Pintadas políticas: «Somos analógicos en la era de las redes»

Por: Juan Diego Britos

Una noche entre tachos de cal y pintura, buscando paredes donde dibujar mensajes proselitistas, en compañía de los más cotizados profesionales del gremio de la brocha.

Hace frío y llueve. Batata, Poki, Nona, Kikin y Juan Domingo trabajan felices. El equipo está completo: chofer, dos blanqueadores, dos letristas. Tardan menos de cinco minutos en pintar un paredón de los largos en Wilde, Avellaneda. Antes de que terminen el primer trabajo de la noche, el chofer del remis baja fumando del coche, se acerca y dice:

–Ese pibe es un artista.

«Ese pibe» es Juan Domingo, tiene 28 años y vive en Quilmes. Zurdo, rápido y atrevido. Siente pasión por pintar paredes y es uno de los mejores letristas de la política argentina.

–Empecé por mi viejo, que tenía un grupo que se llamaba Los Fabulosos y pintaba por Quilmes. Para mi papá no había nadie mejor que Los Picapiedras. Iba con mi vieja a tomar mate a una plaza de Capital donde pintaban Los Picapiedras.

Juan Domingo no estaba de acuerdo. Y no pasó mucho tiempo para que descubriera su propio camino. «¿Vos me decís que Los Picapiedras son los mejores? Mirá los trabajos de este muchacho», le dijo una tarde a su padre.

Viajaba tres veces por día en los colectivos de la línea 95 para ver los trabajos de Nona. El entusiasmo lo llevó a sumarse al equipo de su papá. Primero fue blanqueador, después rellenó las letras. Hasta que se animó y pidió ser letrista. Se le rieron «por atrevido». Hoy es el único de aquel grupo que sigue interviniendo paredes, y además logró el sueño de trabajar junto a su referente.

–Soy un fanático, amo lo que hago. A veces te gritan: «Andá a pintar una escuela». Pero también hay gente que se queda mirando mientras trabajamos. Una noche, en Mar del Plata, pintábamos por la costanera y cuando terminamos, los turistas nos aplaudieron. A Nona lo contacté por Facebook y así empezamos a trabajar juntos.

Los tres paredones están terminados. La lluvia insiste y el equipo se refugia en una pizzería. Juan Domingo habla por teléfono mientras Poki reparte porciones. Hasta el remisero abandona el tabaco y se sienta a comer. Los repartidores a domicilio miran a los cinco hombres, pintados de cuerpo entero. Pantalones, buzos, zapatillas ya están manchados y la noche recién comienza. Llega la hora de pagar y nadie finge el gesto. El que cubre la cuenta es Matías Tello, conocido como Nona. Buzo de Independiente y pantalón gris, sale a la calle y grita:

–¡Vamos para el Acceso!

Nadie contradice al líder de la manada, que comenzó a pintar paredes en 1992, a los once años, cuando su padre enfermó. Baldomero «Cacho» Álvarez era el intendente de Avellaneda.

–Me crié en Villa Corina, al lado del cementerio donde arrojaron cuerpos de compañeros desaparecidos. En la época de los milicos, en mi barrio se escuchaban los discursos del General. En el edificio donde vive mi vieja mataron a la familia de Carlitos Manfil.

Carlos Manfil tenía 29 años y vivía con su esposa, Angélica Zenobia Zárate, de 27, y sus cuatro hijos: Graciela, Carlos, Karina y Cristian. Era militante montonero y ocupaba el departamento A del tercer piso de la Tira 6. El 26 de octubre de 1976, Carlos, Angélica y Carlitos desparecieron. En 1992 sus cuerpos fueron hallados en el sector 134-Morgue, del cementerio de Villa Corina. Fueron los primeros que reconoció el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Esa historia le repitieron a Nona durante su corta infancia y así comenzó su camino. Pero también tuvo su maestro.

–Trapito era mi referencia. Fue un pionero en pintadas políticas. Profesionalizaron nuestro trabajo. Cambiaron la metodología y las formas. Un militante tardaba media hora; ellos, cinco minutos. Marcaron un estilo en Capital y Zona Sur. Eran Los Supersónicos peronistas, Los Chompa radicales y los 4 Fantásticos. Cada grupo manejaba diferentes abecedarios.

Su trabajo también tiene un sello diferente. Así recorrió todo el país y conoció otros grupos de pintura. No hay otro país donde se pinten las paredes como acá. «Ahora pintamos de atrás para adelante. Agarramos rapidez con tantos trabajos. Más allá de las redes sociales, la calle sigue hablando. Somos analógicos en la era de las redes». Hoy su grupo pinta para gremios, clubes y hasta para embajadas. Los paredones se eligen según el territorio marcado por el empleador. En los ’90, si te metías en territorio ajeno, te podían lastimar. La Matanza, por ejemplo. Recuerdo una noche que fuimos a pintar contra Balestrini al cementerio de Villegas. Apenas bajamos, vinieron tres colectivos. Ni una pared nos dejaron pintar.

Nona dice que trabajar con respeto es el mejor camino para evitar inconvenientes con otros grupos.

–Ahora lo tomamos con más calma. Buenos Aires es tierra de oportunidades. Tenés el Congreso, Casa de Gobierno, la Legislatura, los ministerios. Si haces bien tu trabajo, te ven. Aunque también están los boludos que rompen las pelotas por romper.

La camioneta con los tachos de cal y pintura estaciona sobre la colectora del Acceso Sudeste, en Villa Domínico. Mientras sus compañeros blanquean las paredes, Nona confiesa que meses atrás, una noticia casi le cambia la vida.

–El médico me dijo que no podía pintar más. Tengo problemas en las vías respiratorias. Los químicos, la cal, el frío, la lluvia. Se me pone la piel de gallina, no quiero pensar en eso.

–¿Pintarías para Macri?

–Ni en pedo. Vengo de cuna de militantes, de gente honesta. Trabajo para el que quiero, y a veces cobramos menos si vemos que la están luchando.

–¿Qué zona se complicó para pintar?

–En Capital te siguen en auto y te sacan fotos. Hasta nos acompañaron toda una noche. Policías de civil. Dicen que salimos enfierrados y la verdad es que el único fierro es el rodillo. Algunos vienen y te dicen que no podés pintar la General Paz, que es «su» territorio. Yo pinto desde 1992 «su» territorio. Hay que respetar el trabajo. Si tenés diez paredes, dejá pintar tres. Somos todos laburantes: si me tapás, me das más trabajo. Pero faltar el respeto, ¿para qué?

El Chino

Miguel Ángel «El Chino» Cabral tiene 43 años y vive en el Barrio Illia, del Bajo Flores. Comenzó a trabajar con equipos de pintadas a los 18. Los primeros cuatro meses pagó derecho piso: cargaba los tachos. Hasta que lo dejaron agarrar el pincel. Un cuarto de siglo más tarde, su firma es una de las más cotizadas en territorio porteño. Desde 1995 trabaja por cuenta propia, en los barrios del sur porteño y parte del Conurbano, donde antes era difícil ganar una pared.

–No podías pisar. Lomas de Zamora, La Matanza, eran territorios complicados. Ahora ya no. La guerra es de paredes, no de personas. Pintamos las que ya están pintadas. Colegios, hospitales, no hacemos. Hoy lo difícil es Capital, porque cada vez hay menos paredes. En 20 años, habrán bajado un 40 por ciento.

–¿Qué se siente al ver un trabajo terminado?

–Me encanta ver las paredes pintadas por mí. Saber que me fui superando. Mis hijos siguen ese camino. Ojalá que la firma «El Chino» siga en las paredes por mucho tiempo. Vale un montón. Ya estoy instalado.

Los Niz

Jonatan Niz tiene 34 años, vive en San Martín y es hincha de Racing. A los cinco ya conocía el mundo de las pintadas.

–Blanqueábamos con mi viejo. Cuando el murió, yo tenía 15 años. Arrancamos de cero en el ’96, con un Peugeot 504 azul. Fue duro. Invertimos. Ahora las camionetas son mías y tenemos varios equipos y varios letristas.

Meses atrás, cansado de la persecución policial que sufrían, tomó la brocha y plantó posición: «Cuando los medios callan, las paredes hablan.»

–¿Por qué lo hiciste?

–Desde que ganó Macri, me quisieron llevar preso cinco veces. Esa noche estaba enojado. Así que fui y escribí lo que pensaba.

–¿Hay persecución?

–Te sacan fotos. Intimida más un buen auto que te saca fotos que un grupo de cacos. Nunca en mi vida me pasó. Pinté en villas, en territorios jodidos. Pero lo que pasa ahora, es raro.

Jonatan es nieto de las pintadas. Su abuelo trabajó cubriendo paredes; después fue el turno de su padre; él lo hace con dos de sus hermanos. Pinta la Panamericana, la General Paz. Morón, Pilar, Malvinas Argentinas, San Miguel y otros municipios bonaerenses.

–Pintar paredes es la herencia que me dejaron. Me sacás de calle y no sé hacer otra cosa. Nos ha ido bien. Es mi oficio. Si no salgo a laburar, me vuelvo loco. 

–¿Cambió el escenario de trabajo para ustedes en la era de las redes sociales?

–Los del PRO son muy hipócritas. Donde nosotros no podemos pintar, los que trabajan para ellos sí pueden. En Vicente López te siguen a través de las cámaras de seguridad. Si no pintás para ellos, no pintás. Para el PRO no pinto. Ellos buscan acabar con las pintadas políticas, las relacionan al viejo peronismo, a lo popular. No quieren que peguemos afiches. Quieren cambiar también eso.

–¿Cómo se gana una pared?

– Se cobra por zona. En algunas hay más paredes que en otras. Y ahora se habla más. Nosotros vivimos de esto, no podemos agarrarnos a tiros en la calle. «

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