
El Diego ya se puso la camiseta del Lobo y sonrió para la cámara. Criticó al vecino de enfrente y arengó a la hinchada. No le habíamos pedido nada y ya nos dio todo lo que necesitábamos. Quién puede preocuparse entonces por el éxito deportivo cuando el resultado más conocido es la frustración. Sabemos que la alegría de hoy barnizará nuestras memorias deportivas por siempre. Gimnasia es el equipo más viejo del fútbol argentino, uno de los que tiene más años en la Primera División. Sin embargo lleva la carga de no haber gritado campeón en la era profesional. De poco sirve el título del 29. Fue el último año amateur.
Estuvimos cerca mil veces. La más dolorosa quizás fue la del 95. Punteros hasta la última fecha y jugando de local. Si ganábamos éramos campeones. La voz del estadio pedía que no saltáramos porque había riesgo de que se rompieran los tablones de madera. Pero las que crujieron fueron las 30 mil almas que allí estábamos. Y las miles que no entraron en el Bosque.
https://twitter.com/renaldinhos/status/1170382564009402368?ref_src=twsrc%5EtfwLa última frustración fue en diciembre: la final de la Copa Argentina perdida por penales contra Rosario Central en Mendoza. Esta vez la recuperación fue más amena, quizás porque nos agarraba 23 años más experimentados. Pero cuando el espejismo se desvaneció vimos el desierto alrededor. En la última edición de la Superliga el Lobo estuvo entre los tres peores equipos en posesión, pases exitosos y remates al arco. Solo fuimos primeros en una estadística: faltas cometidas.
El Diego tampoco tiene grandes pergaminos como DT para chapear. No hay argumentos para pensar que pueda revertir la situación. Pero por qué intentar racionalizar una pasión. Y cómo no confiar en el tipo de los milagros, en el que tiene su propia iglesia. Si en el credo se habla de fe: en Maradona creemos. Porque el Diego es, tal vez, el último ídolo que cumplió el mandato de los héroes. El que agranda su mito a expensas del karma que persigue al mejor de la era digital (también argentino aunque lo veamos por tele).
Cómo esperar que no nos ilusionemos si vivir en el borde no asusta. Descender tampoco. Por eso confiamos, creemos y queremos creer. Quizás no pase. Pero quizás, una vez más, el ídolo contradictorio, el humano, nos de una alegría. Porque como dijo el Indio Solari, también platense y cercano al corazón tripero, “nos merecemos bellos milagros y ocurrirán”.
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