¿Quién destraba a Colombia? Por Eduardo J Vior

Por: Eduardo J. Vior

Por el Sí votaron mayoritariamente Bogotá y las zonas rurales periféricas que más sufrieron la guerra. Por el No, en tanto, optaron las regiones andinas centrales que, en general, sólo vivieron la guerra por televisión y a través de la llegada de los más de cinco millones de desplazados. Análisis de Eduardo J. Vior.

Después de la derrota del Sí en el plebiscito del domingo 2, Colombia está bloqueada. El presidente y las FARC ratificaron que el cese al fuego se mantendrá al igual que la búsqueda de la paz y todos los actores políticos se apresuraron a prometer nuevas negociaciones y a proclamar la necesidad de un pacto nacional que reunifique al dividido país, pero nadie sabe qué hacer.

Con este resultado los colombianos dejaron en el limbo cuatro años de complicadas negociaciones que culminaron la semana pasada con la firma de un histórico pacto por parte de Santos y el líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Rodrigo Londoño, alias «Timochenko».

Por el Sí votaron mayoritariamente Bogotá y las zonas rurales periféricas que más sufrieron la guerra. Por el No, en tanto, optaron las regiones andinas centrales que, en general, sólo vivieron la guerra por televisión y a través de la llegada de los más de cinco millones de desplazados. El plebiscito no sólo evidenció la tajante fractura entre el país urbano y el rural, sino entre la idea tradicional de la unidad nacional a los palos que alimentó doscientos años de guerras civiles y la nueva propuesta para reconstruir el país desde el mutuo reconocimiento entre los partidos.

Hoy en Colombia la palabra de moda es «renegociar», pero nadie sabe cómo. El No deja sin piso el cese del fuego y hostilidades bilateral y definitivo. Aunque se creía que el presidente podía decretar una nueva tregua bilateral para resolver el impasse jurídico actual, carece de fuerza para hacerlo. Dado que el Estado tampoco cuenta con los recursos para mantener a las FARC, es muy probable que la guerrilla vuelva a la extorsión, el narcotráfico y la minería ilegal para financiarse y que la fuerza pública la reprima, con las tragedias concomitantes que pueden radicalizar las posturas de ambas partes.

Por otra parte, el concepto de renegociación es difícil de solucionar en la práctica. Las FARC no quieren volver al monte, pero prefieren hacerlo, antes que aceptar que los traten como criminales. De igual modo, la representación que consiguió las FARC en el Congreso, con cinco bancas en Senado y Cámara respectivamente, y 16 circunscripciones especiales territoriales, es un logro al que tampoco renunciarán. Y sobre el dinero, ellos aceptaron en el acuerdo participar en la reparación material de las víctimas, pero es difícil que vayan más allá de eso, pues su plata está más en inmuebles que en bancos suizos. Con esta derrota el presidente y los líderes de la guerrilla pierden su poder. Ahora se fortalecen en ambos bandos las líneas duras.

Cómo volver a la guerra es hoy un riesgo real, muchos creen que el gobierno de Estados Unidos, el Vaticano, la ONU y múltiples jefes de Estado presionarán para evitar el hundimiento. Algunos puntos se pueden tramitar como iniciativa legislativa de los partidos que apoyan al presidente, pero no es seguro que pueda defender estas medidas ante la opinión pública mayoritaria.

El escrutinio del pasado domingo demostró que Álvaro Uribe mantiene intacto su capital electoral. Luego del resultado del plebiscito, el ex presidente tiene el respaldo de varios millones de votantes y su partido, el Centro Democrático, ganó a pesar de la propaganda mentirosa y aterrorizadora que hizo.

La situación colombiana está bloqueada. Nadie puede permitirse volver a la guerra, aunque más de uno lo querría, pero nadie sabe cómo salir de ella. Santos y Timochenko están debilitados y Uribe, fortalecido. Los primeros no pueden seguir conduciendo el proceso de paz y el segundo no tiene autoridad para hacerlo. El Congreso, la Corte Constitucional y los mediadores externos serán los actores de la próxima etapa. En los dos años que faltan hasta la próxima elección presidencial probablemente el país viva en una situación de ni guerra ni paz en la que se multiplicarán las provocaciones de ambos lados, hasta tanto surjan en el Estado y en la guerrilla dirigentes dispuestos y capaces para reabrir el diálogo. El plebiscito fue hace apenas dos días, pero esto recién empieza.

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