Morón: el «pluma» sigiloso que sobrevivió al Macrigate

Por: Ricardo Ragendorfer

Fue durante la tarde del 1 de octubre pasado, justo antes de empezar el primer debate presidencial en Santiago del Estero, cuando el candidato de La Libertad Avanza (LLA), Javier Milei, subió a la red social X (ex Twitter) una foto en la que se lo ve flanqueado por quien sería la futura titular del Ministerio de Capital Humano, Sandra Pettovello, y un septuagenario de contextura esmirriada y cara angosta, casi sin mandíbula, a quien presentó como su posible secretario de Trabajo. Se trataba de Gustavo Morón, alguien prácticamente desconocido para el público.

Ya se sabe que, 71 días después, el libertario llegó a la Casa Rosada. Sin embargo, la designación de Morón quedó trunca, dado que en dicha Secretaría –por pedido expreso de Mauricio Macri– fue colocado Omar Yasin. Aún así, Morón obtuvo un premio consuelo: la Superintendencia de Riesgos de Trabajo (SRT), cuya jefatura también ejerció durante el gobierno de Macri.

Pero sus antecedentes continuaban siendo un secreto de Estado, salvo los más inofensivos, como su paso –en 2003– por la auditoría interna de la Administración Nacional de Seguridad Social (ANSES).

¿Acaso Morón sólo es un simple burócrata?

Pues bien, en 2009 también fue funcionario del Ministerio de Justicia y Seguridad porteño, teniendo entre sus tareas la de auditar a La Metropolitana, esa mazorca creada y dirigida por el comisario Jorge “Fino” Palacios, desde la cual estalló el llamado “macrigate”, referido a escuchas ilegales realizadas por el ya olvidado agente Ciro James. Un affaire que derivó en el procesamiento del entonces ministro de Educación, Mariano Narodowsky, y del mismísimo Macri, además del de James y Palacios, entre otros.

El asunto es que éste último, durante su declaración indagatoria ante el juez federal Norberto Oyarbide, no vaciló en afirmar que el bueno de Morón “integraba la red de espionaje”.

Dicen que ello se ajustaba a la verdad, pero que, a la vez, fue un tiro por elevación al ministro del área, Guillermo Montenegro, a quien el comisario le profesaba una particular inquina.

Ocurre que Morón era un íntimo del “Gordo”, así como todos le decían a Montenegro. Incluso, sus hogares –sobre la calle Montevideo, de San Isidro– eran aledañas. Al final, ambos se salvaron por un pelo de ser encausados. Pero la figura del auditor, quien por entonces lucía un flequillo entrecano, había cobrado una súbita notoriedad, al igual que la de su cuñado, Pascual Miguel Mazzeo, un asesor del ministro.
La presencia de ellos en su gabinete asombró sobremanera al legislador del MST-Nueva Izquierda, Marcelo Parrilli.

Pero vayamos por partes.

Durante la última dictadura, Morón estudiaba Ciencias Económicas en la Universidad de Belgrano. Y tras recibirse de contador, hizo un posgrado en Administración de Empresas en la Universidad Torcuato Di Tella.

En tanto, Mazzeo era un esbirro de la Superintendencia de Seguridad Federal (SSF), el brazo represivo de la Policía Federal. Como tal, una de sus misiones fue infiltrarse en la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Muchos militantes de esa agrupación cayeron bajo las garras del Terrorismo de Estado; algunos, claro, luego de que Mazzeo los “marcara”.

Cabe destacar que, en 2009, uno de sus acusadores fue nada menos que el actual secretario de Seguridad porteño –y jefe de la Policía de la Ciudad–, Diego Kravetz, quien dijo sobre él: “Se hacía pasar por dirigente universitario para espiarnos”. El tipo se había retirado de la Federal un año antes.

¿Acaso es posible que fuera él quien reclutara a Morón en la SSF? Es que Morón habría sido una “pluma” de aquella fuerza, tal como se les llamaba a quienes prestaban servicios como «Personal Civil de Inteligencia (PCI)».

Lo cierto es que, en 2010, Parrilli integraba la comisión legislativa que revisaba los legajos del personal de La Metropolitana. En esas circunstancias, detectó la presencia del comisionado mayor de aquella fuerza, Ricardo Ferrón, otro veterano de la SSF en los años de plomo. Su nombre le resultó conocido por una cuestión personal: en 1981, ese tipo estuvo al frente de la patota que allanó la sede del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), ocasión en la que él fue detenido junto con otros abogados y militantes.

«Morón ingresó a la SSF durante la última dictadura, y es probable que estuviera del otro lado del mostrador cuando nos llevaron a su sede», aseguró Parrilli en una interpelación al jefe de La Metropolitana, Eugenio Burzaco.

También sabía que era el cuñado de Mazzeo, quien ya había sido puesto al descubierto por boca del diputado de Proyecto Sur, Rafael Gentili.

La respuesta del interpelado no fue muy convincente:

–El Gustavo Morón que yo conozco debe tener 40 años. Me parece que debe ser un homónimo.

El susodicho tenía por esos días 55 años.

Y salió al cruce de las acusaciones con más indignación que solidez:

–Es una infamia. Jamás ejercí, directa o tangencialmente, ninguna tarea relacionada con una fuerza policial o de seguridad durante la dictadura.

Amparado por su amigo Montenegro, siguió ejerciendo sus funciones, sin que ninguna sombra opacara su destino.

Dicho sea de paso, sus servicios no fueron poca cosa. Tanto es así que, por ejemplo, desde la Auditoría Externa de La Metropolitana, supo dibujar un informe exculpatorio sobre el rol de esa fuerza tras su incursión represiva del 7 de diciembre de 2010, donde sus agentes asesinaron a dos vecinos, además de dejar un tendal de heridos.

El área a cargo de Morón también encubrió a La Metropolitana después del ataque al Hospital Borda, durante la madrugada del 23 de abril de 2013. La jauría policial cargó con gas pimienta y balas de goma contra trabajadores, médicos, enfermeros y pacientes que trataban de impedir allí la demolición de un taller para construir allí una plaza.

Ya con la llegada de Macri al Sillón de Rivadavia, todas las tormentas penales se disiparon: el lote de procesados por el “macrigate” fue bendecido por un oportuno sobreseimiento, mientras que las acusaciones sobre el papel de Mazzeo y Morón en el esquema del terrorismo de Estado pasó al olvido.

En tal etapa, este último fue entronizado en la SRT. Y sobrevivió en el cargo hasta después de la pandemia.
Ahora, tras desplomarse su sueño de ser secretario de Trabajo, regresa a ese mismo lugar con su sigilo de siempre.

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