Con 200 obras que testimonian un trabajo continuo de cinco décadas y fotos inéditas, se inauguró la retrospectiva del fotógrafo Marcos López en la Fundación Larivière de Buenos Aires. Explora desde una inicial foto realizada a los 17 años hasta obras recientes.

Es en este juego de cambio de sentidos que da por cerrado en unas cincuenta imágenes, tal vez por aburrimiento, Marcos López (Gálvez, Santa Fe, 1958) quien destaca en una recorrida previa a la inauguración, el retrato de comunión de una niña vestida de inmaculado blanco sosteniendo un rosario. La imagen de 2022 se presenta como anticipatoria al modificar el símbolo religioso por una motosierra, tal como apunta divertido el artista de rostro enmarcado en pelo gris peinado hacia el cielo, y atento al efecto de sus silencios, gestos y palabras.
Pero el juego y la nota de humor inicial, que permite comprender las disrupciones del fotógrafo, lo da la obra “Valeria en el patio de mi casa” (2001), dispuesta junto al texto principal de la sala: un collage que muestra a una sonriente González rodeada de objetos y contenida dentro de un marco irregular pintado en rojo.
Desde ya, el sentido del humor es una de las claves para comprender una obra en la que permean los contrastes estéticos y simbólicos, las alegorías y reminiscencias a su formación escolar religiosa católica, y la profusa intertextualidad con la historia del arte y la literatura. Todo esto es cruzado, a su vez, por la actividad humana, dramatizada o ironizada, como se observa en una escena de consumidores de ropa deportiva o la contrastante foto de 1985 bajo el título “El rey del queso”, en la que se observa el frente de un local de productos regionales, en Entre Ríos, con un Ford Falcón azul estacionado delante.
Y en esa poética visual peculiar, por momentos crítica, es que el contraste y desmonte de saberes troca puntos de vista y expone la “diversidad y potencia de su mirada” -la del artista- como “espejo de la identidad latinoamericana contemporánea”, tal como sugieren desde la Fundación dedicada a la fotografía.
Entre las obras, están las icónicas del “Gauchito Gil” (2008) desafiante a lo Juan Moreira, con facón, que lo aleja de la imagen habitual del santo popular, creando una narrativa otra que se convertirá, según López, en el verdadero rostro cuando se busque en internet su imagen a futuro. También se exhibe “Asado en Mendiolaza” (2001), esa última cena a lo Leonardo Da Vinci transfigurada en una “oda a la argentinidad masculina”, que recorre el mundo y se estampa sin pudor ni permiso en un restaurante de Houston, Texas, por ejemplo.
A su vez, el conjunto de 200 obras seleccionadas expone unas 50 del acervo de la Fundación, alguna documentación y fotos pequeñas, tomas parciales, un NFT y un video que ancla la práctica de López, destacándose por cierto las series Pop Latino y sub-realismo criollo, las imágenes sobre deportistas, estilistas u otras profesiones.
Allí está el sireno en el Río de la Plata (2002) -que retoma el cuento infantil danés La Sirenita de Andersen- pero situado en una escollera llena de residuos o la compleja “Suite Bolivariano” (2009) -con sus meses de trabajo y 500 tomas-, y en otro tono, un retrato documental de una familia de sastres de La Paz, Bolivia, posando junto a un maniquí alto, blanco y europeo, de 2010.
También como contraste y un dejar la “estridencia” pop se exhibe “El cumpleaños de la directora” (2008), que es otra gran puesta en escena con actores representando imaginarios diversos. Una obra que “narra” tensiones sociales y juega a documentar en un ejercicio de “fotografía teatralizada”, según palabras del artista, e influenciado por “Las meninas” de Velázquez.
Influenciado por fotógrafos de la talla del estadounidense Robert Mapplethorpe y Richard Avedon, entre otros, este antecedente generacional, sin embargo, dio espacio a una obra de sello propio, como el sub-realismo criollo -una suerte de “surrealismo autodidacta”-, o el estridente “Pop Latino” de los 90 sobre el cual dice López que es “como una copia de Andy Warhol que sale mal”, como si lo “precario” de las condiciones de producción fueran el sustento de un modo de decir, un “sello” identitario de lo local.
“Es el momento perfecto para volver la mirada sobre el artista que marcó uno de los puntos de origen de la fotografía argentina contemporánea en 1993, cuando inició su serie Pop latino”, escribe por su parte la curadora, en un tiempo sin “Google, ni Photoshop: haciendo alarde de marginalidad, se apropió de un estilo primermundista y publicitario para pronunciarlo mal, para erigir escenas de cartón pintado por cuyas fisuras se colaba toda la irreverencia y el candor de una estética de periferia”.
Tres fotos testimonian parte de la trayectoria: “La ciudad de la alegría” (1993), una crítica al menemismo, “Libertad” (2016) con una mujer con changuito en el estacionamiento de un supermercado, y “Picada en la terraza de Proa” (2005). Estás fotos dan paso a la segunda sala de las “Instantáneas” o tomas directas y los viajes. Autodefinido como artista latinoamericano, López “decreta” su comienzo en el arte fotográfico con esa foto amateur de su hermana sentada en un banco sosteniendo un cartel, con motivo del cumpleaños de su madre.
López comenzó a estudiar ingeniería en 1976, en 1978 se inició en la fotografía, se mudó a Buenos Aires en los 80 y participó en la creación del grupo Núcleo de Autores Fotográficos en 1984, y en proyectos colectivos con artistas como Liliana Maresca y Marcia Schwartz. También obtuvo una beca para estudiar en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, Cuba, en 1989.
Inaugurada durante La Noche de los Museos, “Marcos López” podrá visitarse en Fundación Larivière (Caboto 564, CABA), de jueves a domingo de 12 a 19, con una entrada general de 5000 pesos, y entrada gratuita para vecinos del barrio y menores de 18 años.
Fue galardonado con el Konex de Platino en 2012, y obtuvo el Premio Salón Nacional en 2010 por “Criollitas”, entre otros premios. Es autor de varios libros: «Retratos» (1993), «Pop latino»(2000), «Sub-realismo criollo» (2003), «El jugador» (2007), «Pop latino plus» (2007) y «Marcos López» (2010), y del reciente «Querido diario» (2023), en el que recoge una selección de posteos de sus redes sociales. También dirigió el documental «Ramón Ayala» (2013).
Su obra integra colecciones públicas y privadas de importantes museos de España, Francia, Londres, Estados Unidos, Suiza, y el Museo Nacional de Bellas Artes y el Malba de Buenos Aires, entre otros.
En resumen, la retrospectiva actual es más abarcativa que la realizada en el Centro de Expresiones Contemporáneas (CEC) de Rosario hace dos años, e invita a transitar tiempos mezclados, sincretismos y puestas en escena de aparente espontaneidad, el paso de lo analógico a lo digital, del blanco y negro al color, lo arquetípico y el hiperrealismo, hasta completarse con tomas más recientes de viajes por América Latina, capturadas con la cámara del celular.
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