En uno de los momentos más críticos de la historia de la Argentina, un ratón visita el país para recordarnos que en el Imperio hasta los roedores tienen el brillo que da el dinero.

Pero no desesperen querides lectores, no contábamos con la astucia de los cráneos ultraliberales: si la Argentina no va a Disney, Disney viene a la Argentina. Entonces, en un salón del estigmatizado Centro Cultural Kirchner (CCK), la pasada semana inauguraron “Mickey. Será que todo comenzó con un ratón”, una muestra dedicada al icónico roedor emblema de la multinacional creada por Walt. Fantasías libertarias de ayer y hoy. Milei está en Disney.
Es un secreto a voces en las entrañas del viejo Correo Central. Lo confirma un laburante en off cuando entro en el edificio de aire afrancesado. La exposición de arte contemporáneo dedicada al ratoncito norteamericano será la última antes de que el gobierno de La Libertad Avanza decrete el cambio de nombre del CCK. Cabeza a cabeza, cipayos y gorilas, diría en la Unidad Básica de mi barrio la muchachada, atentos lectores de Jauretche y Para leer al Pato Donald. Para el bautizo derechoso, los caros asesores de la gran hermana Karina se rompieron la cabeza: pensaron primero en Sarmiento, pero está en duda el padre del aula porque los mileístas odian a los docentes muertos de hambre. Suena también fuerte su grito de guerra, su palabra fetiche, su mantra eleuteromaníaco: Palacio Libertad, ¡carajo!
Bajo la “Esfera Azul” de Julio Le Parc, el amable laburante indica la ruta hasta las escaleras mecánicas que llevan sin prisa pero sin pausa a los visitantes hasta las fauces de la muestra instalada en La Gran Lámpara del séptimo piso. Afligido, confiesa: “Nosotros estamos con miedo porque dicen que van a rajar más gente, como hicieron en Tecnópolis. Mientras, ellos andan de fiesta, planeando una alfombra roja a lo Hollywood para la reinauguración en el país de las maravillas”.
Largo es el viaje hasta Disney World. Comparto la escalada con Micaela y Daiana, hermanas arrimadas desde Avellaneda. Ni Súper Ratón, ni Topo Gigio, ni Ratón Pérez, las pibas son fundamentalistas del Mouse. “Es nuestra infancia”, subrayan las gemelas fantásticas. Empleadas de una pizzería que cruje por la crisis, aprovechan la entrada gratuita. Lo escribo bajito para que estos rastreros ultraliberales que son capaces de vender a sus madres no se aviven y empiecen a cobrar entrada. Detallan las hermanas al hacer cumbre: “Nos cuesta llegar a fin de mes, es lo más cerca que podemos estar de Disneylandia. No sabemos mucho de política, pero cuando vemos los videos de Milei en Instagram, es como un cumpleaños”. La fiesta de pocos.
La larga fila de familias en las alturas del CCK es una serpiente emplumada, no confundir con la venenosa cascabel de Gadsden. Mejor armarse de paciencia: el aforo en las salas es de 200 personas. Mato el tiempo conversando con una empleada harta de la musiquita funcional que flota en el aire mil veces respirado: “No me voy a poner en elitista, porque me va la cultura popular, pero acá tuvimos una expo del Bellas Artes, esto es consumismo puro, con venta de merchandising. No te spoileo más”.
Un cartel da la bienvenida y resalta que la expo es auspiciada por una fábrica de pinturas, otra de placas de yeso laminado, una de lápices y vaya uno a saber qué otro filántropo emprendimiento del sector privado. La muestra incluye 40 obras de 30 artistas, ocho de ellos nacionales y el resto originarios de China, España, Japón, Inglaterra y la tierra prometida donde nació Mickey, Estados Unidos, “nido de ratas”, según algunos especialistas en política internacional. Este dato es ratificado -obviamente sin el comentario de los expertos- en una línea de tiempo que repasa vida y obra del roedor, desde los locos años veinte hasta el duro presente.
En el microcine se proyectan en loop comerciales de la factoría cultural parida en California. Brilla Campanita en la pantalla. “Por lo menos veo una peli, está muy caro el cine”, cuenta Nadia, dealer de indumentaria con franco obligado por el derrumbe en las ventas. No hay plata.
En lo que respecta a las artes plásticas, hay ratones en versiones pop, digitales, textiles, expresionistas, manga, lumínicas y hasta tangueras, con Mickey y Minnie gardelitos, eternizados en acrílico sobre lienzo, obra del crédito local José Quartieri. Mención especial también merece la escultura del español Javier Sánchez Medina, las manos de la súper estrella hecha de ratán e hilo de bramante de cáñamo sobre las que se proyecta un haz de luz; también la icónica remera con la figura de Mickey tamaño XXL, dos metros de altura y metro y medio de ancho, que deja pensando sobre el consumismo a pasitos del cierre. La salida es por la tienda de regalos. Mates, remeras, cuadernos, paraguas y muchas chucherías importadas. Lleve nomás. Precios poco cuidados: “El peluche de Mickey lo venden a más de 60 lucas y en una juguetería de barrio no llega a 20”, resignado hace la fila un padre antes del pago al contado. Clinc caja. El Mickey Store abona tributo al Estado nacional.
Al salir del CCK queda atrás el Magic Kingdom. El sol rajó hace rato del Bajo porteño, yo camino rumbo a la redacción en San Telmo y paso frente a la Casa Rosada. Guarida de un cruel rey león.
La exhibición permanecerá abierta al público hasta el 17 de noviembre, de miércoles a domingos, de 14 a 20 horas, en el CCK.
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Es una porquería el trato del CCK... fui con mí nene de 3 años y te hacen subir por las escaleras hasta el séptimo piso, baños no hay en l séptimo piso y tenés q bajar otra vez por las escaleras, lleno de chicos de escuelas que te empujan para bajar; yo con mí nene alzado, un laberinto para encontrar las escaleras y el personal del CCK, no te deja usar los ascensores
Para todEs ??? En serio ??? Columnistas de cristal ?