Necochea: 10 minutos para una masacre anunciada

Tras asesinar a machetazos a su esposa, acuchilló y mató a tres de sus hijos y a un vecino que quiso ayudarlos. Otra hija, que salvó su vida, reveló los detalles de una conducta repetidamente violenta.

Roberto Vecino era un hombre violento. En la mañana del jueves pasado, en su casa de Necochea, se convirtió también en un asesino múltiple, al embestir a machetazos a su mujer, acuchillar a tres de sus hijos y a un vecino que tuvo la mala idea de asomarse para ofrecer ayuda. Después, acorralado por la policía, se suicidó.
La masacre comenzó a las 9 en el cruce de 98 y 63, en el Barrio Fonavi, cuando María Esther Curuchet, de 52 años, volvió a su casa acompañada de Vecino, su ex pareja, luego de dejar en el colegio a uno de los cinco hijos que tenían en común. En la cocina empezó una discusión y el hombre decidió terminarla empuñando un cuchillo del tipo machete y atravesando, varias veces, el cuerpo de la mujer. Luego subió a la planta alta y atacó a sus hijas Rosa, de 21 años, y Etelvina, de 19, con el mismo acero afilado de 30 centímetros de largo. Uno de los hermanos de Curuchet, que vivía con ellos, salió a pedir ayuda pero Vecino ya estaba decidido a ir por más.
A Roberto, de 24, otro de los hijos de la pareja, que intentó escapar, lo corrió 50 metros hasta que lo alcanzó, acabó a golpes con su resistencia, y lo asesinó a cuchillazos. Horacio Córdoba, de 70 años, se convirtió en testigo involuntario de la matanza al pasar en ese momento por el lugar a bordo de su camioneta. Bajó del vehículo y se propuso intervenir, pero otra vez se impuso el nervio criminal de Vecino. Córdoba terminó degollado en plena calle.
De acuerdo a los informes preliminares de las autopsias, Curuchet tenía la cabeza «prácticamente desprendida» como consecuencia de un fuerte golpe de machete, mientras que el resto de las víctimas presentaban al menos diez heridas de arma blanca (en la escena se encontraron tres) y cortes defensivos producidos durante el vano intento de protegerse. La seguidilla de muertes no habría durado más de diez minutos.
Cuando los policías llegaron al lugar intentaron desarmar a Vecino, que todavía seguía en la calle, pero este se resistió blandiendo otro cuchillo de unos 22 centímetros de hoja y una faca o arma blanca de fabricación casera que él mismo confeccionó. Así logró herir a dos agentes y huir corriendo hasta el galpón de su casa, donde se atrincheró. Luego de intentar convencerlo de que se entregase, y de escuchar las reiteradas negativas del quíntuple homicida, personal del Grupo de Apoyo Departamental (GAD) de Necochea irrumpió en el galpón y encontró el cuerpo de Vecino pendulando de un alambre, rodeado de los canarios que criaba.
«Él actuaba con naturalidad. Para la gente era una buena persona, pero adentro de la casa era otro», recordó Daniela, la hija mayor, quien se salvó de ser asesinada por su padre porque decidió irse de casa cuando cumplió 16 años. «Mi papá ha hecho un montón de cosas que hacían suponer que sí (que podía cometer un crimen), pero tal vez todos lo minimizaron, y pocas personas le dieron importancia», explicó, y agregó que su padre «le apuntaba a la cabeza a mi mamá con un arma cuando yo tenía nueve años». «Cuando era chica lo denuncié a mi papá, pero fui sola a la comisaría porque mi mamá le tenía miedo, le tenía terror», afirmó. Sin embargo, la fiscal del caso, Mirta Ciancio, confirmó que ni en la justicia ni en la Comisaría de la Mujer necochense había denuncias contra Vecino por violencia de género.
Otros dos sobrevivientes de la masacre son los hijos del homicida, uno de ellos de 10, que a la hora del ataque no estaban en la casa porque asisten a un taller y a una escuela especial.
Vecino, de 56 años, tenía experiencia en el manejo de los cuchillos porque trabajó varios años como filetero en el puerto. Hasta el jueves era sereno en el cementerio municipal. Según el relato de los vecinos, vivió siempre con su mujer y los hijos en la precaria vivienda de 98 y 63, a la que hace algunos años le anexó una habitación, cocina y un galpón con entrada independiente, evidenciando que la relación con Curuchet ya no tenía vuelta atrás. «

Tres antecedentes de matanzas con idéntico sello

Ricardo Barreda. El 15 de noviembre de 1992, en la casa de Calle 48 entre 11 y 12 de la ciudad de La Plata, el odontólogo mató con una escopeta a su esposa, Gladys McDonald, de 57 años; a su suegra Elena Arreche, de 86; y a sus dos hijas Cecilia, de 26, y Adriana, de 24. En 1995 fue condenado a prisión perpetua. A principios de 2008 le concedieron el beneficio del arresto domiciliario, luego revocado. En mayo pasado, fue liberado tras cumplir 23 años de prisión.
Antonio Orlando Cajal. El 2 de noviembre de 2009, en una casa de Morón, fueron asesinadas a puñaladas y golpes Liliana Fuño Rodríguez, de 26 años y embarazada de ocho meses; sus hijos Rocío, de 4, y Brian, de 7. Cajal, pareja de Liliana y padre de los chicos, fue condenado a reclusión perpetua por el triple crimen.
Cristian Leonardo Méndez. El 8 de mayo de 2014, en una vivienda precaria de Merlo, murieron carbonizados María Karina Flamenco, de 38 años; su pareja, Gastón Olivera, de 31; y sus seis hijos: Yael, Briana, Sakira, Alejo, Nayla e Ian. Por el hecho fue encontrado culpable «Memo» Méndez, ex pareja de la mujer, quien vivía amenazándola. Fue alojado en un psiquiátrico de La Plata pero el 24 de diciembre del mismo año fue encontrado muerto en su celda. Las autoridades concluyeron que se suicidó.

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