“Políticas del sabor”: cómo una cacerola puede cambiar el mundo

Por: Patricio Féminis

En el Centro Cultural Recoleta puede verse esta exposición colectiva sobre el universo de la cocina en diálogo con el arte contemporáneo, la política y lo comunitario.

Marta Minujín sonríe delante de una gigantografía de “El pago de la deuda externa con maíz, el oro latinoamericano”, la performance de 1985 en la que posó junto a Andy Warhol sobre un montículo de choclos para graficar el saqueo al Continente Americano. A unos metros, las banderas del colectivo Cozinha Ocupação 9 de Julho, del Movimiento de los Sin Techo del Centro de San Pablo (MSTC), dicen “Hambre de justicia”, “Alimentar la lucha” y “Cocinar es revolucionario”. Así, la comida y el arte contemporáneo se cruzan en la muestra colectiva Políticas del sabor, en el Centro Cultural Recoleta. Como dice otra bandera: “Lo doméstico es político”.

La mega-foto de la recordada instalación de Marta Minujín, con la que simbólicamente le pagó con choclos a Andy Warhol la deuda externa argentina, y las banderas de Cozinha Ocupação 9 de Julho, son dos de las diversas obras de la exposición Políticas del sabor en la Sala Cronopios del Recoleta: se inauguró el 13 de noviembre y explora “el universo de la cocina como territorio político y poético donde arte, feminismos y prácticas comunitarias se entrelazan para imaginar modos de vida sostenibles”, se lee en el texto oficial. Es el acto de cocinar como una forma de transformar lo común.

¿De qué manera? A través de obras de artistas y de experiencias colectivas que repiensan -estéticamente- distintas prácticas de cocinas comunitarias y de comedores populares, de aquí y del exterior. “¿Qué subjetividades se construyen desde lo colectivo? ¿Qué memoria cultural aparece al compartir el acto de cocinar? ¿Qué placeres caben en la militancia por la vida?”, se pregunta en el texto oficial de Políticas del sabor la curadora Larisa Zmud: nació en 1985 en Mar del Plata, es investigadora de proyectos de cocina colectiva y coordina el Comedor Gourmet de Belleza y Felicidad Fiorito.

Justamente, este proyecto en Lomas de Zamora funciona como el núcleo disparador de Políticas del sabor “y como catalizador artístico-político que redefine la cocina como un campo de transformación social”, dice Zmud. Por eso, en la muestra, el Comedor Gourmet de Belleza y Felicidad Fiorito entra en diálogo espacial -e igualitario- con otros colectivos y artistas. Por ejemplo, en el centro de la Sala Cronopios hay una olla popular y un tendal de repasadores -con marcas de uso y lavado- del Museo del Puerto de Ingeniero White: allí, todos los domingos, los vecinos pueden tomar un chocolate con masitas preparadas por cocineras barriales.

“Es la belleza de la resistencia cotidiana hecha alimento”, se lee en el texto de la Sala Cronopios. Además exponen el colectivo PAISAnaJE, de España, que organiza experiencias gastronómicas y artísticas para fomentar la soberanía alimentaria y combatir la desigualdad; el proyecto INLAND – Campo adentro, también de España, que cruza producciones de arte contemporáneo y de comidas en espacios urbanos y rurales; y el grupo interdisciplinario Floating University, de Alemania, que convirtió en un campus creativo la cuenca de agua de lluvia cercana al antiguo aeropuerto de Tempelhof, en Berlín, ocupado por tropas soviéticas y estadounidenses al final de la Segunda Guerra Mundial.

Luego está la instalación de papas con electrodos con las que Víctor Grippo buscó, en 1970, registrar la energía del alimento americano. También se ven las diversas máscaras de pan creadas por la artista multidisciplinar mendocina La Chola Poblete. Y en una esquina de las dos largas mesas de la muestra brilla una de las ollas, con rostros indígenas, del artista tucumano Gabriel Chaile. ¿Cómo fue su proceso? Él compró baterías de cocina nuevas y las cambió en comedores populares por ollas de aluminio abolladas y quemadas por el uso; les grabó rostros afines a los de las vasijas indígenas, les puso epígrafes con su historia de lucha y las vendió con éxito en 2019 en Art Basel: la feria de arte más importante del mundo.

Políticas del sabor, recetas para la reflexión

Y el núcleo de la muestra Poíticas del sabor, el Comedor Gourmet de Belleza y Felicidad Fiorito, exhibe en una pared sus platos cerámicos convertidos en esculturas coloridas: daban almuerzos a nenes y nenas en el barrio y ahora son obras expuestas en el Recoleta. También hay un registro de Marabunta, la película de 1967 de Narcisa Hirsch, de ocho minutos, sobre un happening de aquel año: en ocasión del estreno de la película Blow Up, de Michelangelo Antonioni, se instaló en el foyer del Teatro Coliseo un enorme esqueleto de una mujer, relleno de palomas vivas, de frutas y de sandwiches. El espectáculo era ver al público, de clase media y educado, abalanzarse sobre la comida.

Como dice el texto de la exhibición: “Cada una de estas piezas, con su contexto y temporalidad, integran una receta para la reflexión sobre el poder simbólico y político de la comida”. Y Larisa Zmud, la curadora, explica algo central: “La idea clave de la muestra fue darle vuelta al concepto de la pintura ‘Sin pan y sin trabajo’, de Ernesto de la Cárcova, de 1894. Yo aquí busqué trabajar con artistas bajo el concepto ‘con pan y con trabajo’. Si bien el cuadro de de la Cárcova sigue teniendo una actualidad impactante, lamentablemente, yo quise mostrar proyectos colectivos que resisten pese a cualquier pronóstico, a cualquier adversidad, y no paran de hacer”.

Lo reafirma Zmud en el texto curatorial: “No se trata de un optimismo negador ante un presente en colapso, sino de un optimismo crítico y conciente, que vibra en lo hondo y reverbera y fermenta en cada fuego y en cada cacerola”. Y eso le permitió hacer el recorte de los grupos a convocar: “Yo partí de los cinco colectivos artísticos que trabajan con comida en comunidad, que es, además, mi tema de investigación académica. Y después hubo que incluirlos en una tradición de la relación entre arte, comida, hambre y poder”, dice Zmud. “Luego vi que el corazón de todo eso está en la cacerola y en el pan como poesía, como sujeto y como materialidad plástica”.

En Políticas del sabor también está el Grupo Escombros, que discute el problema de la alimentación en la Argentina; se ven las piezas gráficas de Clemente Padín; las frutas artesanales de Lucía Reissig, como parte de su trabajo sobre las economías informales; el rosario de panes de Hoco Huoc; los collares con fideos de Marcela Sinclair; y hay otras obras de Ignacio Tamborenea, Tiziano Cruz, Gabriel Baggio, Andrés Piña y el grupo Las Deudas. “A mí, en un nivel emotivo e íntimo, esta muestra me confirma que sin cocinas no hay historia -siente Zmud-. Esto que parece muy obvio es algo que olvidamos todo el tiempo”.

Y profundiza: “Esta dimensión estética de la cocina nos atraviesa. También estoy trabajando en ello para el libro que saldrá el año que viene. La dimensión académica, de todas maneras, no es tan fuerte, tan directa. El arte es más popular y eso me conmueve muchísimo”. ¿Qué significa para Larisa Zmud, como curadora, haber podido realizar la muestra en el Recoleta? “Estoy inmensa de emoción. Cuando yo tenía 18 años me vine de Mar del Plata, sin que mi mamá supiera, a ver la Retrospectiva de León Ferrari en la Sala Cronopios. Por eso, esta muestra implica para mí un orgullo infinito”.

Políticas del sabor puede visitarse, con entrada libre y sin costo para argentinos y residentes, de martes a viernes de 12 a 21 y sábados, domingos y feriados de 11 a 21: la muestra seguirá en el Centro Cultural Recoleta hasta el 31 de marzo de 2026. Y los visitantes, al entrar, se encontrarán con la instalación Diosa del Tuper Gourmet, del Comedor Gourmet de Belleza y Felicidad Fiorito: tiene un pequeño altar con ofrendas y la foto de una mujer que revuelve, con una cuchara de madera, las verduras que distintas manos acercan a una olla popular. Como dice el texto curatorial: “La comida no sólo alimenta cuerpos, sino que también actúa como una práctica política capaz de generar nuevas formas de comunidad”.

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