“El orden imposible del mundo”: otras realidades y sentidos en la nueva muestra de Proa

Desde tapas de libro hechos cuadros a vasos pegados a la pared para escuchar conversaciones ajenas o grupos escultóricos impresos en 3D y un caleidoscopio con el gol de Maradona, conforman un diálogo extraño acerca de archivos y colecciones, donde las obras de 26 artistas definen y trastocan el habitual cubo blanco, y otorgan sentidos en la muestra “El orden imposible del mundo”, en Proa. 

Con obras variadas, algunas de gran tamaño y de sitio específico, las cuatro salas de la Fundación pulsan distintas intensidad con la autoría de Valeska Soares, Martín Legón, Adrián Viillar Rojas, Amalia Pica, Rivane Neuenschwander y Juane Odriozola, entre otros artistas contemporáneos. Y como yapa está la co-curaduría y obra de Diego Bianchi, montada en la cuarta sala del espacio que atraviesa la mampostería y reensambla un espacio único. La muestra invita a una imposibilidad abordada desde “distintos paisajes” como son “el del archivo, el urbano, el cotidiano y el arqueológico”.

Por otra parte, todas las obras pertenecen a las colecciones de arte  argentinas Balanz, J.K. Brown & Eric Diefenbach, Cherñajovsky y Oxenford, además de préstamos puntuales de los artistas que participan. Es que “El orden imposible del mundo. Arte contemporáneo”, tal el nombre completo de la exposición curada por Francisco Lemus que podrá verse hasta mediados de marzo en el barrio de La Boca, plantea una mirada sobre las colecciones y esa función especial de archivo que las atraviesa. Algo que se presenta también como reconocimiento a “ese gesto de colaboración con los artistas” por parte de los coleccionistas, según expresa Adriana Rosenberg, presidenta de la Fundación Proa.

Pero por sobre todo, desde esa idea inicial de diálogo propuesto por el curador invitado, lo interesante es el encuentro de los posibles “puntos de afinidad entre las colecciones”, sin por ello pretender responder u ordenar el mundo, pero con “problemáticas planteadas muy actuales”, añade.

Tal vez esta problemática se intensifica con “Dólares-Rapto Paintants” (2007) del argentino radicado en Nueva York Fabián Marcaccio. Una obra que ubicada al final del recorrido y fuera de las salas, en lo alto de la escalera que conduce al primer piso y la librería de Proa, adquiere otros sentidos. Porque, más allá de la complicada historia sobre un rescate pagado en 1975, la obra parece sugerir un bien escaso e incluso inexistente en la Argentina de hoy representado en esa pila de dólares usados a punto de volar.

La exposición, inaugurada al público a mediados de diciembre, y que demandó varios meses de trabajo, fue pensada para hablar “sobre el tema del coleccionismo, pero un coleccionismo muy audaz”, dice Rosenberg ante un reducido grupo de periodistas. Además, la exhibición se basa en investigaciones realizadas sobre dos de las colecciones de las que se nutre y de “algunos artistas puntuales que trabajaron obras de sitio específico, presentes en esas colecciones”, agrega. 

“Nuestra idea era pensar cómo el arte contemporáneo también es un laboratorio para pensar la cultura, el mundo, y cómo el mundo actual con tantas transformaciones políticas, sociales, económicas, implica un desafío al momento de generar una estabilidad o un orden. Inspirados en Borges, le pusimos el título ´El orden imposible del mundo´. Es un título en el que habita una gran paradoja: la palabra orden y la palabra imposible”, señala por su parte Lemus.  Y agrega: “Vimos como artistas de diferentes generaciones, pero activos desde los últimos 20 años, están implicados en generar una poesía, una imagen sensible de esas transformaciones o de esa inestabilidad que nos brinda el mundo y nuestra vida cotidiana”.

“El orden…”

La instalación “En cualquier momento… (Primavera)” de la artista brasileña Valeska Soares introduce esta peculiar mirada curatorial, articulandose con “La fenomenología” (2013) y sus estanterías repletas de cajas, de Legón, en la primera sala. Soares propone en la instalación de 2014 una selección de 93 tapas de libros en inglés montadas sobre bastidores de lienzo colocados sobre una pared blanca. Un muro de tapas de frente que desafían los habituales lomos vistos en estantes, y a su vez, monta delante de los libros desprovistos de palabras una pequeña escalera circular de madera, como las usadas en las bibliotecas, que no conduce a ningún lugar.

En cambio, la de Legón es una Instalación compuesta por cajas de cartón, pulcras e idénticas y prolijamente dispuestas en estanterías de metal, inspirado después de una recorrida del artista en 2014 por las oficinas del Centro Cultural San Martín. Y como referencia de sus contenidos, ubica a ras del piso una estela de mármol -lo único que se archiva de la obra-, como la que suele verse en ciertos memoriales europeos.  “Nos dijo que esta es su obra más soviética y esa fue una inspiración para el montaje”, indica el curador, sin dar más precisiones.

Ya en la segunda sala, se destaca “Escucha clandestina” (2011), la instalación de la neuquina Amalia Pica que reside en Londres, creada con vasos transparentes de distintos colores (cálidos y fríos según proporciones normadas) y tipos pegados a una pared. Es una obra que acompaña “A cierta distancia (barreras públicas)” de 2010 de Neuenschwander donde la artista brasileña radicada en San Pablo recrea con hormigón, madera y cable de acero las usuales obras realizadas en la vía pública de las ciudades, y explora en la extensión del espacio, la interacción entre caos y orden cotidiano. 

Con estás instalaciones articula “lo que sucede en la vida en la ciudad y en la vida de íntima”, y completa esto con un gesto de performance detenido en yeso y pigmentos sobre otra pared en diagonal, de Elena Dahn, y las cromáticas “Acciones” (2025) de Odriozola configurado por banderas de colores hechas con papel de toalla que se mueven ligeras en el aire que desplazan los cuerpos curiosos del visitante. 

Muy diferente es la propuesta de “El teatro de la desaparición” (2017) de Villar Rojas, que fue parte del conjunto exhibido en la terraza del Metropolitan hace unos años. En esta oportunidad, se muda al interior y las figuras en escala humana que se recogen en su blancura dispuestas sobre breves bases que contrastan con el gris del entorno. El conjunto fue realizado por el estudio Villar Rojas, y restaurado tras su estancia de un año a la intemperie. “Es un banquete collage barroco contemporáneo donde se superponen diferentes épocas y culturas”, dice Lemus. 

Son miles de detalles para explorar y perderse en ese diálogo del rosarino Villar Rojas con el archivo y acervo del museo estadounidense: desde la escultura que retrata personajes de alcurnia y que engalanaban pétreos féretros a las sillas que rodean rectangulares mesas, naturalezas muertas o cabezas de hipopótamo sostenidas por brazos de alguien que a su vez es asociado a brazos que desaparecen, entre otras alegorías.

Muy distinto es el último espacio, el del primer piso: allí están “Caleidoscopio” (2016) de Bianchi, una instalación creada con espejos, vídeo, hierro y televisores, y el gol de Diego Armando Maradona. También allí están obras del artista boliviano Andres Bedoya como “Vestimenta II” (2016) -un ropaje creado con chapitas usadas como souvenirs turísticos-, y los inicios escultóricos de Nicanor Aráoz. Así como las obras de Eduardo Costa, Pablo Accinelli, e incluso el diseño humanoide acolchado de Patricia Ayres y objetos de pintura sobre tela de Mariana López, entre otros.

El espacio aloja “obras más pequeñas que dan cuenta también de otras materialidades, y operaciones que son propias incluso de los modelos de la vanguardia, como el collage o el ready-made, y que siguen siendo claves en el arte contemporáneo”, explica Lemus. Por eso pensaron en Bianchi. 

“Trabajamos a partir de la idea de urgencia de obras que están hechas con muy pocos materiales y con muy pocas operaciones”. Y agrega el curador: “Casi vuelvo a esa idea del ready made, del collage donde se mezcla la vanguardia, un poco también con la contracultura”, pero “cuando estábamos pensando el espacio, Bianchi me dice: «trabajemos con la panelería que había en sala, empecemos a perforar esa idea, ese cubo blanco construido”. Entonces, el espacio que albergó hasta hace unas semanas la muestra de fotografía del Premio Pict del ciclo “Human” se transforma en un contenedor distinto, exploratorio. 

Y ese espacio tan particular y ecléctico se permite explorar también la subjetividad histórica y presente como sucede con la obra “El País 21.01 Make Me (America) Great Again” (2017) del rumano Dan Perjovschi: tinta sobre periódico donde se destaca el actual presidente de Estados Unidos Donald Trump en la tapa del conocido diario y el lema trumpista escrito a mano que da nombre al título de la obra.