Al igual que los Nobel de la Paz, o los de Literatura, la designación del jefe del Pentágono, es decir del Ministerio de Defensa de Estados Unidos, es ansiosamente aguardada por todos los gobiernos y en todos los cuarteles del mundo. No es para menos, se trata del sujeto, una  persona sola apenas, que en el día a día manejará el más impresionante arsenal bélico jamás antes conocido y a un mínimo chasquido de sus dedos podrá poner en acción a 1,4 millones de soldados de todas las armas, 1,5 millones de reservistas y cientos de miles de los llamados «contratistas», en realidad mercenarios asignados a las tareas más sucias, si es que hay tareas limpias en las guerras de ocupación, que son las de Estados Unidos. Esta semana Donald Trump nombró para el cargo a un panelista de televisión llamado Pete Hegseth.

Nadie lo votó. Más que un tapado era un ilustre desconocido político. Se trata de un señor con más procesos judiciales que laureles. A ciencia cierta, es un excelente empleado de la cadena mediática de ultraderecha Fox News, una televisora sensacionalista fundada por el magnate australiano Keith Rupert Murdoch e impuesta popularmente gracias a la sangre que gotea desde la  botonera del electrodoméstico de grande fama ecuménica.

Apenas se conoció la decisión de Trump empezaron a saltar los antecedentes del prontuario de tal personaje. La última causa, tal como la que atormenta al mismísimo presidente electo, aunque por ella no habrá de ser condenado, es de octubre de 2017. Entonces, viajó a Monterrey, en California, para hablar ante una convención de mujeres del Partido Republicano y, según parece, no tuvo mejor idea que toquetear a todas las que tuvo cerca y a una, a la que presuntamente drogó, habría violado repetidamente.

Donald Trump conoció a Pete Hegseth cuando en los aprontes de la asunción de su primera presidencia (2017-2021) el presentador aprovechó su por entonces ascendente rol en la Fox, para hacer lobby a favor de criminales de guerra –sin relevancia pero temibles torturadores– con los que había compartido tareas en Irak y Afganistán. El pedido fue satisfecho. El caso más notable fue el del indulto y restitución del grado militar a Eddie Gallagher, un Navy SEAL con una hoja de ruta con muchas similitudes con la del genocida Alfredo Astiz, al que le esperaba una segura condena a cadena perpetua. Luego de ser indultado, Gallagher fue recibido en la Casa Blanca y obtuvo financiamiento oficial para solventar un «Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas», una fundación que lleva el mismo nombre –aunque es anterior– que la creada en Argentina por la vicepresidenta Victoria Villarruel.

Además de Irak y Afganistán, Hegseth cumplió tareas de guardián e interrogador, quizás torturador, en la Base Naval de Guantánamo, el territorio usurpado a Cuba. Graduado en la Princeton University y ex analista del Bears Steams –un banco de inversión y bróker de Nueva York propiedad del JP Morgan–, fue oficial de la Guardia Nacional. Sin embargo carece de práctica militar de élite o en seguridad que lo hagan un sujeto digno de dirigir el Pentágono.

Tiene otras condiciones a los ojos de Trump, y a ellas apeló cuando al anuncio del nombramiento le llovieron las críticas. «Lleva toda una vida siendo un guerrero, Pete es duro e inteligente –dijo el presidente electo–, un verdadero creyente del precepto de ‘América Primero’. Con Pete al timón volveremos a ser grandes». Como si fuera necesario, lo refrendó la futura vocera de Trump, Karoline Leavitt: «Pete es un verdadero defensor de América». La joven había sido formateada por Pete durante su paso por los estudios de Fox.

Primero desde la plataforma que le dio la televisora, y luego cuando se integró formalmente a la campaña republicana, Hegseth fue uno de los laderos de Trump en la cruzada de odio contra los latinos, los negros y todos aquellos que olieran a migrantes.

Aunque no era el habla preferida de la Fox, su panelista adoptó la verborragia xenófoba del presidente electo. Escribió un libro –»Detrás de la traición a los hombres que nos mantienen libres»– dirigido por entero a apostrofar al Partido Demócrata, a «esos políticos de izquierda ocupados en traicionar a los guerreros». Proclamó allí que «el ejército debe volver a la letalidad». De los hombres de negocios escribió que «son ineptos y drogadictos» y de los migrantes, como su jefe, dijo que «vinieron para envenenar la sangre de Estados Unidos», que «nos infectan”, que «son asesinos y salvajes», que «se comen las mascotas de los buenos vecinos».

Mientras pensaba pasar a la historia sólo como el responsable de la estocada del fin contra la bloqueada Venezuela, el futuro jefe del Pentágono ya oyó de boca del propio Trump que su primera tarea será la de deportar migrantes a razón de un millón/año. «Buena noticia, el presidente acabará con la invasión migrante mediante un programa exprés de expulsiones»,  dijo el lunes Tom Fitton, director de la ultraconservadora Judicial Watch.

Por la misma vía red social, el futuro mandatario respondió en el acto y dio por confirmado, admirativamente, cuál será su primer acto de gobierno: «¡Es verdad!». Fitton adelantó también que Trump utilizará los recursos militares, hombres y presupuesto del Pentágono que Pete manejará a piacere. Hay antecedentes: en su primer mandato declaró emergencia para redirigir fondos del Pentágono a la construcción de un muro en la frontera sur, con México.