Se trata de dos números de la revista Prisma fundada por el escritor y una primera de edición del ensayo El idioma de los argentinos. Ambos materiales son testimonios de la posición estética del autor de Ficciones frente a la lengua literaria.

Prisma fue fundada por Borges junto con Eduardo González Lanuza Francisco Piñero y es consecuencia de un viaje de Borges a Madrid, donde se puso en contacto con las vanguardias europeas. En el primer número se incluyó un manifiesto que Borges firmó con Guillermo de Torre, Lanuza y Guillermo Juan Borges. Los firmantes declaran la importancia del lenguaje oral contra ciertas normas establecidas por la gramática española y proponen que la letra “y” griega sea suplantada por la “i” latina. “Nosotros los ultraístas –los firmantes se identifican con este movimiento estético europeo- en esta época de mercachifles que exhiben corazones disecados i plasman el rostro de los carnavales en muecas, queremos desanquilosar el arte. Lícito i envidiable como cualquier otra placer…” Norah Borges, la hermana del escritor, fue la encargada de las ilustraciones.
En programa del ultraísmo cuyo mayor teórico en Argentina fue Jorge Luis Borges incluía la eliminación de la rima, el uso de la metáfora como condensación de todos los elementos líricos, la exclusión de recursos decorativos y sentimentales, la restricción de la adjetivación y el uso de neologismos, tecnicismos y palabras esdrújulas.
Prisma se levantó también contra los autores consagrados para proponer otros nombres como el de Ricardo Güiraldes, Evaristo Carriego, Baldomero Fernández Romero y Macedonio Fernández. Por su parte, Oliverio Girondo colabora con la revista y explicita su adhesión al ultraísmo con 20 poemas para ser leídos en el tranvía.
El idioma de los argentinos fue publicado por Borges en 1928. Con este ensayo obtuvo el segundo Premio Municipal en 1929. En él también hace manifiesta su posición frente a la lengua. «Mejor lo hicieron nuestros mayores –dice-. El tono de su escritura fue el de su voz; su boca no fue contradicción de su mano. Fueron argentinos con dignidad: su decirse criollo no fue una arrogancia orillera ni un malhumor. Escribieron el dialecto usual de sus días: ni recaer en españoles ni degenerar en malevos fue su apetencia. Pienso en Esteban Echeverría, en Domingo Faustino Sarmiento, en Vicente Fidel López, en Lucio V. Mansilla, en Eduardo Wilde. Dijeron bien en argentino: cosa en desuso. No precisaron disfrazarse de otros ni dragonear de recién venidos para escribir. Hoy, esa naturalidad se gastó. Dos deliberaciones opuestas, la seudo plebeya y la seudo hispánica, dirigen las escrituras de ahora.»
Los dos elementos rematados son testimonios de la posición estética de Borges.
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