Los saqueos, las incendios, las protestas, el vacío de poder, el terror, la censura, el festejo en los barrios acomodados y la tristeza infinita en las barriadas populares. Un periodista paceño narra en primera persona las horas que siguieron al Golpe de Estado y la renuncia de Evo Morales.

Hay miedo y terror en las poblaciones y ciudades. Estamos bien jodidos. Se han quemado casas de ministros y legisladores. Han secuestrado a sus familiares para obligarlos a renunciar. El ministro de Minería César Navarro ha tenido que renunciar porque le incendiaron su casa en Potosí, uno de los bastiones opositores. El presidente de la Cámara de Diputados, Víctor Borda, renunció y suplicó a los violentos que liberen a su hermano, a quien secuestraron. También atacaron la casa de la hermana de Evo. Hasta saquearon la propiedad de Morales en Cochabamba.
El domingo, el cívico Camacho pidió calma al llegar a la Plaza Murillo, el centro político del país, pero no sirvió de nada. La policía siguió amotinada y no custodiaron los barrios de la ciudad. Hay que decir que Evo Morales cumplió su palabra de no sacar a la calle a las Fuerzas Armadas y se retiró sin hacerlo.
La oposición dice que no es un golpe de Estado, pero en los hechos, lo es. Creo que es un golpe cívico-empresarial-policial-militar. En las calles se respira una intolerancia terrible. Los cívicos dicen que la Pachamama salió de la casa de gobierno y ahora entró la Biblia. Incluso se quemaron wiphalas en la Plaza Murillo.
Los periodistas no podemos realizar nuestro trabajo porque somos hostigados. Los medios estatales han sido forzados a dejar de transmitir. El único medio que cubre los eventos sin problemas es la TVU, que depende de la Universidad Mayor de San Andrés, cuyo rector es aliado de los cívicos. Desde ayer domingo, el Canal 7 estatal dejó de transmitir.
Dije que las escenas se parecen a las del año 2003, cuando el Octubre Negro tiñó de sangre Bolivia y tuvo que renunciar el agringado presidente Gonzalo Sánchez de Lozada. Pero la diferencia radica en que las protestas de aquellos años eran comandadas por mineros, fabriles, gremialistas, la periferia y el subsuelo de Bolivia que se sublevaba. La escena de ayer en la Plaza Murillo era radicalmente opuesta. Las 4×4 BMW y Ford eran los autos que estaban estacionados frente al Palacio Quemado, donde festejaban los opositores.
Si uno miraba para los barrios de Sopocachi y la Zona Sur opulenta de La Paz, se notaba el festejo. Pero de la Avenida Pérez Velasco hacia arriba, las zonas populares de La Paz y El Alto, reinaba una tristeza infinita. También una bronca que va a estallar.
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