Viggo Mortensen desafía los mandatos del western para denunciar las injusticias del presente

Por: Adrián Melo

Hasta el fin del mundo, su segundo trabajo como director, guionista y actor, retrata con audacia la historia de dos inmigrantes que intentan sobrevivir y consolidar su relación amorosa.

Nobleza obliga, quien escribe estas líneas forma parte de la hoy quizás intensa minoría que ama a Viggo Mortensen más allá de sus innegables cualidades artísticas. Es decir, alguien a quien le cuesta deslindar al actor que desde fines del siglo XX encarnó al legendario Aragorn en la saga cinematográfica El señor de los Anillos de J.R.R. Tolkien (Peter Jackson), del fanático mundial más famoso -junto al Papa Francisco- del club de fútbol San Lorenzo y, sobre todo, de aquel hombre comprometido políticamente con su tiempo que no duda en criticar  públicamente en partes iguales las políticas de Trump y el laboratorio del fin de la Argentina que constituye el improvisado ensayo neo-neo liberal local. Es decir, al Mortensen que frecuentemente lanza improperios contra Milei y que supo declarar una de las más elocuentes, perdurables y lapidarias frases contra el actual presidente argentino: “Es un payaso y un muñeco de la derecha”.

Dicho esto, se puede afirmar con bastante objetividad que con Hasta el fin del mundo, imprecisa traducción argenta del título original The Dead Don’t Hurt (La muerte no duele), Mortensen se consolida como creador integral y se erige en uno de los grandes de la cinematografía al asumir ese triple rol -director, guionista y actor- del que, históricamente, unos pocos artistas han logrado salir airosos.

Lo hace a partir de una historia a su medida que tiene literales ecos de contemporaneidad: la relación amorosa entre dos inmigrantes: él, un hosco y solitario danés que, como Viggo, parece no precisar de segundos nombres para ser reconocido y ella, una franco-canadiense, risueña, y criada para ser una mujer libre como el aire. La tensión y el conflicto principal radican en que Holger Olsen o simplemente Olsen (Viggo Mortensen) y Vivienne LeCoudy (Vicky Crieps) se conocen en un tiempo extraño en donde menos que nunca el amor es cierto y la felicidad, una imposibilidad. Un tiempo-espacio en que la muerte no duele porque la vida no vale nada (menos aún la de dos inmigrantes pobres) y donde impera la salvaje y darwiniana ley del más fuerte. Se trata de un típico pueblo del Oeste americano, específicamente Elk Flat en Nevada a mediados del siglo XIX, escenario que parece el más propicio para extrapolar a la realidad actual.

La fotografía es otro de los fuertes de Hasta el fin del mundo.

Porque, en este contexto, Olsen y Vivienne deben lidiar en un mismo movimiento con sus disímiles caracteres, con los forajidos y con sus existencias sujetas a las arbitrariedades y despotismos de todo tipo del poder económico en connivencia con el poder político y el poder judicial. Lo último parece encarnarse particularmente en la figura de Weston (Solly McLeod), el impune y demoníaco hijo de un mafioso local capaz de moler a piñas al pianista del salón del bar del pueblo por tocar una canción que a él no le gusta y que, más pronto que tarde, machirulo violento e irredimible al fin, pondrá los ojos sobre la liberal -dicho en el buen sentido- Vivienne. Y, como si fuera poco, a esto se suma la brutal guerra de Secesión, un conflicto bélico en el cual un idealista Olsen se alista voluntariamente buscando una forma de hacer dinero y a la vez contribuir a la lucha contra la esclavitud (una esclavitud de la que, en otro sentido, se siente víctima). Sin embargo, como toda guerra, esta tanática decisión no tendrá ninguna consecuencia positiva, sino, que a la postre terminará de separar a los amantes y consumar los prolegómenos de la tragedia.

Con un guion intimista que no decae y una exquisita fotografía de Marcel Zyskind, Mortensen subvierte al western no solamente porque utiliza los horrores del pasado para denunciar las injusticias del presente. Tampoco por el inédito uso para el género de una narración no lineal: un comienzo con el final, constantes flashbacks del pasado y del futuro, algunas imágenes  oníricas, apelaciones a personajes medievales (¿nostalgia de y homenaje a El señor de los anillos?) y no desprovistas de poesía…  Sino, sobre todo, por el trazo de los dos personajes protagónicos infrecuentes: un héroe lloroso (la película da cuenta de que los hombres pueden ser sensibles e incluso lloran) que no dispara un solo tiro (al menos dentro del campo cinematográfico) y una mujer rebelde, aguerrida, independiente, desprejuiciada y sexualmente activa que escapa a los cánones del siglo XIX y de las machistas películas del Oeste. Una respuesta contrahegemónica absoluta a los estereotipos que supo consolidar el género western.

Viggo Mortensen.

En definitiva, poniendo toda la carne en el asador que incluyen sus dotes de fotógrafo, pintor, poeta -artes que supo incursionar-, Mortensen lega una creación que constituye varias películas en un mismo film: una nueva y aggiornada forma de hacer western que promete hacer escuela, una fábula de la era actual, una sátira política, una denuncia a las arbitrariedades del poder y a los abusos de todo tipo del patriarcado, una oda pacifista y, por encima de todo, una conmovedora historia de amor entre un hombre huraño que aprende a amar y una alegre feminista avant la lettre que encuentra infructuosamente al amor de su vida… En definitiva, Hasta el fin del mundo brinda un argumento más que explica las razones del porqué queremos tanto a Viggo. «

Hasta el fin del mundo

Dirección y guion: Viggo Mortensen. Elenco: Vicky Krieps, Viggo Mortensen, Solly MCleod, Garrett Dillahunt. En cines.

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