Militar pragmático, integra una logia masónica, celebró el golpe del 64 y varias de las batallas de sus FFAA en la región, incluso contra Rosas y Brown, y fue acérrimo enemigo de los gobiernos del PT. Es la cabeza del plan de desplazar a Bolsonaro con el menor daño posible.

La crisis entre Bolsonaro y los militares que apoyaron su candidatura se fue profundizando en las últimas semanas. El presidente se puso tan en contra de las recomendaciones de la OMS para luchar contra el coronavirus que hasta la organización Human Right Watch lo considera un peligro para la humanidad. Ni qué decir de los 5700 alcaldes y 25 gobernadores que al igual que las federaciones de médicos y de sanitaristas que venían alertando sobre las consecuencias de no dictar un aislamiento obligatorio para impedir la diseminación del virus.
El empecinamiento de Bolsonaro y el sector fundamentalista evangélico en que sustenta sus raíces ideológicas lo lleva a tomar actitudes de “adolescente caprichoso”. Desde asegurar que el Covid-19 es apenas una gripecita hasta pasearse entre sus seguidores sin ninguna protección o, como hizo estos días, recorrer un shopping como si nada. Solo para desafiar a los médicos.
Si bien los sectores financieros, el gran capital y los medios hegemónicos apostaron fuerte por Bolsonaro como el único modo de frenar a Lula, ahora perciben que las actitudes del mandatario comprometen al propio sistema, por mas que estén de acuerdo con no frenar la economía. Por ello ahora no verían con malos ojos un reemplazo, aunque se conforman con el rol de “reina loca” que le dejaron entre Braga Netto, los presidentes de ambas cámaras legislativas y el Supremo Tribunal Federal (STF), que ya se plantó en declarar inconstitucional un posible levantamiento por decreto de la cuarentena que impusieron los gobernadores estaduales.
Mucho se habló de que se le hizo un “golpe blanco” a Bolsonaro. Y que el nuevo jefe de operaciones, Braga Netto, es el presidente en operaciones. Todo indica que no será tan fácil convencer al ocupante del Palacio del Planalto de que resigne el cargo. Pero el poder detrás del poder es sin dudas Mourao.
Hijo de un general de prestigio y padre de un economista neoliberal, Hamilton Mourao nació en la capital de Río Grande do Sul, un territorio que alguna vez soñó con separarse del imperio de Brasil y donde también nacieron Getulio Vargas y Joao Goulart. Fue elegido como vice de Bolsonaro, según Eduardo, uno de los hijos del presidente, porque “tiene cara de cuchillo en la calavera”. Pero desconfiaron de él desde el primer día en el cargo.
El perfil oficial de Mourao dice que es artillero y fue escalando dentro del Ejército, hasta ser representante de Brasil en una misión de paz en Angola en 1997 y agregado militar en la embajada en Venezuela, entre 2002 y 2004. Integra la Logia Masónica Grande de Oriente y como defensor del golpe militar de 1964, fue castigado durante la gestión de Dilma Rousseff por declaraciones contra el gobierno siendo jefe de un comando militar. Fue clave también una frase suya en 2018 para que el STF fallara por mantener a Lula en prisión e impedir que fuera candidato.
Para saber cómo piensa, no hace falta hurgar demasiado. Alcanza con mirar @GeneralMourao en Twitter. Allí, el mismo día en que Bolsonaro que atragantó con la permanencia de Mandetta, publicó que se cumplía un nuevo aniversario del triunfo de la armada imperial contra la porteña, al mando del almirante Brown, en la batalla de Monte Santiago, en la desembocadura de Río Santiago, en Ensenada, “asegurando la supremacia naval de Brasil en el Rio de la Plata, esencial para la viictoria del Imperio en los conflictos con los dictadores de la región que ocurrieron a lo largo del siglo XIX”.
Semanas antes, el 3 de febrero, había recordado otra batallas en estas tierras, la de Caseros, cuando “la División del Brigadier Manuel Marques de Souza, el Centauro de Luvas, tomó por asalto a las fuerzas del dictador Rosas, una victoria de argentinos, uruguayos y brasileños para la independencia nacional, la democracia y la paz en la región”.
Tambien celebró el cambio de guardia en la base Antártica brasileña, una tardía estrategia para poner un pie en el continente blanco inaugurada en 1984 en el mismo sector que reclama Argentina. El 31 de marzo pasado, recordó como hito la “intervención militar” de 1964. Luego de justificarla como una necesidad ante el desorden, la corrupción y la subversión, escribió que “con la elección del general Castello Branco se inciaron las reformas que desarrollaron a Brasil”.
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