Mi Buenos Aires perdido: al rescate de la memoria demolida

Por: Luciana Rosende

Un flamante libro recupera, con ilustraciones y textos, más de 200 inmuebles patrimoniales que fueron desapareciendo en CABA por la vorágine del mercado inmobiliario, avalada por un Código Urbanístico a su medida. De La Ideal al chalet más antiguo de Parque Chas: las identidades barriales en riesgo.

Todo empezó con caminatas. Las de Natalia Kerbabian, cuando observaba construcciones históricas tapiadas bajo amenaza de demolición. Y las de Fabio Márquez, cuando conversaba con vecinos y vecinas sobre los puntos que definían la identidad de sus barrios. Unas y otras caminatas convergieron en un libro con ilustraciones y textos sobre los sitios que Buenos Aires está perdiendo por la vorágine del mercado inmobiliario, avalada por un Código Urbanístico a su medida.

Pero Memoria de Buenos Aires, publicado en noviembre por Ediciones Futurock, no es solo un libro para la nostalgia. Es una invitación a conocer, recordar y accionar en defensa de identidades barriales que corren riesgo de ser borradas del mapa.

“Si bien se cuenta la catástrofe de la pérdida de patrimonio, también hay un discurso esperanzador: no todo está perdido, pero hay que moverse”, sugiere Fabio Márquez, conocido en redes sociales como «Paisajeante». Docente e investigador sobre cuestiones patrimoniales, sus miradas sobre los barrios circulan en caminatas vecinales y se viralizan en la virtualidad.

Natalia Kerbabian, arquitecta y artista plástica, hacía largas caminatas en 2021, tras la época de aislamiento por la pandemia de Covid-19, y le prestaba especial atención a propiedades que, detrás de tapias, se veían en perfecto estado. Con carteles que las ofrecían a la venta en forma de lotes o terrenos, y preanunciaban demolición (“algo que no había visto antes en mis 43 años”).  Pero el punto de inflexión fue en junio de 2022: “Vi demolerse las casonas de Olazábal y Vidal y ese día quedé shockeada. Casi de manera impulsiva decidí ilustrar todas las bajas que daten de este tiempo post cambio de Código Urbanístico. Para no olvidar. Porque esas casas que se están demoliendo, que no son las que están documentadas en libros, son las que constituyen nuestros barrios, nuestros paisajes”. Así nació Ilustro para no Olvidar, “proyecto que preserva memoria demolida” y que constituye la otra pata del libro que acaba de publicarse.

Una tragedia urbana

“Futurock nos propone combinar en un libro las ilustraciones de Natalia y los textos míos para armar un combo entre lo visual e información que pueda de un modo no académico contar qué es el patrimonio cultural arquitectónico, qué está pasando, qué podría pasar. Poder generar un compendio de información que sensibilice sobre estos temas”, explica Márquez.

El libro muestra el impacto que está teniendo en territorio porteño el Código Urbanístico impulsado por la gestión de Horacio Rodríguez Larreta en 2018 y actualizado por la de Jorge Macri el año pasado. “Es muy agresivo con respecto al patrimonio. Este Código acelera un proceso que viene de antes y deja muy pocas construcciones protegidas: nueve mil. Es un número ínfimo. Es una tragedia urbana”, define Paisajeante. Y detalla: “En los últimos tres años Natalia dibujó más de 200 construcciones que hoy ya no existen y son sustituidas por otras que prácticamente no tienen diseño”.

Entre las obras demolidas y dibujadas hay construcciones como la que fue la tienda La Ideal, en Córdoba y Serrano. “Era un sitio que marcaba un punto de encuentro. O el cine Minerva (en Flores), donde solía recitar Alfonsina Storni cuando era muy jovencita para pagar la habitación de ella y su hijo”, señala Kerbabian entre los ejemplos de inmuebles emblemáticos que figuran en el libro. Pero aclara que ese carácter, el de emblemáticos, está dado por quienes habitan cada barrio. “Todas las arquitecturas que conforman este libro, en su mayoría demolidas, son emblemas. Porque son hitos barriales, que en sus barrios eran reconocidas y valoradas”.

En defensa del barrio

Entre sitios demolidos y dibujos para recordarlos, hay en el libro casos más alentadores. Como el Bar Tokio, en Devoto. “Es un ejemplo positivo, una arquitectura y un espacio vincular, que permite el encuentro y sostiene la identidad del barrio”, describe la ilustradora. “Ponemos, entre las que desaparecieron, algunas que todavía existen. Para tratar de dar una imagen de lo posible”, apunta el paisajista.

Esos casos rescatan el rol de la comunidad en la defensa de su identidad barrial. Como ocurrió en Parque Chas, donde fue frenado el avance sobre la última casona original. “En esta ciudad hay mucha gente que pone esfuerzo y voluntad para evitar situaciones que debieran ser distintas desde la administración pública, para preservar la identidad de la ciudad. Cosas que hasta atraen al turismo. Pero hay acciones como las que se hacen en el Casto Histórico, donde cambian las veredas, bolardos que no tienen nada que ver con el área. Ahí no es el mercado: es el propio gobierno”, opina Márquez. Repasa que fue a partir de la segunda gestión de Mauricio Macri cuando se empieza a acelerar “de un modo arbitrario” la descatalogación de inmuebles patrimoniales hasta entonces protegidos.

Hoy, la lógica de la demolición sin reparos en el valor patrimonial está fomentada por el modelo económico. “Hay un montón de demoliciones con cartelito de ‘apto blanqueo’. Generan construcciones que muchas veces no se habitan. Sin cortinas, con paredes de durlock. Por eso decimos que eso no es arquitectura”, lamenta Márquez.

El cielo perdido

El resultado de este proceso no solo se ve en las veredas. También, al mirar hacia arriba. Es la pérdida de cielo. “Cuanto menos cielo vemos –hay estudios de psicología ambiental que así lo indican-, afecta la salud mental. Hay barrios donde todavía hay baja densidad y la discusión es cuánto creemos que se puede construir (y destruir) para no perder cielo”.

El plan para 2026 es que Memoria de Buenos Aires recorra los barrios. “Los grupos vecinales que trabajan estos temas quieren que vayamos. El libro es un recurso para construir ciudadanía. Nos interesa que a la gente le sea un recurso par empoderarse. Acá hay elementos para tener una mirada crítica si están peleando por la preservación de algo”, resalta Márquez.

El especialista señala la paradoja porteña de ser una urbe que “hace 18 años que vota masivamente gobiernos neoliberales, pero es la ciudad con más cantidad de minorías intensas que, sin certeza de lograr sus objetivos, ahí están”. Hay ejemplos de muestra como la lucha de vecinos del barrio Naón, dentro de Mataderos, que rechazan las torres en sus cuadras. O la comunidad de Villa Santa Rita, que ya logró la primera plaza de la zona y va por tres más. “Hay una cultura de armar colectivos, a veces de la nada. En los últimos diez años la mayor parte de los espacios verdes fueron por luchas vecinales. Es asombroso y es un fenómeno muy porteño. Es el lado bueno de esta Buenos Aires: esta reserva ideológica, comunitaria, que sin que nadie la organice, surge. Me resulta maravilloso”.

Progreso

Un concepto aparece siempre en discusiones patrimoniales. Dicen Natalia Kerbabian y Fabio Márquez: “El argumento del necesario ‘progreso’ que se presenta cuando se debate sobre la destrucción de edificaciones antiguas y singulares es que las ciudades deben actualizarse, mejorar su hábitat, y que evitar demoliciones de arquitectura patrimoniales es quedarse en el pasado. Esta dicotomía es falsa y además no es ingenua, (…) lo que está en el centro del debate es cuál es el mejor progreso para nuestra ciudad: es decir, para quiénes es favorable el progreso”.

Cervecería Hermann: una postal que ya no está

“Pido que no nos acostumbremos a esto, por favor”, escribió en el Instagram de Ilustro para no Olvidar la arquitecta y artista Natalia Kerbabian, una de las autoras de Memoria de Buenos Aires. El pedido acompañaba un boceto de la Cervecería Hermann, en Armenia y Santa Fe, en Palermo. Fue declarada de interés cultural en el 2000. En 2019 llegó la demolición. “Era de una gran belleza y estaba en muy buenas condiciones. Ahora hay una torre de vidrio», lamentaba.
En la web del Gobierno de la Ciudad, que posibilitó la demolición, todavía puede leerse una descripción del valor de ese edificio que ya no está: “Con particular estilo arquitectónico y decoración típica de Munich. Fue construido por los arquitectos Pibernat y Loizaga. En esa esquina funcionaba la Confitería El Sol, cuyo dueño alquiló en la década del ’40 a un matrimonio alemán, de apellido Hermann”.

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