Rodolfo, «el mudo Maradona», testigo directo de la vida de Diego y su regreso a Esquina

Por: Andrés Burgo

Un pequeño libro presentado en el pueblo correntino en el que nacieron los padres del ídolo cuenta la historia desconocida de un integrante de la mesa chica maradoniana, Rodolfo González, sordomudo de nacimiento, que hoy vive de jardinero.

Sobre la obra de Diego Maradona se publicaron cerca de 100 libros. El más flamante, Rodolfo, el mudo Maradona, presentado el fin de semana en Esquina, Corrientes, posiblemente sea el más pequeño de todos –20 páginas–, el de menor tirada –100 ejemplares– y el que más lejos circulará del circuito comercial –se distribuyó en la comunidad local–. La historia que relata, sin embargo, es magnífica porque, además de desconocida, va más allá del fútbol, esa excusa para ponerle palabras a lo que importa de verdad. Si para sus fieles el mejor Maradona fue el ser humano, no el jugador, este pequeño gran libro da un paso más y revela el amor y la solidaridad que transmitía su familia, en especial sus padres, Doña Tota y Don Diego.

En el vértice suroeste de Corrientes, a orillas del Río Corrientes y cercano a su desembocadura en el Paraná, Esquina es una ciudad fundacional para la cosmogonía maradoniana, como un Villa Fiorito de las viejas escrituras. Y sin embargo poco se sabe de los Maradona en su lugar de origen, hoy un pueblo-ciudad de 20.000 habitantes. Uno de ellos, Rolando «Rolo» Vallone, autor del libro –médico anestesista y sin relación con la escritura hasta este libro–, le cuenta a Tiempo uno de esos detalles que se divulgan en el boca a boca de los esquinenses pero que corren el riesgo de perderse.

Foto: Gentileza Rolo Vallone

«Los padres de Maradona eran muy humildes, vivían en casas-ranchos de barrios postergados. Don Diego, conocido como Chitoro, trabajó de lechero y en una embarcación que trasladaba ganado a las islas de la zona, donde pastaban y engordaban. El patrón de la barcaza era Don Lupo Galarza, en cuya casa Doña Tota trabajaba como empleada doméstica. Allí se conocieron Diego y Tota en los 50 y nació su relación. Luego se fueron a Fiorito, ya con sus primeras hijas, y allá nació Diego. En el pueblo decimos que la concepción fue aquí, así que es mitad Fiorito y mitad Esquina», dice Vallone desde tierras correntinas.

El personaje de su libro es otro muchacho de Esquina: Rodolfo González, sordomudo de nacimiento, a quien en el pueblo conocen como «el mudo Maradona». También criado entre las calles de tierra y sin cloacas del barrio Hospital, el mismo de Doña Tota, las historias de González y Maradona empezaron a cruzarse en cada visita de los Maradona a Esquina.

«Algunos recuerdan al Diego hacer maravillas en la cancha de tierra de la escuela Sausal. Un día hicieron una colecta para comprarle zapatillas, porque jugaba descalzo. Rodolfo entreverado siempre con ellos. Era andariego el mudito, a la familia Maradona le hacía mandados, acarreaba leña y prendía el fuego. Simpático, se ganó la confianza», escribió Vallone.

La madre de Rodolfo, que tenía otros 10 hijos, aceptó la propuesta de los Maradona: que Rodolfo se fuera a vivir a la casa de Devoto a la que la familia del ya famoso futbolista acababa de mudarse en 1981, el año en el que pasó de Argentinos a Boca. Se suponía que sería un viaje de pocos días pero Rodolfo terminaría viviendo 30 años como un integrante más de la familia: en el chalet de la calle Cantilo tendría su propia habitación y cada día se sentaría a la mesa maradoniana.

Foto: Gentileza Rolo Vallone

Además de su pérdida auditiva, Rodolfo presenta problemas en sus cuerdas vocales que le imposibilitan hablar, salvo la emisión de sonidos cortos como «Tota» o «Lalo»– uno de los hermanos de Diego-. En su lenguaje, Rodolfo apela a los gestos y, para referirse a Diego, lleva uno de sus índices sobre su cabeza y hace un rulo en referencia a la melena del Diego joven, el de fines de los ’70 –cuando lo conoció en Esquina– e inicios de los ’80 –cuando compartían casa en Buenos Aires–.

Rodolfo fue inseparable de Chitoro, quien lo convirtió en una suerte de octavo hijo, pero también acompañó a Diego en varias aventuras: giras por Europa, su casamiento en el Luna Park, los regresos a Esquina para pescar y el nacimiento de Dalma y Giannina, a quienes acunó de bebés.

Foto: Gentileza Rolo Vallone

También convivió con Diego en su preparación al Mundial 94, cuando un pequeño grupo se recluyó en un campo de La Pampa: «Diego tiene una simpática charla con el mudo -escribió Vallone-: Rodolfo lo despierta para cebarle unos mates y el 10, gastándolo, le dice que se puso buena pilcha porque venía la tele. Lo hace modulando las palabras despacio para que el mudo las entienda y simulando tener una cámara en su hombro».

Como Rodolfo no escribió sus memorias, Vallone apeló a diálogos con señas para reconstruir su historia. «Cuando habla de Chitoro, se señala la panza, porque era panzón. De Buenos Aires levanta la mano y se refiere al obelisco. Nos entendemos así», dice.

Lo que empezó como un escrito que pretendía ser anillado y entregado a la familia González, se convirtió «en un  librito lindo: imprimí 100, regalé 50 y los otros 50 se los di a Rodolfo para que los tuviera». La idea nació porque los hijos de Vallone no creían que ese señor, ya calvo, al que veían pasar en bicicleta por el pueblo formó parte de la mesa chica de Maradona durante 30 años, entre sus once y 40.

Ya a sus 56 años –o 57, porque no está claro si nació en 1966 o 1967–, el mudo Maradona vive otra vez en Esquina: lleva una vida modesta, cobra una pensión y hace trabajos de jardinería para llegar a fin de mes. Hace tiempo regaló las camisetas y botines de Maradona que tenía.

La semana pasada, en la presentación, Rodolfo subió al estrado junto a Vallone. Testigo directo de la vida maradoniana, y ya fallecidos Don Diego, Doña Tota y Diego, hubo lágrimas de emoción. Si los libros son una garantía contra el olvido, su historia ya tiene un pedacito de eternidad. «

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