Norita, eterna: homenaje a Nora Cortiñas, a un año de su partida

Por: Nahuel De Lima

Una vida de lucha, ternura y resistencia que sigue latiendo en las calles, en las canciones, en las banderas, en cada gesto que se niega a olvidar.

A un año de su partida, Norita Cortiñas volvió a estar presente. Este jueves 30 de mayo, el Centro Cultural Pepa Noia se llenó de voces, de abrazos, de imágenes; de gente que la amó, que la conoció, que la llevó consigo en cada paso.

“Las canciones de Norita” no fue una despedida. Fue una forma de volver a encontrarla. Porque Norita está. En las calles, en los abrazos, en el canto colectivo. En la memoria que sigue viva. Sikuris, guitarras, poemas, fotos, banderas y miradas se encontraron en ese homenaje lleno de afecto y gratitud.

Participaron amigxs y artistas como la Comunidad de Sikuris Arco Iris, Sara Mamani, Cecilia Pahl, Gabriel Videla (su querido profe de canto), Barbarita Palacios y Javier Casalla, Joaquín García, Hernán Lucero y Manuel Callau. También se inauguró la muestra fotográfica “Norita por siempre”, con imágenes generosamente compartidas por autorxs que entienden que la memoria también se sostiene con luz, con encuadre, con mirada.

Una de esas miradas es la de Karina Díaz. Fotógrafa y amiga de Norita durante los últimos quince años. Su cámara, como su corazón, fue testigo de todo: los actos, las marchas, las charlas largas, los silencios, los gestos cotidianos. Karina supo mirar a Norita no sólo como referente: la retrató como mujer, como abuela, como compañera.

En muchas de esas escenas, la cámara quedaba a un costado. Norita pedía que no se registraran ciertos momentos. No por pudor, sino por respeto a la intimidad. Y cuando aceptaba, lo hacía con intención. Si una causa lo necesitaba, si una bandera lo merecía, ahí estaba su gesto: “Saca una foto para que se vea que estamos”.

Karina la acompañó en las grandes marchas, pero también en caminatas por Castelar, en tardes tranquilas, en cenas compartidas. Y dice que lo que más la emocionaba era el amor de la gente. Personas que se le acercaban llorando, solo para agradecerle, para abrazarla. Ese amor la sostenía. Aunque estuviera cansada, volvía a casa con una sonrisa.

La calle era su lugar. El pueblo, su familia.

Y en su casa, Norita era puro cuidado. Una abuela que hablaba de política, de la vida, de su hijo, de lo simple. Que valoraba los gestos, las caminatas al centro, las comidas hechas con ganas. Que se emocionaba con un paisaje, con una canción, con un noticiero bien hecho. Y que a veces hacía reír con su humor sutil, su voz suave, su claridad contundente.

Ismael Jalil, abogado de CORREPI y vecino de Norita, también fue parte del homenaje. La recuerda con emoción profunda, como alguien cuya ausencia deja un vacío irremplazable:

“La vida está siempre revocada por ausencias. Uno nace en una pared que no tiene revoque, son ladrillos, y a medida que vas perdiendo lo que tenés al lado, eso se va revocando. La ausencia de Nora es muy significativa. No creo en el más allá, pero con ella hay una excepción: cuando parte hacia la alejura, como decía Yupanqui, deja algo completamente intacto. Ese algo es el compromiso con la memoria, la verdad y la justicia”.

Compartieron muchas caminatas por Castelar, días fríos con sol donde cada paso, aunque corto, era firme. Ismael recuerda un paseo en el que hablaron de una foto de Norita con Fidel Castro:

“Era como una montaña, y ella parecía que iba a escalarla. Cuando le dije eso, respondió al instante: ‘Sí, pero no solo era un gigante por la estatura’. Tenía esas respuestas justas, aún en la calle”.

Entre anécdotas cotidianas y gestos de ternura, lo que más resalta es su humanidad:

“Un día simplemente te llamaba, y sabías que tenías que ir a buscarla. Para caminar, para compartir unas empanadas, para pasar la tarde juntos. Su jardín era un mundo. Tener acceso a él era un privilegio inolvidable. Yo mismo planté un rosal allí”.

También rememora su picardía, su frescura. Como aquella vez en plena pandemia, cuando Norita insistió en ir al hospital de Clínicas a sacarse un yeso.

“Fuimos hasta allá desde Castelar, y cuando llegamos, el médico no estaba. Le digo: ‘¿Ahora qué hacemos?’ Y ella, con esa mirada pícara, me responde: ‘¿Cómo adivinaste que igual me lo quiero sacar?’. Tenía esa mezcla de determinación y ternura que la hacía única”.

Porque Norita fue eso también: amor y lucidez. Fue alegría en medio del dolor.

Desde abril de 1977, cuando la dictadura se llevó a su hijo Carlos Gustavo, ella decidió salir a buscarlo. Y en esa búsqueda, encontró una forma de abrazar a todo un pueblo. Caminó con las Madres, golpeó puertas, exigió justicia. No se detuvo con la democracia. Luchó contra la represión, el ajuste, el saqueo ambiental, la deuda, el olvido.

Fue feminista, popular, amorosamente radical.

El amor de Norita es lo que la sostiene en cada causa. Un amor que nació de la ausencia de Gustavo y creció hasta volverse bandera. Un amor que hoy es semilla en generaciones enteras.

El homenaje en el Pepa Noia fue eso. Una forma de abrazarla con canciones, relatos, vino compartido. Porque no hay homenaje verdadero sin alegría. Y Norita fue alegría también. Fue risa en la lucha. Luz en medio del dolor.

Por eso, todxs se fueron con algo suyo. Una foto. Una melodía. Una frase que queda. La certeza de que sigue estando. En cada lucha, en cada abrazo, en cada paso hacia adelante.

Norita no se fue.
Se multiplicó.

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