Miss Bolivia: «Al fascismo hay que decirle qué ganas de no verte nunca más»

Por: Adrián Melo

La cantante y compositora lanzó "Bestia", su primer disco después de seis años. Es el resultado de un periodo introspectivo que se transformó en ritmo y agite. Incluye la participación de Cazzu, Eruca Sativa, Perota Chingó, Loli Molina y Piti Fernández, entre otros.

A contrapelo de los tiempos individualistas erigidos desde ciertos discursos políticos oficiales, Miss Bolivia lanzó Bestia, una apuesta no casualmente por una producción colectiva. En efecto, para atravesar con la potencia de siempre universos del rap, el rock, el folk, la cumbia urbana e incluso un inusual romanticismo la acompañan Cazzu, Eruca Sativa, Perota Chingó, Muerdo, Loli Molina, Piti Fernández y Romea. Junto a ellas y ellos, la voz de Miss Bolivia regresa con su estética original y demuestra que su rebeldía frente a los mandatos tóxicos es particularmente necesaria en esta época. En términos personales, se muestra más descarnada y transparente. «Me interesa transmitirme humanizada, poder mostrarme como persona rota, como somos todes», afirma. «Sino hay una capa que se le pone al artista donde pareciera que no tiene olor a chivo, que no transpira, que es un holograma. A mí me encanta mostrarme Miss Bolivia conforme pasa el tiempo. Como el tiempo me afecta a mí, en la cara, con las canas. No lucho contra eso, me gusta mostrarlo audiovisualmente».

–¿Por qué el título del disco?

–Se titula Bestia por dos motivos fundamentales. Por un lado, mis dos álbumes anteriores se llamaban Miau y Pantera. Siento que, de algún modo me permitió jugar con el chiste de una trilogía, ponerlo en clave de saga donde siento que hubo una evolución del gatito, a pantera y ahora a bestia. No fue pensado, pero fue una evolución felina a contrapelo de otras analogías animales vigentes en política (risas). Por otro, lado, Bestia es un disco con muchas colaboraciones. De las nueve canciones que lo conforman, siete son con otres. Entonces, pienso al disco como un ser mitológico donde tenés el brazo del Piti (Fernández), el torso de Miss Bolivia, otras partes son de Loli Molina… Me gustan los seres mitológicos porque en su ensamble cobran fuerza como el centauro, que además no tiene género. También me gustan mucho los nombres cortos, incisivos y sentí que Bestia tenía fuerza.

–¿Cómo fueron apareciendo las canciones del disco?

–Este álbum tiene gran parte de su composición en la era pandémica. Entonces siento que, de algún modo, aunque no siempre de forma explícita, la pandemia está ahí de manera soslayada. La sensación pandémica se tradujo en desolación. Yo quise dar cuenta de ella, pero a la vez, mostrar algunas contracaras. A la desolación y al aislamiento le contrapuse la soledad desde un lugar positivo, una soledad elegida, un estado de preferencia. Este disco habla de la soltería, de pecar y de derribar mandatos. Por ejemplo, el mandato social patriarcal hacia las mujeres de estar en pareja, en vinculo. Por eso, una canción se llama «Pekadora» y la que canto con Cazzu se llama orgullosamente «Soltera». En definitiva, uno de los tópicos principales que atraviesa el álbum es desmantelar mandatos sociales y culturales que dicen cómo tenemos que ser.

–¿Qué lugar ocupan en tus composiciones y en la elección de tu repertorio las canciones que reflejan aspectos sociales?

–Lo social está atravesando siempre mis canciones, como atraviesa mi vida. No me esfuerzo por meter esos contenidos porque me son naturales, inevitables, urgentes.  Incluso aparecen como el invitado no deseado. Hay una canción que se llama «Amor», que la compuse en plena pandemia cuando todo estaba oscuro. Vos pensás: ¿qué le pasa a esta mina? ¿Tuve un momento de disociación, de demencia? ¿Qué es esto? (risas) Pero quizás también ahí se habla indirectamente de lo social, de la necesidad de amor cuando el mundo aparece aislado, disgregado. Por otro lado, con Romea grabé un cover del hit musical de Valeria Lynch «Qué ganas de no verte nunca más». Yo lo tomé como una secuela o una continuación de «Tomate el palo», un «Tomate el palo 2.0», apelando al imaginario popular con una canción que está muy instalada transgeneracionalmente. Mis amigas jovencísimas la conocen. Digo que es social en ese sentido y porque es un himno que es muy dedicado en todo sentido, en todo aspecto, en todo el espectro. Se le dice «¡Qué ganas de no verte nunca más!» a alguien, pero también a algo. Yo, cuando hago canciones, al parir me despojo y ya no siento que me pertenezcan, están ahí para que le pertenezcan a la gente y se apropien. Con este tipo de canciones me gusta que se las apropien. Que digan «se lo voy a dedicar a este que me estafó emocionalmente o al político que me está currando». Me parece divertido.

–¿A qué o a quién le dirías qué ganas de no verte nunca más?

–Al fascismo hay que decirle qué ganas de no verte nunca más. Y lo digo a nivel global también. Siento que las dinámicas fascistas hacen mucho daño y nos afectan a todos. Los capitales culturales –la cultura en sus múltiples expresiones y aristas–, la educación, la salud son herramientas que hay que defender y estoy dispuesta a defender y estoy orgullosa de que muchas artistas y productoras culturales se están plantando a defender esto porque son resistencias a estas tendencias fascistas que están impregnando a nivel global, están avanzando como una tendencia política. Al fascismo le gritó ¡Ke ganas de no verte nunca más! Que es lo mismo que decirle: ¡tomate el palo!

–¿De qué te sentís orgullosamente pekadora?

–Vengo de una infancia religiosa, católica. El primer hombre que me gustó en mi vida, que dije «me pasa algo con él», fue Jesús. ¡Imagínate! (risas). Con ese torso desnudo, esas imágenes tan sadomasoquistas. Crecí toda mi adolescencia con códigos sobre el pecado, la religión, con cumplir con supuestos valores de beatitud y corrección. A partir de mi adolescencia arranqué a pecar. Lo que yo llamo pecado quizás tiene que ver con una posición crítica y disruptiva al statu quo. Agarrar esos guiones normativos y contestar: «No me lo fumo, no me voy a comer eso así, si eso es pecado, voy a pecar». Esta canción, «Pekadora», habla de una mujer libre. Pareciera que la ecuación es que mujer libre es igual a mujer que peca. En ese sentido, «Pekadora» sí es una apología, un llamado a pecar. «No tengo dueño, no tengo filtro», dice la letra. Dicen que no tengo compasión. Yo tomo y me voy, si quiero practicar mi dinámica amorosa lo hago como quiera. No voy a asumir esa directriz de monogamia, castidad, la forma de amar que te imprime el patriarcado y el capitalismo donde las células más funcionales son la familia, el matrimonio. Voy a pecar, voy a salir de ese paradigma. Como dice Shakira, ahora las mujeres no lloran, tiene una posición más activa en el sexo, en el amor, en lo libidinal, lo creativo, lo profesional, la salud, la soberanía sobre nuestros cuerpos y deseos. Si eso está codificado como pecar, vamos a pecar. Ya era hora.

Miss Bolivia.
Foto: Diego Martinez @ildieco_diegomartinezph

–En estos tiempos de desasosiego, ¿qué función o rol social tienen las canciones?

–Las canciones son herramientas de lucha, son banderas. Sirven para usarlas colectivamente. No las quiero solemnizar. Por supuesto que las canciones sirven también para entretener, no puede ser todo solo lucha, solo militancia. Puede ser, pero no es obligatorio. A mí me gusta balancear, usar el humor, en un momento decir mira el chiste que hice con este estribillo. Las canciones son medicina. A veces en vez de tomarme un ibuprofeno prefiero escuchar un tema de Charly. Ese es el valor que tienen las canciones, son herramienta social y son medicina.

–¿Por qué crees que, además de ser un icono de las mujeres sos referente artístico para las disidencias sexuales?

–Después de una lucha histórica de décadas, en los últimos años cada vez empezaron a tener más visibilidad, potencia y fuerza, las identidades, las subjetividades disidentes y no binarias. Y que las artistas para la cuales el feminismo es un bastión nos alineamos, nos sentimos casi naturalmente plegadas con estas luchas no binarias que también son antifascistas. El binarismo es fascista, muy reduccionista, injusto. Es algo orgánico del movimiento, sobre todo de los feminismos inclusivos ser no binaria, ser antirracista, ser anticlasista, ser anti todo lo que reduzca el mundo. Cuando el mundo se reduce, incluso cuando los feminismos se vuelven poco inclusivos, la llama de la lucha se torna estéril. Lo antipatriarcal tiene que sí o sí incluir a estos colectivos, sino somos patriarcales. «





Miss Bolivia – Bestia

  1. “Amor”.
  2. “Ke ganas de no verte nunca más”. Con Romea.
  3. “Tu cabeza”.
    Con Piti Fernández.
  4. “Pekadora”.
  5. “Arizona”.
    Con Loli Molina.
  6. “Pikante”.
  7. “Soltera”.
    Con Cazzu.
  8. “Menos mierda”. Con Perotá Chingó.
  9. “Ego”.
    Con Eruca Sativa.



¿Cuándo?

Miss Bolivia presenta Bestia el 11 de mayo a las 21 en Niceto, Niceto Vega 5510.

Foto: Diego Martínez



Un desbalance ostensible, burdo e injusto

La carrera de Miss Bolivia incluye un gran recorrido y un éxito innegable. Pero nada fue sencillo.

–¿Qué cosas te costaron por ser mujer?
–Al principio de mi carrera, hará unos quince años, hubo un momento clave. Fue una fecha de reggae. Todos tocamos, yo era la única mujer, al terminar nos pagaron y a mí me pagaron menos. Fue la primera vez, éramos todos artistas del mismo tamaño. Cuando volví a mi casa me dije: ¿será por ser mujer? Ni siquiera tenía la pregunta instalada. Hubo que dar muchos pasos. El costo de ser mujer me pasó por el lado de la carrera más vinculado a lo económico. Si voy a la industria en general, hubo muchos momentos de embudo. En general las programaciones y los accesos a los festivales eran para banda de varones. Tuvo que legislarse la Ley de Cupos para que podamos balancear, ni siquiera igualar, ecualizar. Lamento que tuviese que haber una ley para eso. Pero parece que había malos hábitos en la industria que insistían en privilegiar, poner en las cúpulas del cartel bandas que no fueran de mujeres. Con el tiempo esto se fue modificando. Los top artistas del momento son María Becerra, Lali, Emilia, que son artistas grosas pop top, comprometidas, comercialmente muy exitosas y son mujeres. Está empezando a haber movimientos, hubo que militar, sentarse en las mesas chicas para discutir y militar la ley. Sentarse a dialogar y a debatir con productores, programadores que decían «si tengo que pagar la multa porque no tengo el 30% de mujeres, prefiero pagar la multa». Cambió mucho en pocos años. Falta, hay que seguir defendiendo, plantándose. Hay que poner en valor talentos femeninos y disidentes no visibles. Cuando puedo hago un festival que se llama Festipantera, con una grilla femenina y disidente. Aún me parece necesario para restaurar. Hay cada vez más de esos eventos a nivel federal a partir de estas militancias más celulares. Es una labor saludable y medicinal frente a este desbalance ostensible y burdo.


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