Oda al Pulga

Por: Alejandro Wall

A los 36 años, Luis Rodríguez se convirtió en el jugador que hay que ver en el fútbol argentino. Y algo de eso también se celebró con el título de Colón del viernes.

La escena que se repitió antes de los partidos de Colón durante este año lo tuvo como protagonista a Luis Miguel Rodríguez. Era el momento de la foto con los capitanes y los árbitros, después del sorteo, un trámite formal, pero Rodríguez, el Pulga, lo convertía en un pequeño show, un gag que se viralizaba. Le tiraba un caño al árbitro que tocara. La pelota estaba ahí en el medio, foto, saludos, y el Pulga la pisaba para pasarla entre las piernas de la autoridad. Fue su juego de transgresión. Los árbitros tuvieron que empezar a cerrar las piernas.

Lo que podía tomarse como un chiste, el Pulga lo convertía en algo muy serio cuando el partido empezaba. Y entonces, a los 36 años, se convirtió en el jugador que había que ver. En un fútbol argentino que entregaba imágenes grises, sin gracia, un terreno yermo, el Pulga mostraba sus trucos a todo color. Algo de eso se celebró con el título que Colón consiguió el viernes. Se lo celebró también al Pulga, que no había podido coronar con Atlético Tucumán en la final de Copa Argentina frente a River y tampoco con Colón en Copa Sudamericana, cuando cayó en Asunción frente a Independiente del Valle.

Pero no había Pulga sin un equipo. Eduardo Domínguez armó un Colón sin estrellas, pero con clase. Potenció a jugadores que ya tenían un recorrido como Federico Lértora (30 años), Cristian Bernardi (31), Rodrigo Aliendro (30) o Alexis Castro (26). Adaptó a un joven como Cristian Ferreira (21). Todo esos satélites fueron los que orbitaron alrededor de un jugador que se reinventó, el Pulga Rodríguez. En el arco tuvo experiencia, el uruguayo Leonardo Burián, de 37 años, cuidó al equipo. 

Hay entrenadores que se refugian en la supuesta ausencia de futbolistas, en que no tienen plantel, no tienen figuras, para armar equipos prácticos y temerosos. Y hay otros como Domínguez que convencen de su idea a los jugadores y hacen no solo equipos valientes y protagonistas, también les entregan estilo. Por eso también la emoción de Alexis Castro después de ganarle 3-0 la final a Racing, cuando dijo que hablar del técnico era hablar de alguien que le había dado confianza. Es la que debió haber tenido para definir en su golazo, el tercero. 

Colón le dio una lección a Racing, que había llegado demasiado lejos en esta copa, quizá más de lo que se imaginaba, después de haber ganado dos definiciones por penales, sin goles en ambos partidos. Ser campeón sin hacer goles, incluso sin patear al arco, es imposible. Siempre hay un límite. Colón fue su verdugo y su contracara. Ni siquiera se derrumbó cuando el Pulga tuvo que salir de la cancha por lesión. Eso también fue valentía y convicción.

El fútbol argentino –y el de la región– atraviesa un momento de tormenta, alejado de lo que pasa con la sociedad. En medio de una pandemia, sin hinchas en las canchas, lo que se ve por televisión, por lo general, son partidos soporíferos que solo conmueven e interesan a quienes miran a sus equipos. Equipos con brotes de Covid que tuvieron que salir a la cancha igual, partidos que se jugaron en medio de una represión, torneos que se organizan con parches, sin descensos, y todo el episodio que rodea a la Copa América, ya afuera de Colombia y Argentina, pero en Brasil. La Conmebol llevó su torneo a un país donde el presidente, Jair Bolsonaro, es investigado por el manejo de la situación sanitaria y que afronta marchas en su contra donde no andan con vueltas: lo llaman genocida. Todavía queda esperar qué resuelven los jugadores de Brasil –y de otras selecciones– en estado de asamblea permanente. Algo ya se sabe: no la quieren jugar. 

En medio de ese fútbol está Colón. A la alegría del Pulga, de un equipo que ganó con juego, que emocionó a sus hinchas con un título que esperaron toda su vida, y entretuvieron a otros con buenos partidos, le siguieron las imágenes de esos hinchas entre lágrimas, en sus casas, disfrutando algo que creyeron siempre inalcanzable, recordando a los que no lo pudieron ver, abrazándose a los chicos y chicas que lo vieron tan temprano en sus vidas. El llanto de Dady Brieva, abrazado por su hijo, la clase de emociones que se hacen transversales, que conmueven a cualquiera que le guste este deporte. Y esas instantáneas se deben haber desplegado por Santa Fe, por cada casa en la que hubiera un hincha de Colón. Son los momentos en los que se entiende por qué el fútbol, al final de todo, es indestructible.

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