esta ciudad de La Plata. No solo las madres que tienen hijos desaparecidos, sino las que trabajaron y lucharon por sus hijas y sus hijos. Porque desaparecidos en esta ciudad hay miles, ahora, Madres que trabajaron, treinta y… tantas, por eso hay que reivindicarlas. Porque pusieron lo mejor que tenían. Así que bueno, por ellas y para ellas es esto.

UN LUGAR PARA LAS NIETAS Y LOS NIETOS

(Extracto del capítulo «Colonia»)

Sin lugar a dudas, este es otro ejemplo más de la capacidad de organizarse y de poder afrontar todos los problemas que iban surgiendo alrededor de las propias familias de cada una de las Madres, a partir del secuestro de sus hijas e hijos. Capacidad que tenía siempre una característica común: la solidaridad. El dolor es el mismo, y la necesidad de afrontarlo y mitigarlo, igual de necesario para todas. Y Hebe nuevamente remarca la necesidad de contarlo para que se sepa, aportando nombres y lugares que reconstruyen el escenario y nos ubican siempre en la ciudad de La Plata.

«Lo de la colonia sí que es algo que no se conoce bien. No se ha hablado nada. Y hay un montón de fotos, que son casi toda la vida de la colonia porque en realidad, está todo en las fotos. La familia Salomone fue la que nos prestó la quinta. Haydeé, Gladys Ponti, una familia que vivía por calle 36, que tenían dos hijos desaparecidos, que él era abogado. Estaba Poce, también Zulema Peña que tenía auto. Ellas eran las que buscaban a los chicos en las casas. Casa por casa. Y traíamos cosas que hacían otras Madres también, Virginia Matheu también. Entonces llevábamos tortas, comida, todo lo necesario. Y ahí había pileta, había cancha de básquet, había mucha comodidad y la pasábamos re bien con los chicos. La hicieron entre mi hija Alejandra, Ana Sabio (que está en Suecia) y Claudia Bellingeri. Organizaban a los chicos que venían, se encargaba cada una de cuidarlos, de que no tomaran frío, de secarlos, de decir basta de agua, ahora jugamos a esto o aquello. Eso lo hacían las chicas, nosotras no podíamos hacer eso, eso lo hacían ellas, los hacían jugar, todo el día se divertían. Yo me bañaba también con ellos. Y eso se hacía varios días en la semana, en el verano. No sé si era una contención, pero era algo bueno para los pibes, que estaban todos con esa confusión de qué pasaba con los padres, que cada abuela le decía una cosa diferente. Las abuelas pobres, lo que más querían era que los chicos estuvieran bien, que disfrutaran, que se juntaran con otros pibes. Tampoco era bueno que se juntaran nada más que entre ustedes (solo entre hijos de desaparecidos), era bueno que se juntaran con otra gente también. Pero a veces era difícil, no era fácil eso.

Y no era que tampoco eran todas abuelas que venían a la plaza. Muchas de ellas eran muy pobres y algunas tenían un montón de hijos, más los nietos que les habían quedado. Entonces era más complicado eso. Nosotras llevábamos todo, la comida, todo, todo. Y todo eso lo hacíamos con dinero que juntábamos entre nosotras, porque en La Plata había Madres que tenían bastante dinero y ponían, nunca se fijaban. Todas las que podían ponían un montón. Y ponían el auto también. Virginia Barbero, que aprendió a manejar de grande, manejaba rarísimo, era muy gracioso. Para ir a algún lado iba atrás del micro que iba al lugar. Entonces era una locura, te subías con Virginia y no llegabas más, tardaba un montón. Porque claro, aprendió de grande. Zulema Peña también, manejaba en cuadradito, pero no como Virginia que iba atrás de los micros. Zulema sabía ir así, así (haciendo líneas rectas), no agarraba un diagonal ni de casualidad. Para Zulema, las diagonales no existían. Pero más allá de lo divertido, era una mujer que tenía el auto las 24 horas dispuesto, como Haydeé Ramirez Abella. Zulema y Haydeé eran las dos que ponían el auto las 24 horas». «

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