Romper el bloqueo a Cuba, con hechos concretos y como factor refundacional para la región

El gobierno mexicano no se detuvo en los dichos de su presidente sino que envió buques con insumos que requiere la isla. En el centro del blanco, la OEA y el controvertido Luis Almagro. El rol de Joe Biden.

En pocos días, y por el efecto multiplicador de un discurso que duró apenas 35 minutos, el hemisferio entró en ebullición y todos se quedaron en calzones ante el mundo, Joe Biden, el sumo pontífice que oficia desde Washington, más Luis Almagro, el hombre que obedece desde la OEA, y Michelle Bachelet, la mujer que hace los deberes desde su empleo en la ONU. Todos quedaron expuestos porque Cuba se plantó en el medio del escenario y el mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) hizo el resto. Tejió sus ideas en torno a la situación de la isla socialista y, tras un breve recordatorio sobre la historia americana, lanzó la propuesta de darle vida a un nuevo orden que tire a la OEA a la basura y revitalice a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).

En esos pocos minutos AMLO no se guardó nada, y eligió para ello el momento justo: la apertura de una cumbre de cancilleres de la CELAC –el organismo americano del que Estados Unidos y Canadá están expresamente excluidos– celebrada en el histórico castillo de Chapultepec, el día del 238 aniversario del nacimiento de Simón Bolívar. Para el líder mexicano, América Latina y los países anglófonos del Caribe se merecen ya una unión que conjugue el ideario del Libertador con la premisa del estadounidense George Washington: “Ninguna Nación debe aprovecharse del infortunio de otra”. Para ello exhortó a “decirles adiós a las imposiciones y a los bloqueos”. El que quiera oír que oiga, estaba claro que hablaba de Cuba, el punto en el que pocos se atreven a contradecir a Estados Unidos.

Foto: Víctor Yanez / AFP

“Podemos o no estar de acuerdo con la Revolución Cubana, pero haber resistido 62 años sin sometimiento es toda una hazaña. Puede que mis palabras provoquen enojo en algunos o en muchos, pero como dice la canción de Calle 13, ‘yo siempre digo lo que pienso’”. Entonces –ya había lanzado la propuesta de acabar con la OEA–, el mexicano redondeó sus ideas: “Creo que por su lucha en defensa de la soberanía, el pueblo de Cuba merece el premio de la dignidad, y por su ejemplo de resistencia esa isla debe ser tomada como la nueva Numancia –se refería a la legendaria población hispano-céltica de León y Castilla que un siglo antes de la era cristiana resistió hasta sucumbir el asedio de las tropas del imperio de Roma–, por lo que debiera ser declarada patrimonio de la Humanidad”.

En los días previos a la cumbre, el gobierno de Joe Biden había generado dos episodios que sólo aquellos pocos, y hasta hoy, habían denunciado. Primero, tras una andanada de amenazas e intromisiones (las manifestaciones del 11 de julio, entre otras), la Casa Blanca coronó sus acciones con el despliegue de efectivos navales en los bordes de las aguas jurisdiccionales cubanas. Sin bravuconadas, “les exigimos que actúen con seriedad para evitar incidentes que no le convienen a nadie”, advirtió la cancillería cubana. Segundo, dispuso una serie de “sanciones” contra funcionarios cubanos, complementarias de las 230 agregadas al bloqueo durante los años de gobierno de Donald Trump. Biden es Trump.  

López Obrador, ese estadista a veces tan confuso y hasta contradictorio, pidió ir más allá de las palabras y dijo que Cuba, el único país americano en crear vacunas contra el Covid-19, necesita de la solidaridad del mundo. El bloqueo condenado por todos los países menos Estados Unidos e Israel,  ha llevado a que la isla socialista no pueda contar con las jeringas necesarias para aplicar sus propias vacunas, no tenga oxígeno en sus hospitales modelo, carezca de alimentos e insumos para su industria. Entonces, propuso pasar a los hechos solidarios y necesarios. A partir del 17 de julio rompió el bloqueo enviando a Cuba tres barcos, dos mercantes y un carguero de guerra, llevando lo que más apremia.

Esta vez Estados Unidos no lanzó las amenazas de rigor, como lo ha hecho contra barcos de Irán portadores de ayuda solidaria. Sintió el golpe, y tras la cumbre de Chapultepec llegaron otros golpes que parecen presagiar tiempos diplomáticamente tormentosos. El 29 de julio la OEA suspendió una reunión virtual de su Consejo Permanente convocada por Almagro, con Cuba como único punto del orden del día. Dijeron que la medida se tomó tras un oportuno diagnóstico de coronavirus al secretario general (Almagro), pero es otra la razón: los 13 países anglófonos de la Caricom (Caribbean Community) rechazaron la convocatoria “por improcedente”. El mismo día, el Congreso norteamericano señaló a Biden que su gobierno “debe investigar” el papel de la OEA en el golpe de Estado contra el presidente boliviano de Evo Morales.                                                                                                               

Entre Obama, Bachelet y Betty Pairol

Desde los inicios del gobierno de Barack Obama (2009-2017), Estados Unidos sueña con desarrollar alguna tecnología que le permita pudrir las comunicaciones vía internet de Cuba. El 15 de julio se supo que, ahora, la gente del presidente Joe Biden tiene la idea de poner en órbita “globos portadores de wifi”. Ese mismo día la dos veces ex presidenta de Chile y actual Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, tomó como cierta una información de medios de Estados Unidos sobre manifestaciones celebradas el 11 de julio en algunas ciudades cubanas, y lanzó al espacio un tuit de respaldo a los protestantes, para “divulgar la lucha del pueblo cubano”.

Reprodujo como ejemplo de esa lucha la fotografía de la joven abogada cubana Betty Pairol manifestando por una calle de La Habana, envuelta en una bandera. El problema (para Bachelet) fue que la mujer no estaba allí gritando su odio sino apoyando a la Revolución. Cuando fue denunciada guardó silencio y borró lo escrito, pero el mensaje ya había llegado a las voraces redes llamadas sociales. El daño ya estaba hecho. La ex presidenta, crítica tenaz de Cuba y Venezuela, sigue en silencio, sin denunciar, por ejemplo, la violación de los derechos humanos de los inmigrantes en Estados Unidos, como tampoco lo hizo ante las masacres de la dictadura boliviana de Jeanine Áñez, sin hablar sobre su militancia ausente cuando los jóvenes chilenos protestaban contra la dictadura de Augusto Pinochet y ella no estaba.

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