Que los fríos datos no engañen

Por: Carlos Heller

La actividad económica muestra cifras que evidencian la fuerte recesión imperante. No obstante, tanto los funcionarios del gobierno como algunos medios y economistas afines buscan con desesperación «brotes verdes». De allí que cualquier atisbo de cifra positiva es resaltado, con mayor o menor insistencia, como un piso de la recesión.

Ya el dato del EMAE (anticipador del PBI) para diciembre, que evidenció un aumento desestacionalizado del 0,7% comparado con el mes anterior, fue tomado como el inicio de una muy probable reversión de la tendencia. No obstante, ese mismo dato del EMAE indicó una caída en todo el año del 2,6%, algo más profunda que la esperada.

Los datos de enero del índice de producción industrial manufacturero (IPI) y los del Indicador Sintético de la Actividad de la Construcción (ISAC) también fueron utilizados para intentar dar buenas noticias. El IPI mostró un crecimiento mensual desestacionalizado en enero del 4,6% respecto del mes anterior, mientras que el ISAC evidenció un crecimiento del 4,4%, ambos muy elevados.

Pero hay varias cuestiones a tener en cuenta que relativizan el impacto de estos índices como indicadores de un eventual piso de la recesión o, incluso como algunos lo sostienen, los primeros probables indicios de una recuperación.

Comenzando por el IPI, este viene evidenciando una fuerte tendencia a la caída desde principios de 2018, lo que no impidió que mostrara un crecimiento mensual desestacionalizado en julio de ese año del 1,5%, y del 3,2% en octubre.

El IPI de enero mostró una caída interanual del 10,8 por ciento. Desagregando este resultado por sectores se puede observar que sólo un sector manifestó un aumento (productos del tabaco con un 5,1%): el resto evidenció caídas, algunas muy fuertes en sectores importantes como maquinaria y equipo (-42,8 por ciento). Pero además los datos de producción manufacturera de enero y febrero deben tomarse con cuidado, pues tal como lo indica el Indec, es conveniente «que sean analizados tomando el primer bimestre en su conjunto, dada la variabilidad del período de vacaciones y de las paradas técnicas programadas por los establecimientos industriales».

Más aún, al preguntar el Indec a las empresas manufactureras cómo esperan que evolucione la demanda interna durante febrero-abril de 2019 respecto de igual período de 2018, un 55% contestó que disminuirá, mientras que sólo un 11% prevé un aumento. Acerca de la nómina del personal, el 28% prevé una caída y el 6% un incremento.

Al evaluar la evolución de la industria manufacturera, ¿cómo obviar, entre otros tantos datos, las reducciones de plantel y las suspensiones que fueron dando a conocer las principales empresas automotrices en los últimos meses? Medios sindicales estiman unos 3500 despidos y 3000 suspensiones en el sector. Desde las empresas justifican las medidas debido a la fuerte desaceleración en las ventas de los concesionarios, que continúan con un alto nivel de stock y no pueden seguir comprando unidades, y estiman que si bien el freno a la producción es por el mes de marzo, podría extenderse a abril si continúan los problemas de demanda.

En el caso del ISAC, la caída interanual de enero llegó al 15,7%, extendida a la mayoría de los insumos de la construcción, con mermas que rondan el 27,9% para artículos de cerámica y ladrillos huecos. Respecto de las perspectivas de los empresarios del sector para la evolución de la actividad en los próximos tres meses (febrero a abril), entre las constructoras de las obras privadas, el 40% prevé que disminuirá, y el 12,5% que aumentará. Entre las que se dedican a la obra pública, el 56% estima una merma de la actividad y un 6% un incremento.

¿Por qué habría crecimiento?

Más allá de los datos, la pregunta que hay que responder es cuáles son las condiciones que permiten que la economía repunte. Y resulta muy difícil responderla si continúa la lógica de apertura externa indiscriminada con la que sigue insistiendo el gobierno argentino y el programa pautado con el FMI que la refuerza.

En economía hay algunas certezas. Una de ellas es que, a grandes rasgos, a la hora de diseñar las políticas es necesario pensar que los motores del crecimiento (o del desarrollo) deben provenir del mercado interno, del externo, o incluso de ambos. Si no es así, las empresas cierran y se pierden puestos de trabajo. Lo llamativo del contexto actual es la variante que parece seguir el gobierno: promete crecimiento, pero sin motores aparentes. Una vez más la posverdad.

La estrategia oficial no resiste ningún tipo de análisis. Veamos por qué. El mercado interno luce absolutamente deprimido, como sugiere cada uno de los datos que entrega la economía, siguiendo la línea de lo ocurrido en estos tres últimos años. Además, mientras los salarios reales no recuperen la totalidad de lo perdido en 2018 y sigan el ritmo de la elevada inflación de 2019, una evolución que no parece probable, la demanda interna continuará deprimida Y el frente externo no parece estar mejor. Las últimas noticias internacionales son preocupantes, y no auguran impulso por esta vía.

La situación en Europa es particularmente compleja, y se suma a la desaceleración que está mostrando la economía china. El Banco Central Europeo proyectó estos días que el PBI de la Eurozona crecerá un 1,1% este año, revisando el valor estimado en diciembre, de 1,9 por ciento. Una corrección muy abrupta, que tuvo lugar en tan sólo cuatro meses. La previsión de crecimiento preocupa aún más al considerar lo ocurrido durante los años anteriores (2,4% en 2017 y 1,8% en 2018), lo que da cuenta de una desaceleración importante, motorizada por Alemania, la mayor economía de la zona, que se encuentra prácticamente en recesión técnica, lo que es toda una novedad, mientras Italia sigue sin crecer. Lo mismo sucede en Grecia, sin embargo los medios destacaron esta semana que el país heleno colocó bonos por 2500 millones de euros a una tasa de 3,9%, la primera colocación a diez años desde la crisis financiera de 2010. Toda una paradoja.

En este contexto, poniendo como excusa la existencia de una tasa de inflación por debajo de su meta, el Banco Central Europeo (BCE) anunció que mantendrá al menos durante todo este año las tasas de interés en los niveles actuales «para asegurar la continuación de la convergencia sostenida de la inflación hacia niveles inferiores, aunque próximos, al 2% a medio plazo». Para fines de este año se proyecta en el 1,2 por ciento. Además, confirmó que llevará a cabo una ronda de liquidez a bancos a partir de septiembre de 2019, para «mantener las condiciones de financiación favorables». A diferencia de lo que ocurrió con el programa de 2014, donde las entidades direccionaron los fondos a la compra de deuda pública, el dinero deberá ir a las familias y empresas. No deja de ser un reconocimiento más de los límites del libre mercado y en consecuencia de la necesidad de regulación por parte del Estado. Esto debiera ser complementado con una mención a los perjuicios –que también en Europa– ocasionan las políticas de ajuste fiscal y de reformas estructurales, que comprimen la actividad económica y la calidad de vida de la población.

Cada vez es más evidente la necesidad de adoptar un modelo que privilegie el mercado interno, y por ende la defensa del trabajo y de la producción de las empresas del país, en particular las pequeñas y medianas y las de la economía social y solidaria. «

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